El Trastorno del Espectro Autista (TEA), conocido como “autismo”, es un trastorno neurobiológico del desarrollo. La palabra clave es “trastorno”. No es una enfermedad y, por tanto, no puede curarse aunque sí puede ser tratado. Sin embargo, en 2019 la empresa de neurotecnología Neuralink afirmó que, en el futuro, el autismo tendría cura.
¿Es posible eliminar el autismo en personas vivas? Hemos se ser sinceros y manifestar que, de ser posible, la neurología actual está muy lejos de abordar este problema concreto. Ni siquiera sabemos si tiene sentido preguntar algo así, aunque se están dando los primeros pasos para averiguarlo con sistemas neuronales artificiales.
¿Tiene sentido abordarlo desde esta perspectiva correctiva?
En una persona con autismo, el cerebro no opera del modo que consideramos neuronormativo, y de hecho fue la propia comunidad autista la que propuso el concepto de “neurodiversidad” que va a dar lugar a complejos debates en unas décadas.
Que un cerebro sea neurodiverso no significa que no funcione. La mayoría de las personas estamos informados sobre los diferentes patrones de comportamiento, como el balanceo, o la resistencia a la interacción social directa, que podemos percibir externamente en una persona con algún tipo de autismo.
Cómo de funcional sea esta persona dependerá del grado en el trastorno y, ahora lo sabemos, del tratamiento y acompañamiento que se haya dado durante la infancia. Pero ¿es posible que existan en el futuro técnicas correctivas que mejoren la capacitación mental y la aproximen a la neuronorma?
De haberlo, la tecnología aún no existe. Aunque con paralelismos con otras complicaciones funcionales tales como la pérdida de visión o la falta de miembros, el cerebro es uno de los órganos más complejos que existen. En otras palabras, aún no lo entendemos. Sí, ha habido notables avances en correcciones físicas de vista y psicomotricidad en los dos ejemplos anteriores, pero en ambos casos la complejidad era de un orden inferior.
La pregunta que se hacen desde compañías como Neuralink es “¿Existe un dispositivo que permita al cerebro de una persona con autismo ‘focalizar’ sus procesos mentales de forma similar a como enfoca la luz una lente de contacto?”. Y es una cuestión cuyo mero planteamiento ya es complejo y requiere su propio marco ético, como veremos a continuación.
Exocórtex: ¿una muleta para la psique?
No es la primera vez que hablamos de ampliaciones cerebrales con objetivos diversos, aunque insistimos en que esta tecnología es puramente hipotética en estos momentos, al menos de forma generalizada. Los pocos avances realizados al combinar chips y masa cerebral para detener el párkinson o controlar un avatar por ordenador aún no están muy extendidas. Algunas, como aumentar la memoria, son puramente hipotéticas.
Y con respecto al autismo ni siquiera tenemos estudios que apunten a que un exocerebro ayudaría. La idea del exocerebro como dispositivo lleva décadas masticándose, y alude a la posibilidad de sumar una capa adicional al tejido cerebral. Así, a la suma del complejo-R (conocido como “cerebro reptiliano”), el sistema límbico y el neocórtex se sumaría un exocórtex externo.
“exocórtex. Un hipotético sistema artificial de procesamiento de información que aumentaría los procesos cognitivos biológicos del cerebro” — Wiktionary
Aunque es evidente que el complejo-R y el sistema límbico se han sofisticado durante milenios incluso después del neocórtex, también lo es que la mayoría de las funciones cognitivas ‘superiores’ vienen del mismo. Es gracias al neocórtex que podemos mantener la calma en una situación de pánico. ¿Podríamos usar un exocórtex para superar estímulos naturales en personas con TEA? Y, quizá lo más importante, ¿querríamos?
Ya hacemos uso de tecnología para facilitar que personas con trastorno del espectro autista y otras personas neurodivergentes puedan desenvolverse con menos dificultad. ¿Hasta qué punto es aceptable el uso de la tecnología, y en qué momento anula el “yo” e interfiere con nuestra personalidad?
¿Debe ser ‘solucionado’ el autismo?
Pregunta clave para una tecnología que ya ha dado problemas éticos antes siquiera de formular su marco teórico. ¿Debe ser considerado el autismo un trastorno que debemos curar o una parte íntegra de la personalidad? ¿Hasta qué punto el trastorno del espectro autista es personalidad y hasta qué punto (de ser viable su eliminación o moderación) sería parte de una enfermedad que haya que atajar?
En un extremo lógico podríamos preguntarnos si trastornos como las migrañas no curables o el asma nos definen como personas, pero el cerebro es un órgano cuyas particularidades a nivel de consciencia hacen difícil entender la diferencia entre el “yo” y la enfermedad. ¿Soy mi psicosis? Si elimino esta última, ¿soy más “yo” o menos? ¿Es el alzhéimer diferente al TEA?
¿Hasta qué punto la pérdida de memoria a corto plazo no define mi personalidad, pero sí lo hace el trastorno del espectro autista? Lo cierto es que aún no podemos contestar a estas preguntas, especialmente si carecemos de un tratamiento temporal o permanente que poder definir como cura o solución. Pero es posible que en el futuro tengamos que debatir todo esto.
Y el debate ético de esta tecnología será complicado. ¿Podemos decidir las personas neuronormativas por todos los TEA? De elegir aplicar el supuesto tratamiento, ¿hasta qué punto tendremos en cuenta su oposición? Y, por el contrario, ¿qué poder tenemos nosotros para negar la posibilidad de que una persona con TEA incapaz de comunicar su deseo de tratamiento lo alcance? El debate está servido. La tecnología, en pañales.
En Nobbot | La tecnología, una gran aliada para personas con autismo
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