La Cumbre del Cambio Climático COP25 pasó y parece que lo más que hemos sacado en claro de ella es que hay muchos hombres hechos y derechos dispuestos a insultar a una niña por su defensa del planeta. También que los gobiernos van por detrás de la Ciencia y de sus gobernados.
Esta COP25 ha dejado un sabor agridulce para algunos, como la Ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera; mientras que otros, como Mario Rodríguez, director ejecutivo de Greenpeace, son más contundentes y califican la actitud de los políticos como “indecente y vergonzosa”.
Científicos como Antonio Ruiz de Elvira, catedrático de Física Aplicada en la Universidad de Alcalá, escribe en The Conversation que “todo esto es una inmensa estupidez. De lo que se trata no es de aceptar que los países emitan menos CO?, no es intercambiar derechos de emisión (no existe ese derecho, es preciso anular esas emisiones, más pronto que tarde) sino de eliminar los combustibles fósiles”.
El caso es que, tras finalizar la Cumbre del Cambio Climático, vuelve a cundir el desánimo y parece que, a pesar de las múltiples evidencias científicas que existen, nos encaminamos hacia un futuro en el que se escucharemos mucho la frase “ya te lo dije” mientras recorremos nuevos desiertos en busca de agua bajo un Sol abrasador.
evidencias científicas del cambio climático
En 2018, el grupo de expertos sobre cambio climático de la ONU señalaba que es necesaria una transformación sin precedentes para limitar el aumento de la temperatura global del planeta a 1,5ºC y que los compromisos de reducción de emisiones puestos actualmente sobre la mesa son insuficientes para evitar un aumento de la temperatura media global de 1,5ºC. Pero ni caso.
En septiembre de 2019, a partir de casi 7.000 artículos científicos de más de 100 expertos en clima y océanos, este grupo elaboró otro informe que cita, entre los efectos del calentamiento global sobre los océanos y la criosfera [las zonas de la Tierra en las que el agua está en estado sólido, es decir, el hielo], pérdidas masivas de glaciares a escala global; reducción del permafrost y las capas de nieve en sistemas de alta montaña, del continente antártico o Groenlandia; una mayor frecuencia de olas de calor marinas y de fenómenos como El Niño o La Niña; o un aumento del nivel del mar, lo que unido al incremento de la temperatura y de la acidificación, puede exacerbar los riesgos para las comunidades de las zonas costeras.
Los efectos son múltiples y palpables. El ornitólogo Alejandro Onrubia nos explicó cómo el cambio climático está modificando el tamaño de las aves y sus comportamientos migratorios y Alexandre Magnan, científico climático de la ONU, señala que los hielos se funden y los mares se calientan cada vez más rápido. Pero que si quieres arroz, Catalina.
¿Pero cómo podemos ser tan torpes? ¿Por qué no estamos saliendo todos los días a la calle con hogueras (bueno, mejor con linternas con bombillas LED) pidiendo soluciones inmediatas a nuestros políticos? Pues, además de por la presión de poderosos grupos interesados en que no se haga nada hasta que no haya más remedio, parece que nuestro cerebro también tiene algo de culpa.
sesgos cognitivos y el efecto «pedro y el lobo»
Según explica Lucas Sánchez, cofundador y director de la empresa de comunicación científica Scienseed, a la agencia SINC, al órgano alojado dentro de nuestro cráneo no le llama mucho la atención lo que percibe como algo lejano en el tiempo o en el espacio. Además, no se siente cómodo en situaciones de incertidumbre, “y la huele cada vez que los científicos actualizan los impactos conforme avanza su conocimiento”.
Por otra parte, nuestro cerebro tiende a ser optimista y nos hace seres sociales. Nuestras reacciones, que a menudo llegan cuando el optimismo solo se puede justificar ya como simple estupidez, dependen en gran medida de lo que hacen los demás. Si no hacen nada, nosotros tampoco.
¿Y existe alguna estrategia eficaz para mitigar estos sesgos? Lucas Sánchez cree importante cambiar la forma en la que se comunica la emergencia climática. En su opinión, hay que huir de mensajes catastrofistas que nos llevan a la parálisis y no sobrealimentar el “efecto Pedro y el lobo”.
“Por otro lado –explica-, la equidistancia periodística mal entendida ha enfrentado en numerosas ocasiones a los negacionistas y a los científicos como iguales, inflando su marginal representación de un 3 % a un 50 %. Esto incrementa subliminalmente la sensación de incertidumbre, en lugar de mostrar el amplísimo consenso existente entre la comunidad científica”.
Finalmente, el experto señala el peligro de la politización del problema. “Nuestro cerebro procesa lo que nos creemos en bloque. Los seres humanos entendemos mejor el mundo en grupos de cosas y rechazamos las ideas que pertenecen al grupo contrario. Por eso, a pesar de que la lucha contra el cambio climático tiene todos los elementos necesarios para convencer y preocupar a un electorado de derechas (es una lucha conservadora) hemos perdido de golpe un 50 % de los apoyos”.
Mucho por hacer, pues, para combatir el cambio climático, más allá de prohibir pajitas de plástico o saber a qué contenedor hay que arrojar las cápsulas de café. Pongámonos a ello, aunque sea a pesar de lo que nos dicta el cerebro: como sucede con el corazón, nuestro planeta tiene razones que la razón no entiende.