FaceApp es una aplicación que nos permite visionar una versión de nosotros mismos entrada en años. Si el #TenYearsChallenge buscaba bucear en el pasado, esta app promete mirar hacia el futuro. Uno en el que, además de más canas, podríamos ver vulnerados los derechos sobre nuestros datos. Y es que FaceApp tiene una letra pequeña que pocos han leído.
Esta aplicación recopila información sobre la actividad del usuario como las webs que visita o su ubicación en tiempo real. Además, le otorgamos el derecho a usar estos datos como le venga en gana, incluso aplicando una jurisdicción diferente a la del país donde residimos. ¡Ah, sí! También pone sonrisas falsas mediante un mecanismo de inteligencia artificial.
FaceApp hace uso de “cookies y tecnología similar, como pixels” para registrar las páginas que visitas y las aplicaciones que abres.
¿Qué es FaceApp y por qué se habla tanto?
FaceApp es una aplicación que hace uso de técnicas de inteligencia artificial para modificar imágenes. En concreto, analiza rostros y es capaz de sumar años, cambiar el color de pelo, añadir gafas o poner barba, entre otros. Lo cierto es que funciona bastante bien y, pese a las limitaciones, el resultado es fotorrealista.
Además, parece serlo también indistintamente de la etnia fotografiada, lo cual es un récord en transformaciones mediante machine learning. Por lo general, estos sistemas tienen un sesgo considerable al no entender algunas facciones.
Dicho esto, sí existen sesgos en la app. De hecho, es capaz de detectar un rostro femenino y uno masculino, y el tratamiento que hace del espacio es diferente. Para ellas veremos antes opciones de maquillaje, tintes y peinados, y para ellos edad y barbas. Aunque no es el sesgo lo que más preocupa de la aplicación, y sí los permisos que pide al usuario. Atentos.
FaceApp es un succionador de información personal
Si uno echa un vistazo a la ‘Privacy Polic’y de FaceApp podría llevarse una sorpresa desagradable. Básicamente, los usuarios de una app que se supone que modifica fotos entregan, además del material fotográfico y los permisos de fotografía y acceso al almacenamiento, algunas cosillas más.
En el apartado “información que recogemos” podemos leer cómo hacen uso de “cookies y tecnología similar, como pixels” para registrar las páginas que visitas y las aplicaciones que abres. También colectan identificadores de dispositivo, metadatos y tu posición geolocalizada.
Privacy Policy de FaceApp: realiza un monitoreo de la actividad del usuario (incluye las webs que visita y su ubicación), recopila metadatos sobre cómo interactúa el usuario con el servicio y puede llevar su información a una jurisdicción diferente a la del país donde esté. Tela. pic.twitter.com/XkSZ6kzv4q
— Algoritmo Legal (@algoritmolegal) July 17, 2019
Si esto no fuese lo suficientemente escandaloso, FaceApp se reserva el derecho a compartir toda esta información con un “third-party” de cara al análisis de la misma y siempre con el objetivo de mejorar la experiencia. No queda muy claro qué tendrá que ver la modificación de un rostro vía IA con las páginas web que abrimos, pero ahí queda el renglón que lo solicita. Si tienes la app instalada has dado estos permisos, que lo sepas. Ni siquiera tiene que estar activa.
Pero los redactores del contrato legal de los términos y condiciones han ido más allá. Se reservan el derecho de llevar toda la información que recopilen sobre ti a otra jurisdicción diferente al país donde vivas. Por si quedaban dudas, es un ejemplo clásico del feudalismo tecnológico y de que somos el producto.
Te entregaré a mi primogénito sin leer nada
En 2016 los investigadores Jonathan A. Obar y Anne Oeldorf-Hirsch hicieron un pequeño experimento. Levantaron una red social para buscar trabajo llamada NameDrop y la dejaron madurar hasta que alcanzó los 543 usuarios.
Los resultados del experimento resultaron poco sorprendentes, aunque sí bastante alarmantes: 399 de los participantes (73,4%) no se leyeron los términos y condiciones. Los 144 restantes tardaron 73 segundos en ‘leerse’ unos T&C que habrían necesitado una media hora.
En otras palabras, nadie se paró a leer con detenimiento el texto, y es que a menudo resulta imposible. Los términos y condiciones de Kindle, por ejemplo, son tan largos como una novela. Se tarda unas nueve horas en leerlos y suelen cambiar con frecuencia. Estar actualizado es inviable.
Si los participantes del experimento hubiesen leído este consentimiento de uso se habrían dado cuenta de que habían aceptado entregar a su primogénito hasta el año 2050, incluso si aún no había nacido. Resulta obvio que nadie se lo leyó, y demuestra el peligro de no ser capaz de leer estos contratos.
Del mismo modo, pocos se han leído los T&C de FaceApp, aplicación que hemos probado y eliminado de nuestro teléfono tan pronto hemos terminado con ella. Es poco probable que alguien que entiende cómo extrae datos la deje en su terminal, y deberíamos ser más conscientes de estos malos usos.
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Imágenes | Ryan Holloway, Aa Dil, Christopher Campbell