Hoy cualquiera de nosotros carga múltiples dispositivos y está suscrito a decenas de servicios, como correo electrónico o disco duro en la nube, aplicaciones de música o plataformas de televisión o vídeo.
Por no hablar de la página del banco, la tarjeta de crédito o la página para ver las calificaciones del instituto o la universidad. Cada uno de estos aparatos y servicios exige un usuario que creemos contraseñas robustas. Es decir, passwords largas y complicadas, llenas de números, letras y signos, y que, además, deben alternar mayúsculas y minúsculas. El problema es que estas identificaciones luego son muy difíciles de recordar.
Además, para empeorar las cosas, es probable que nos pidan que las renovemos cada cierto tiempo. El quebradero de cabeza al que dan lugar estas exigencias se llama fatiga de la contraseña, un fastidio que acaba causando estrés y malhumor. Y que lleva a algunos a la paradoja de dejar sus contraseñas escritas en un post-it y a la vista de todos. Y a otros a optar por los famosos “12345” o “qwerty” para acceder a su información más íntima. Pero hay trucos para lidiar con esta fatiga.
Recordar y gestionar contraseñas saca a mucha gente de quicio porque, si no lo hacemos bien, perdemos tiempo (pidiendo otra password al sistema, por ejemplo) o podemos dejarnos información por el camino o no tener acceso a ella cuando nos hace falta. Sin embargo, una buena combinación de tecnologías y hábitos nos ayudarán con este asunto. Aquí van algunas consideraciones y consejos.
Las contraseñas son cada vez más permanentes
Uno de los motivos de fatiga llega cuando un sistema nos exige cada poco tiempo cambiar la contraseña porque ha caducado. Esa demanda permanente de nuevas contraseñas es contraproducente en términos de seguridad, y al final los usuarios acaban recurriendo a dos o tres passwords fáciles de recordar y que van llevando de un servicio a otro.
Los expertos en seguridad informática son conscientes de que esta obligación de cambiar periódicamente de contraseña fomenta prácticas poco fiables y por eso están optando por eliminar el cambio periódico, y sólo piden la renovación cuando se localiza un problema de seguridad grave. Es lo que hace Google, por ejemplo, cuando detecta accesos sospechosos a Gmail o a sus apps.
La biometría ayuda
Los avances en biometría también sirviendo de reemplazo al sistema de contraseñas tradicional. Hoy se puede iniciar un portátil con Windows 10 gracias al reconocimiento facial o la lectura de huella dactilar. Lo mismo pasa con los móviles o las tabletas.
De todas formas, la biometría aún tiene problemas que superar, como son los reconocimientos dudosos, la privacidad o la imposibilidad de sustituir la prueba de identificación si hay un problema de seguridad, pues no podemos modificar nuestros rasgos físicos.
Usa gestores de contraseñas
La mejor opción para lidiar con las contraseñas es descargarse un gestor que nos ayude a tenerlas todas accesibles en un único lugar. Son sistemas que guardan la información de nuestros códigos personales con un cifrado potente. Sólo es necesario recordar la contraseña maestra que abre el gestor y luego podemos asignar passwords diferentes y fuertes con largas series alfanuméricas al resto de servicios.
Algunos gestores se guardan en local, en nuestro ordenador o móvil, y otros se alojan en la nube. Los expertos recomiendan los primeros. Además, también es conveniente tener referencias previas del gestor y conocer su nivel de seguridad. En este sentido, los de código abierto es más fácil que hayan sido ampliamente testados.
Algunos gestores interesantes son 1Password, Keeper, LastPass o DashLane. En muchos casos, estos sistemas aportan cifrado de extremo a extremo de nivel militar AES de 256 bits.
Crea contraseñas fuertes, pero con sentido
Al decidir la contraseña, hay pautas que nos pueden facilitar la tarea de recordarla. Lo ideal sería trabajar con contraseñas alfanuméricas formadas por complejas y aleatorias sucesiones de números, letras y signos, pero sería casi imposible tenerlas presentes cuando nos las piden. Hay un truco para dar con contraseñas fuertes que se puedan recordar.
Consiste en encadenar palabras que no estén relacionadas de forma lógica, pero que sean fáciles de deducir. Por ejemplo, podemos poner las 4 primeras regiones españolas por población y con asteriscos al principio y al final. Quedaría así: *Madrid_Barcelona_Valencia_Sevilla*.
También podemos asociar en la password datos conocidos, como, por ejemplo, el nombre de la calle donde vivimos de pequeños, el lugar de las últimas vacaciones y el número de nuestra casa actual. En la web How Secure Is My Password nos dirán al momento si hemos dado con una contraseña robusta y a prueba de delincuentes, o si mejor la cambiamos porque es muy débil.
Inventa historias que lleven a la password
Las pistas que nos hacen recordar una contraseña pueden consistir en pequeñas historias visuales, recreadas mentalmente o asociadas a sensaciones como olores, colores o sonidos.
A menudo pensamos que cuanto más simple sea un elemento, más fácil será recordarlo, pero en realidad la memoria funciona a la inversa. Es decir, cuantos más elementos tengamos asociados a la información que queremos recordar, más fácil será que alguno actúe como el hilo de Ariadna, y que tirando de él lleguemos a la salida.
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