Quería ser cocinera y acabó siendo la persona más peligrosa de América. O al menos eso sostuvieron quienes la mantuvieron encerrada durante más de 25 años.
Una tarde de marzo de 1907, Mary Mallon fue perseguida por las calles de Manhattan. Sus ‘crímenes’ habían sido investigados, no por la policía, sino por George Soper, un ingeniero sanitario con experiencia en enfermedades infecciosas. Su sueño de ser cocinera se había acabado. Salvo por un paréntesis de cinco años, pasaría el resto de su vida confinada. Su historia es también la historia de la ciencia y de la lucha contra las enfermedades.
En 1907 el mundo de los microbios se estaba descubriendo a los ojos de los seres humanos, pero no muchos creían en él. El caso de Mary Mallon, portadora asintomática de la bacteria que causa la fiebre tifoidea y considerada paciente cero de varios brotes registrados en aquellos años, confirmó también el poder de los microorganismos y sentó las bases de muchas de las estrategias que usamos hoy para enfrentarnos a las epidemias.
La triste historia de María Tifoidea
Que Mary Mallon haya pasado a la historia como María Tifoidea dice mucho de lo que fue su vida. Nacida en Irlanda en 1869, emigró a Estados Unidos con 14 o 15 años. Los datos bailan; todavía no era tristemente famosa. De hecho, casi todo lo que sabemos de su historia se lo debemos a George Soper y a su artículo ‘The curious career of Typhoid Mary’, publicado en 1907 en el ‘Journal of the American Medical Association’.
No se sabe si ya era cocinera antes del 1900, pero ese sí fue el año en el que la primera de las familias para las que trabajó contrajo fiebre tifoidea. Hoy, en España, nos puede sonar como una enfermedad antigua, pero según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la bacteria Salmonella Typhi causa entre 11 y 21 millones de infecciones anuales en el mundo y deja más de 150.000 muertes. Y eso a pesar de que existe una vacuna.
A principios del siglo XX la situación era todavía más grave. Karl Liebermeister había descubierto la Salmonella Typhi en 1880, pero no se podía hacer mucho con ella más allá de mantener ciertas medidas de higiene y consumir agua limpia. La fiebre tifoidea era una enfermedad temida en todo el mundo y dejaba más víctimas a su paso que cualquier guerra. Se habían dado los primeros pasos para la vacuna, pero esta no estaría disponible hasta 1914.
La enfermedad de los pobres
Mientras tanto, Mary Mallon iba cambiando de empleador y allí donde se asentaba, dejaba contagios. Cuando en 1906 empezó a trabajar para la familia de Charles Henry Warren y aparecieron los primeros casos de fiebre tifoidea, este banquero contrató a George Soper para investigar. Nueva York pronto se sumió en uno de los peores brotes de fiebre tifoidea de su historia que dejó cerca de 11.000 muertos.
Cuando Soper empezó a investigar, Mallon ya había dejado la casa del banquero. Pero el experto en enfermedades infecciosas siguió sus pasos, descubriendo que la nueva familia para la que trabajaba también estaba infectada. La fiebre tifoidea era poco común entre las clases altas que podían acceder a servicios sanitarios y de agua corriente. De hecho, no se había encontrado la bacteria en casa de los Warren. Así que Soper creyó haber encontrado el origen del contagio, la paciente cero.
Primera cuarentena y libertad infecciosa
La enfermedad era asociada a las clases bajas y a la poca salubridad de su entorno. A menudo era causa de estigmatización. Así que Mallon se negó una y otra vez a hacerse la prueba para detectar la Salmonella Typhi. Soper eligió otro enfoque y decidió revisar su trayectoria en los últimos años. Allí donde había trabajado Mallon, y a pesar de que ella parecía no sufrir la enfermedad, habían surgido brotes.
Así que el inspector de salud de la ciudad de Nueva York, siguiendo las recomendaciones de Soper, decretó la detención y el confinamiento de Mallon. Los test dieron positivo y Mary fue señalada por generar 51 contagios y ser causa principal de varios brotes infeccioso. Los siguientes tres años los pasó encerrada en el hospital de Riverside, hoy abandonado, en una isla del llamado río Este que atraviesa Manhattan.
Nadie intentó explicarle por qué estaba encerrada, ni la importancia del distanciamiento físico o las medidas de higiene. Así que, cuando decidieron soltarla en 1910 tras un cambio en las políticas de salud pública de la ciudad, Mary Mallon volvió a las andadas. No entendía la persecución a la que la sometían. A los tres meses se había cambiado de nombre y trabajaba de cocinera, algo que tenía prohibido.
En 1915, el hospital Sloane registró un brote de fiebre tifoidea, con 47 casos y ocho muertes. En cuanto George Soper, que se había hecho ya un nombre en la investigación de las enfermedades infecciosas, acudió a ver qué había pasado, descubrió que una cocinera llamada Mary Brown había estado trabajando allí y acababa de marcharse. Fue entonces cuando se ganó el apodo de ‘Typhoid’ Mary (o María Tifoidea), gracias, sobre todo, a la prensa. Ya no volvería a conocer una vida al margen de la cuarentena.
Segundo encierro y los dilemas éticos
Ese mismo año Mary Mallon regresó a la isla del hospital de Riverside, donde fue confinada en un bungalow y privada de cualquier contacto físico. Allí permaneció hasta 1932, cuando por causa de un infarto fue traslada al hospital, donde moriría en 1938, tras una segunda cuarentena de 23 años.
Trascurrió el siglo XX y en la década de los ochenta el caso de Mary Mallon volvió a suscitar interés, sobre todo desde el punto de vista ético. ¿Se había actuado bien con ella o se había usado como sujeto de experimentación de las políticas de salud pública? ¿Era Mallon un ejemplo de la dificultad de tomar decisiones que supriman la libertad individual en favor del bien común? Preguntas que siguen de actualidad, aunque los patógenos sean otros.
Mientras pensamos en cuánto durará el confinamiento por la pandemia de COVID-19, mientras hacemos cuentas para saber cuándo volveremos a salir a la calle libremente, pensar en los 26 años de cuarentena de Mary Mallon lo pone todo en cierta perspectiva.
Imágenes | Wikimedia Commons/Public domain, Otis Historical Archives, The New York American, Riverside Hospital
Si ya existia la vacuna en 1915 ¿Clmo es que siguió encerrada?