De tanto en tanto, cada vez que aparece una nueva tecnología, algunos grupos de la población gritan con miedo. Pasó con la velocidad ‘excesiva’ de los trenes victorianos, pasó con los bebés-probeta (hoy in vitro) y está pasando con el 5G. Algunos incluso proponen “zonas libres de radiación electromagnética”, algo complicado a menos que vivas bajo tierra en cuevas. Y aún así puede ser difícil.
La radiación electromagnética está por todas partes. Lo cierto es que llegó unos 13.000 millones de años antes que la tecnología. Pero no es descabellado contar con áreas libres de la misma. Espacios urbanos donde todo transcurre a un ritmo más lento. No porque no haya radiación (de nuevo, como en las cuevas), sino porque igual necesitamos aburrirnos. ¿Zonas libres de 5G? Mejor zonas naturalizadas.
¡Zonas libres de radiación electromagnética!
En septiembre de 2019 un grupo de personas se manifestó en Suiza en contra del 5G. El objetivo era boicotear una prueba de telecomunicaciones, y pedían “zonas libres de radiación electromagnética”. Teniendo en cuenta que la gente sigue diciendo que tiene alergia a las ondas de radio, no hay nada nuevo bajo el Sol. Y lo decimos literalmente.
El Sol emite cada segundo mucha más radiación electromagnética de la que podrían enviar todos nuestros dispositivos de uso frecuente combinados. Incluso abrazando una antena de telefonía móvil, de las que vemos en los tejados, la radiación medida en vatios por metro cuadrado (W/m2) no tendría comparación con la que recibimos de nuestra estrella.
Para realizar una comparación, una antena corriente puede emitir cerca de 0,37 µW/cm2 o 0,0037 W/m2. Como esta que ofrece Infoantenas, el portal del Ministerio de Economía y Empresa que ofrece la Secretaría de Estado para la sociedad de la información y la agenda digital.
Según el Aemet, la irradiancia global media del Sol tiene un mínimo de 3,00 kWh/m2·día o de 125 W/m2. De media, con picos que rondan los 230 W/m2. En verano podemos llegar en Madrid a los 352 W/m2, e insistimos de nuevo en que es la media. Los valores máximos son evidentemente mucho mayores. Es decir, que el Sol emite bastante más que los 0,0037 W/m2 que radian las antenas.
Además, lo hace todos los días, incluso con niebla y nubes. Dicho de un modo más llano: si es de día el Sol te está lanzando muchísima más radiación que cualquier dispositivo de uso corriente que tengas cerca. Y además esta última es no ionizante. ¿Zonas libres de radiación electromagnética? Improbable incluso en cuevas.
Elementos radiactivos bajo tierra
Vamos a suponer que, para huir de la radiación electromagnética, nos refugiamos bajo tierra. Casi todas las piedras, pero especialmente el granito, contiene vetas de elementos radiactivos naturales como el uranio o el torio. Ambos elementos se desintegran y se convierten en radón, un gas radiactivo que, aunque no huele, puede ocasionar graves daños pulmonares e incluso cáncer.
Para ser más precisos, el radón se desintegra en ‘partículas de la progenie del radón’ tales como el polonio-218, polonio-214 y el plomo-214. Si la cueva tiene una buena ventilación, entonces estaremos a salvo. Pero, si no la tiene, la superficie (con o sin antenas, es indiferente) será mucho más recomendable.
¿Zonas libres de tecnología?
Ahora bien, aunque las zonas libres de radiación no existen más allá de algunos laboratorios punteros, puede que las zonas libres de tecnología no sean una mala idea. De hecho, es coherente fomentar la naturalización de las ciudades. Como apuntó Carlos Priego, del CSIC, “la mera presencia de espacios verdes urbanos en las ciudades constituye uno de los aspectos empleados hoy en día para medir el grado de calidad de vida de los ciudadanos”.
La vegetación no solo ayuda a regular y bajar la temperatura del entorno. Según un reciente estudio del Departamento de Medio Ambiente de Reino Unido, los árboles funcionan mejor que los aires acondicionados. Sumado a esto, atrapan partículas en suspensión, carbono emitido por la movilidad y la climatización e incluso puede hacer de barrera sónica si están bien ubicados.
Pero, además, los árboles y los espacios naturalizados nos relajan. Varios estudios demuestran los beneficios en la salud de relajarnos en la naturaleza. En 2017 Cassandra D. Gould van Praag publicó uno que relacionaba el bienestar de la “mente errante” con los sonidos de la naturaleza. Parece que los sonidos naturales hacen que nuestro organismo funcione mejor.
Tiene lógica. No hemos evolucionado para escuchar el sonido del tráfico o las notificaciones de nuestro móvil. Lo mismo ocurre cuando vemos árboles y paseamos entre ellos. Un estudio de Peter Aspinall en 2012 demostró gracias a un dispositivo EEG móvil cómo la mente se relaja en estos entornos frente a los entornos urbanos.
Necesitamos tiempo para aburrirnos
Todos estos estudios apuntan a un dato interesante que no tiene que ver con la tecnología o la radiación electromagnética. Vivimos en la economía de la atención y nuestro cerebro está recibiendo información constantemente. No ocurre así cuando desconectamos y acudimos a la naturaleza por unos días.
La psicóloga Sandi Mann lleva años estudiando el aburrimiento. En 2014 demostró la relación entre aburrirse y ser creativo, y en 2017 publicó el recomendable libro ‘El arte de saber aburrirse’. Es una fiel defensora de crear un espacio que transcurra a menor velocidad que el que ofrece la red.
Volvemos a la evolución. Hemos llegado hasta aquí recorriendo una sabana africana en la que cambiaba más bien poco, caminando la estepa asiática y frecuentado los bosques europeos. Con excepción de la menguante megafauna de la que huir de tanto en tanto, el paisaje cambiaba más bien poco. Hoy los estímulos son constantes, y necesitamos tiempo para aburrirnos. La naturaleza puede ayudarnos a conseguirlo, incluso con la radiación electromagnética del Sol. O de las antenas.
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Imágenes | Srecko Skrobic, Nerea Martí Sesarino, Chris Barbalis, Willian Justen de Vasconcellos