El monte Everest es el más alto del mundo. Pero su cumbre no es la que más lejos está del centro de la Tierra. Ese honor pertenece al Chimborazo. Ahora, un dibujo de este volcán ecuatoriano de hace más de dos siglos arroja nueva luz sobre el cambio climático.
En junio de 1802, Alexander von Humboldt, Aimé Bonpland y sus acompañantes se quedaron a medio kilómetro de altitud de la cumbre del Chimborazo. Alcanzar el que por aquel entonces se creía que era el techo del mundo era uno de los grandes objetivos del naturalista alemán. Pero el soroche, el mal de altura, se lo impidió. Sin embargo, el ascenso fallido le sirvió para acabar de construir una teoría que iba a revolucionar la ciencia.
La pintura de la naturaleza
Cuando Humboldt llegó a Sudamérica, llevaba años observando la naturaleza. Los Alpes y los Pirineos, los bosques europeos y las islas Canarias estaban entre sus objetos favoritos de estudio. En su camino a través de la otra orilla del Atlántico, había encontrado plantas alpinas que crecían en los Andes, un musgo que abundaba en Alemania y en las cumbres sudamericanas y un montón de conexiones más entre ecosistemas alejados.
“Al volver del volcán, Humboldt estaba listo para formular su nueva visión de la naturaleza. En las estribaciones de los Andes empezó a esbozar su Naturgemälde, una palabra alemana intraducible que puede significar pintura de la naturaleza, pero al mismo tiempo indica una sensación de unidad o integridad”, señala Andrea Wulf en ‘La invención de la naturaleza: El Nuevo Mundo de Alexander von Humboldt’.
Hasta el momento, la biología occidental había observado la naturaleza con un afán clasificador y jerárquico. Humboldt intuyó las conexiones presentes en los ecosistemas de todo el planeta. Poco después de aquel ascenso frustrado, su Naturgemälde se convirtió en un esbozo de un dibujo. Uno que después (en 1807) terminaría convirtiéndose en su célebre Tableau Physique.
La ilustración consistía en una sección transversal del Chimborazo. En ella, Humboldt colocó las plantas según su altitud. Hongos y palmeras en la zona baja, robles y helechos en la zona media. Líquenes en los límites de la zona nevada. Fue la primera vez que la relación entre el clima y la vida se intentó reflejar de una forma integral. Para él, había unidad en la variedad.
“En vez de situar las plantas en sus categorías taxonómicas, veía la vegetación en función del clima y la situación, una idea radicalmente nueva que todavía hoy es nuestra base para comprender los ecosistemas”, añade Wulf. Y una valiosa fuente de información que hoy nos podría ayudar a comprender la amplitud del cambio climático.
Un trabajo inexacto, pero valioso
Los datos del pasado con una pieza clave en la investigación del cambio climático. Si no tenemos una fuente fiable con la que comparar, de poco sirven las mediciones del presente. Por eso, un equipo de científicos de las universidades de Toulouse y Montpellier y la Pontificia Universidad Católica del Ecuador decidió revisar el trabajo de Humboldt para entender mejor qué cambios estaban teniendo en los Andes.
Lo primero que encontraron, según señalan en un paper publicado en PNAS, fue que el Tableau Physique contenía varios errores en los dibujos y las anotaciones. Muchos tenían que ver con plantas que ya no crecían donde Humboldt decía que lo hacían. Pero otros indicaron una realidad sorprendente: el naturalista no había hecho la mayoría de sus mediciones en el Chimborazo, sino en el volcán Antisana, unos 200 kilómetros más al norte y en las cercanías de Quito.
Durante la última década, varios grupos de investigadores han acudido al Chimborazo en busca de respuestas. Con los datos de Humboldt en la mano. Ahora todo su trabajo podría terminar siendo de poca utilidad, debido a la inexactitud de la información que manejaban (aunque el asunto todavía está siendo discutido). Aun así, el estudio de las universidades de Toulouse y Montpellier y la Pontificia Universidad Católica del Ecuador confirma las tendencias que señalan el resto de trabajos.
En el Antisana, las plantas no están donde Humboldt las dejó. Han huido hacia arriba. No tanto como se pensaba, pero aun así los cambios son evidentes. Por ejemplo, la línea de la vegetación de mayor altitud está hoy 266 metros más alta que a principios del siglo XIX. Además, el trabajo del naturalista alemán señalaba que la línea de cultivos llegaba hasta los 3.600 metros, cuando hoy se encuentra por encima de los 4.000.
Otras investigaciones recientes, como las recogidas en ‘Detecting Patterns of Climate Change at Volcán Chimborazo’ de los investigadores Jeff La Frenierre y Byran G. Mark, señalan que la superficie helada del volcán se ha reducido en un 21% en las últimas tres décadas, la línea que marca la altitud mínima de las nevadas ha subido 180 metros y los patrones de precipitaciones han variado considerablemente.
Las observaciones de unos y otros coinciden también con los pronósticos del panel de expertos del cambio climático de la ONU (IPCC, por sus siglas en inglés) publicados recientemente en el informe ‘Special Report on the Ocean and Cryosphere in a Changing Climate’. Unos pronósticos que señalan los riesgos para los ecosistemas de montaña y, sobre todo, para las comunidades humanas que dependen de ellos.
Pero ¿qué nos puede contar entonces un dibujo de 220 años sobre el cambio climático? La respuesta evidente es que el calentamiento es real y los ecosistemas llevan décadas intentando adaptarse. Y la algo menos evidente es que la precisión de los datos es fundamental para medir la magnitud del problema.
Ya lo decía el propio Humboldt sobre su Tableau Physique en ‘Essay on the Geography of Plants’. “En un trabajo de este tipo, uno debe considerar dos intereses en conflicto: la apariencia y la exactitud”. Su trabajo fue revolucionario en su día, pero probablemente no todo lo metódico y preciso que necesitaría la ciencia de hoy.
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