Monos cabezones que han perdido el pelo. Primates con una gran capacidad de desarrollo de herramientas (tecnológicas). Y, sobre todo, simios de dos patas. Eso es lo que somos.
Pero ¿cuándo, cómo y por qué tomamos el camino que nos ha llevado a ser humanos? La pregunta no tiene respuesta, al menos de forma completa e inequívoca. Pero hay varias teorías y lo más probable es que todas sean, de algún modo, ciertas. Un estudio publicado en ‘The Journal of Geology’ este año ha añadido más ingredientes a la receta de nuestra especie. Sostiene que todo pudo empezar con una explosión en las estrellas.
Llega el momento de ponerse de pie
Los primeros seres humanos caminaban sobre dos patas. Está bastante aceptado que el bipedismo fue el primer paso de nuestra especie, antes del desarrollo cerebral o de las capacidades manuales. Hace unos cuatro millones de años, los tatarabuelos australopitecos ya marchaban sobre dos patas. Aunque se han encontrado rasgos de bipedismo en otros ancestros humanos de hace entre seis y siete millones de años.
Pero ya sabemos que nos movemos sobre dos extremidades. Eso no nos pilla por sorpresa. La pregunta que nos ha traído aquí es por qué. Estas son las principales teorías.
- Teoría de la sabana. Es una de las más antiguas y también de las más aceptadas. Sostiene que el bipedismo surgió como adaptación a un nuevo medio: la sabana. Estar de pie les permitía a los primeros humanos mayor visibilidad en las llanuras para cazar y estar alerta. Además, la postura dejaba las manos libres para llevar objetos, comida o herramientas.
- Teorías de la eficiencia. Bajo este título se pueden agrupar tres teorías. Una, ligada a la hipótesis anterior, sostiene que el bipedismo surgió porque era mucho más eficiente caminar sobre dos extremidades en las largas distancias de la sabana. Otra señala que el bipedismo se dio primero como postura para alimentarse y alcanzar frutos en ramas altas. Y una tercera sostiene que caminar de esta manera mejoró la disipación del calor y redujo la exposición directa al sol (algo muy ventajoso también fuera del bosque).
- Teoría de la ventaja sexual. El último de los grandes modelos sostiene que andar sobre dos patas era más sexi. De hecho, podría ser, en realidad, una consecuencia de las teorías anteriores. Los especímenes bípedos aportaban más seguridad (estaban más alerta, caminaban distancias más largas, cargaban con más comida…). Así, los bípedos triunfaron sobre los que todavía querían seguir usando los cuatro miembros.
Cada vez parece más probable que muchas de estas teorías sean ciertas. Que los primeros humanos ya tuviesen la capacidad de caminar sobre las piernas antes de salir a la sabana africana. Pero en las inmensas llanuras el bipedismo fue fundamental. Entonces, surge otra pregunta, ¿por qué la sabana? ¿Por qué no quedarse en el cómodo y seguro bosque? Aquí es donde entra en juego la explosión estelar.
Un último empujón de una supernova
Al este del gran valle africano del Rift se extiende la sabana y lo que se conoce como la cuna de la humanidad. Al oeste, casi todo es selva espesa, donde aún hoy habitan nuestros primos cercanos, chimpancés y gorilas. Hace algo así como ocho millones de años, un evento estelar empujó a un grupo de simios a los márgenes del bosque.
Tal como sostienen en el paper ‘From cosmic explosions to terrestrial fires?’ investigadores de las universidades de Kansas y Washburn, una supernova que se produjo hace ocho millones de años, y tuvo un pico de actividad hace 2,6 millones de años, llenó de electrones las capas inferiores de la atmósfera. Es decir, esta explosión estelar bombardeó la Tierra con rayos cósmicos que ionizaron la atmósfera y la volvieron más conductora.
Esto provocó a su vez una mayor frecuencia de tormentas eléctricas e incendios. Así, la vida en los bosques se convirtió en algo menos apacible y la sabana ofrecía mayor seguridad. Además, los hábitats de sabana se volvieron más habituales a medida que el bosque se quemaba. Una hipótesis que ha sido también apoyada por el descubrimiento de grandes depósitos de carbono en todo el mundo formados durante esos (millones de) años.
Así que ya tenemos el cóctel perfecto para que el género Homo echase a andar. “Se cree que los homínidos, antes de este acontecimiento, ya presentaban cierta tendencia hacia la bipedestación. Sin embargo, estaban adaptados principalmente a trepar por los árboles”, sostiene Adrian Melott, autor principal del estudio. “En la sabana, se vieron obligados a caminar mucho más frecuentemente de un árbol a otro a través de las praderas, por lo que tuvieron que adaptarse a caminar erguidos […] Esto habría contribuido a que la bipedestación se hiciera cada vez más dominante en nuestros antepasados”.
¿Y si no todo fuese casualidad?
Si pudiésemos retrasar el reloj de la evolución, volver a empezar, ¿sucedería lo mismo? Si no se hubiese producido esa supernova, ¿seguiríamos en los árboles? Este tipo de preguntas están en la raíz de todas las teorías evolutivas. Preguntas como las que popularizó el paleontólogo Stephen Jay Gould. Él era de los que aseguraba que cada especie era irrepetible. Que cualquier cambio aleatorio implicaría modificaciones radicales en el resultado final de la evolución.
Es decir, no existe un camino evolutivo prefijado. Si nuestros ancestros no hubiesen salido a la sabana, probablemente hoy no podríamos estar leyendo este artículo. Otros investigadores, sin embargo, sostienen que el azar no es tan elevado como pensamos. Que las posibilidades no son infinitas. Este determinismo viene marcado porque las leyes físicas y químicas que rigen nuestro mundo son bastante estables. Y que, de entre todas las mutaciones aleatorias que sufren las especies, solo las que mejor se adaptan a estas leyes sobrevivirán a largo plazo.
¿Podría existir una especie que no sacase mayor o menor partido a la radiación solar? ¿Sería posible un animal o una planta contrario a la ley de la gravedad? ¿Podría existir una especie que no hubiese sido capaz de adaptarse a una explosión de estrellas? Quizá sea la combinación del azar en un entorno de posibilidades limitadas lo que nos hizo caminar después de todo.
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