La tecnología ha sido durante siglos un tema conflictivo para la humanidad. Por un lado, con ella vienen mejoras en la calidad de vida. Por otro, no somos una especie especialmente propensa al cambio (pese a lo que pueda parecer), y a la mayoría nos gusta el statu quo tal y como está. Algo que la tecnología cambia.
Frente a las voces críticas contra los cambios surgen voces a favor del avance, una pelea que existe desde que los romanos les dijesen a los galos que las carreteras eran algo importante y útil. Quizá el inconveniente es que hoy día dependemos de la tecnología de un modo como nunca lo habíamos hecho, hasta tal punto que parece el único camino posible para seguir como civilización. ¿Es así?
Breve crítica y oposición al avance tecnológico
De entrada, nuestro cerebro dice «no» a la tecnología de un modo similar a como un niño dice no a algo desconocido o un mamífero duda si comer la comida del plato. Una mezcla de desconfianza, miedo, crítica y desinterés profundo por ponerse en peligro.
Sin embargo, la mayoría de nosotros acaba por adaptarse a casi todos los sistemas tecnológicos que criticó en su origen. A pocos les pareció interesante eso de Internet cuando había que retirar el teléfono de casa para usarlo, o vieron utilidad a llevar un teléfono móvil enorme todo el día a cuestas.
Tras un breve periodo de adaptación no solo aceptamos la tecnología, sino que nos hacemos a ella de modo casi dependiente. Véase las 5 fases de aceptación de Twitter. No es de extrañar que algunos pueblos (como pueda ser los amish) rechacen cierto nivel de tecnología por considerarlo acomodado.
A diferencia de la mayoría de occidente, existe bajo la cultura de estos pueblos un miedo a la dependencia de las tecnologías, por lo que han elegido frenar de manera artificial su desarrollo. Con las consecuencias que esto tiene para su sociedad.
¿Puede frenarse la tecnología?
La gente sabe que hay límites a la tecnología. Cuando preguntas «¿Frenarías el avance tecnológico?» seguido de «¿Pondrías límites al avance tecnológico?» la mayoría de las personas sospecha que existen ciertos límites que no deben cruzarse. Fruto, por supuesto, de sus creencias, intereses personales y experiencia previa.
Por ejemplo, podemos decir que un pueblo de España es menos reacio al avance tecnológico que un pueblo del Amazonas, probablemente porque estamos más acostumbrados a que todo cambie con relativa frecuencia. Sin embargo, es posible que las gentes de hace 200 años de ese mismo pueblo español criticase cualquier posible cambio (incluidos algunos a los que estamos acostumbrados hoy día).
Dicho esto, y a pesar de que sabemos que podemos hacerlo, se ha discutido en varias ocasiones si es una buena idea frenar la tecnología o no. Hagamos números.
¿Para qué queremos frenar la tecnología?
A día de hoy viven en nuestro planeta más de 7.400 millones de personas, todas y cada una de ellas con necesidades muy específicas de comida, educación, desarrollo, tratamiento médico, asistencia, posesiones mínimas… Somos, en cierta medida, un sistema que demanda recursos.
Por ejemplo, comida. En 1798, Thomas Malthus publicó un Ensayo en el que alarmaba de un límite teórico a la población, diciendo que a partir de 1800 toda la población (menos de 1.000 millones de personas) pasarían hambre. Algo que hemos demostrado que no es cierto, porque de hecho nos sobra la comida. Lo que Malthus no tuvo en cuenta es cómo la tecnología afecta a la producción, y cómo sigue haciéndolo hoy día.
El cultivo vertical permite multiplicar los cultivos muy por encima de las necesidades modernas. Fuente: BrihtAgrotech
Frenar el límite tecnológico de producción de comida vegetal (las carnes requieren miles de veces más agua, energía y contaminación para desarrollarse) probablemente requiera en una frenada en seco de la población mundial. Algo a lo que los gobiernos y la economía mundial no parecen muy dados a aceptar.
La solución, de momento, requiere de seguir investigando en hidroponía, aeroponía y otro tipo de cultivos alternativos que den más rentabilidad al suelo sin perjudicar al medio ambiente (o incluso ayudando a que se recupere de los excesos del siglo pasado).
La tecnología no solo se ha convertido en aquello que sustenta nuestro actual modo de vida, sino que se presenta de cara al futuro como la única capaz de darnos los recursos suficientes para que los sistemas actuales no se desmoronen.
Evolución de la pirámide poblacional (muy relacionada con las pensiones) Española de 1900 a 2001 y proyecciones a 2025 y 2050. Fuente: Arquitectura inocua.
Un punto crítico de este sistema actual es el del futuro de las pensiones. No solo en España, sino en todos los países desarrollados, que observan cómo los nacimientos frenan mientras la población anciana no deja de crecer. Incluso el Parlamento Europeo ha puesto el ojo en robots que cotizan como una posible solución al problema.
Detener o ralentizar el desarrollo tecnológico no parece viable a nivel económico y social, y la investigación parece la huida hacia delante de la humanidad. Sin embargo, ¿podríamos retroceder hacia sociedades previas, como los amish?
¿Queremos retroceder a otros estadios tecnológicos?
Una alternativa que parece siempre estar ahí (al menos en las películas catastrofistas americanas) es la de dar marcha atrás y dejar de usar tecnología avanzada para retroceder a otro estadio tecnológico. Algo que era relativamente fácil en 1700, y más todavía en el año 500 d.C., pero de difícil apoyo ciudadano.
A pesar de que estamos bastante concienciados para poner un límite al desarrollo, la mayoría de los ciudadanos no quieren renunciar a la tecnología, y es que nunca hemos sido más felices en la historia. Pero algunas personas no pueden renunciar a la tecnología. Sin ir más lejos, las personas que usan lentillas, marcapasos, bombas de insulina, medicamentos de elevada complejidad y cualquier mecanismo o técnica que alivia dolores o les permite tener una vida normal.
Sabemos que podríamos llegar a vivir sin wearables (por poner un ejemplo de tecnología moderna accesible) pero si esta tecnología sigue los pasos de las primeras, pronto nos serán indispensables para vivir.
¿Podría el planeta soportar una desactualización humana?
En esta extraña propuesta no solo estamos nosotros. El planeta en el que vivimos nos da algunas pistas del disparate que sería retroceder a otros estadios.
Desactualizar a la humanidad no parece una buena idea, especialmente por la carga que sería para el planeta una economía basada en el carbón con 7.400 millones de personas. O peor, siendo cazadores-recolectores que no reponen los recursos que consumen, en un comportamiento similar al que tienen las langostas.
Nos guste más o menos (y a muchos nos atrae la idea) la tecnología se ha convertido en la huida hacia delante de la humanidad. Su mal uso es el causante de los problemas del siglo pasado, pero una buena praxis puede ser la única salida visible a estos, y a los problemas futuros que creemos.
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Imágenes | Niño con tablet, Joe Keim, Arado romano (fuente desconocida)