Según datos de Unicef, el hambre en el mundo afecta a 800 millones de personas, mientras que son más de 2.000 millones las personas desnutridas, que sufren enfermedades causadas por la escasez de alimentos. En el mundo, hay 196 países soberanos reconocidos, de los cuales 50 están muy afectados por la desnutrición.
En el Cuerno de África, el 80% de la población padece enfermedades graves relacionadas con la desnutrición. 200 millones de niños se ven afectados por el raquitismo. En muchos países, el hambre está acompañada por problemas como la crisis hídrica y la falta de acceso al agua, así como por guerrillas y conflictos armados. Un tercio de la población mundial no puede acceder a los servicios higiénicos. No solo en África, sino también en China o India.
La mala distribución de los recursos es la causa principal de los desequilibrios entre las diversas áreas del planeta. La solución para vencer el hambre en el mundo parece fácil: un aumento del desarrollo agrícola en las zonas pobres del mundo, la protección de las economías rurales y la lucha contra la pobreza, mediante planes de control de los cultivos industriales. Pero tan fácil, obviamente, no es.
El land grabbing es uno de los desencadenantes de la actual crisis alimentaria. Se trata de la adquisición por parte de multinacionales y gobiernos extranjeros de grandes porciones del territorio de países en desarrollo para emprender el cultivo intensivo. Por ejemplo, el cultivo de maíz a gran escala, destinado a la producción de bioenergía y biodiésel, ha arrebatado tierras a la agricultura en las áreas rurales del hemisferio sur.
“el hambre en el mundo y el cambio climático están vinculados y deben abordarse juntos”
En los últimos 50 años, la producción de alimentos se ha más que duplicado. La expansión agrícola ha alcanzado niveles jamás vistos. Sin embargo, los recursos se distribuyen de una forma infausta. Además, el aumento de la producción alimentaria se ha obtenido a expensas de los ecosistemas naturales que deberían proporcionar a la humanidad una garantía a largo plazo.
La Dra. Sarra Arbaoui es investigadora en el Instituto Agronómico Superior de Chott Mariem (Túnez). Y uno de Los 100 expertos de la Fundación Cotec para la innovación. En Nobbot la hemos entrevistado para hablar con ella sobre la lucha contra el hambre en el mundo.
“El monocultivo representa la gran mayoría de la producción de alimentos, lo que lleva a la estandarización del paisaje agrícola. Puede ser más productivo, pero esta práctica tiene impactos negativos significativos. Requiere más fertilizante para contrarrestar el agotamiento del suelo. También es más vulnerable a enfermedades e insectos, además de causar la pérdida de biodiversidad”, avisa Arbaoui.
«Por tanto, la diversificación se convierte en una necesidad, ya que refuerza la resistencia sistémica al estrés abiótico y biótico de los cultivos y los ecosistemas. Además, contribuye a la estabilidad de los ingresos agrícolas, al tiempo que mejora el uso de los recursos naturales y la sostenibilidad medioambiental”, prosigue la investigadora.
Según Arbaoui, “el hambre y el cambio climático están estrechamente vinculados y deben abordarse juntos». ¿Las razones? «La variabilidad climática y los fenómenos extremos tienen implicaciones para la agricultura y la producción de alimentos. En consecuencia, es probable que todas las dimensiones de la seguridad alimentaria y la nutrición se vean afectadas. Incluida la disponibilidad, el acceso, la utilización y la estabilidad de los alimentos”.
Kenaf, la planta que descontamina
Arbaoui ha estudiado el potencial de la kenaf (Hibiscus cannabinus), una planta anual tropical y subtropical, originaria de África y Asia, para la descontaminación de suelos contaminados por arsénico y otros componentes. Por su investigación, la doctora ganó el premio L’Oréal-Unesco Mujer y Ciencia en 2012.
“He elegido la kenaf porque es una planta de rápido crecimiento que produce una alta biomasa y no se utiliza para el consumo humano. Su vástago está compuesto por fibras utilizadas en diversos campos. Como el aislamiento, los textiles, los biocompuestos y los automóviles”, explica.
“Los resultados mostraron que la kenaf se puede usar en el proceso de fitorremediación, para reducir los riesgos derivados de la presencia de metales pesados en los suelos. Además, estas plantas tienen una alta tolerancia a la baja fertilidad del suelo y no requieren mucho manejo en el campo. También pueden ser irrigadas con las aguas residuales tratadas. Por lo tanto, la kenaf se puede cultivar para mejorar los valores ecológicos y económicos de las tierras marginales y para la producción de energía, ya que las trazas de metales acumulados en los brotes se quedan en las cenizas.”
“Para mejorar la calidad de vida y luchar contra la pobreza y el atraso de las áreas rurales, la kenaf puede introducirse en una rotación de cultivos. Las fibras producidas tienen una gran demanda en el mercado local e internacional y pueden constituir un ingreso adicional para los agricultores”.
Tecnología para la lucha contra la desnutrición
El desarrollo tecnológico podría proporcionar alguna solución. “La tecnología puede ayudar a resolver el problema de la subnutrición en varios niveles, a partir de la investigación científica que tiene como objetivo mejorar los rendimientos, el almacenamiento y la distribución agrícola”, apunta la doctora Arbaoui.
Las principales compañías tecnológicas de EE.UU. están trabajando en el desarrollo de una plataforma que tiene como objetivo identificar, antes de que se propaguen, las cepas localizadas de carestía de alimentos y agua. En particular, las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Comité Internacional de la Cruz Roja, Microsoft, Google y Amazon han formado una asociación para prevenir futuras hambrunas.
Se llama Famine Action Mechanism, presentada oficialmente el pasado septiembre en la Asamblea de las Naciones Unidas. El proyecto pretende ser una herramienta proactiva en lugar de reactiva. Según sus autores, la solución creada es capaz de reducir la mortalidad por hambre en un 30%. El sistema utiliza varios factores para predecir eventos críticos que pueden expandirse rápidamente. Por ejemplo, debido a bacterias o infecciones o a la ausencia de bienes de primera necesidad.
Todo gira en torno a Artemis, un modelo analítico que utiliza el aprendizaje automático y la inteligencia artificial para predecir en tiempo real dónde ocurrirán situaciones relacionadas con la emergencia alimentaria.
El Internet de las cosas contra el hambre en el mundo
Según la FAO, la producción mundial de alimentos debería crecer en un 70% antes de 2050 para satisfacer las necesidades de las 9.600 millones de personas que habitarán el planeta. Un informe realizado por la organización Libelium and Beecham Research afirma que el camino para combatir el hambre pasa también por el Internet de las cosas.
La llamada agricultura de precisión utiliza un sistema integrado de metodologías y tecnologías: drones, sensores geoeléctricos y radiométricos, aviones, satélites, GPS. El objetivo es aumentar la calidad y la productividad de las plantas. Además, se busca garantizar el monitoreo en tiempo real de los cultivos y proporcionar modelos predictivos para predecir posibles peligros.
Las tecnologías de monitoreo, tales como redes de sensores y drones, permitirán al sector agrícola enfrentarse a los diversos desafíos del futuro próximo. Entre estos, la falta de tierras cultivables, el cambio climático, la escasez de agua, las restricciones en el uso de fertilizantes, el aumento del precio de la energía y los efectos de la urbanización en la disponibilidad de mano de obra en las zonas rurales.
Dicho esto, hay situaciones en las que la tecnología y la ciencia pueden hacer muy poco. Es el caso de los territorios controlados por facciones armadas o por administradores corruptos, que contribuyen a empeorar y enquistar las criticidades. Aquí la tecnología se detiene y deja espacio a la política. Sin embargo, advierte Sarra Arbaoui, “combatir el hambre en el mundo es una responsabilidad común que afecta a todos los actores de la cadena alimentaria, incluidos los consumidores”.
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Imágenes | Flickr Russell Watkins/DFID, Cotec