Científicos de la Universidad de Oxford proponen pensar de nuevo en el Ártico para poner freno al cambio climático. Aunque esta vez no se centran en el deshielo de los casquetes polares, sino en tierra firme.
Su propuesta es repoblar la tundra con grandes mamíferos, como caballos y bisontes, que puedan reforzar los pastizales y reducir así las emisiones de carbono asociadas al deshielo del permafrost. Usarlos como ingenieros ecológicos que puedan devolver la fuerza al suelo.
Imitar un ecosistema prehistórico
Hace entre 100.000 y 12.000 años, durante el Pleistoceno, gran parte del hemisferio norte estaba dominado por un bioma (o paisaje bioclimático) muy particular: la llamada estepa del mamut. El clima era mucho más frío y seco que el de hoy y el suelo estaba cubierto de pastos y vegetación baja. El mundo animal, por otro lado, estaba dominado por grandes mamíferos, como bisontes, caballos y grandes mamuts lanudos.
Hoy sabemos que la presión que ejercían estos animales sobre el terreno modelaba en gran medida el paisaje. Al pisar y al pastar, evitaban que creciese vegetación alta y favorecían el crecimiento de los pastizales. Entraba en juego, también, el clima frío y seco. Se cree que la combinación entre la vida animal y el clima favoreció que estos ecosistemas perdurasen durante cientos de miles de años, aunque terminaron extinguiéndose hace unos 12.000.
Un grupo de científico de la Universidad de Oxford plantea ahora la idea de recuperar este tipo de ecosistemas en la tundra ártica, para hacer frente al cambio climático. En el estudio ‘Pleistocene Arctic megafaunal ecological engineering as a natural climate solution?’, analizan la posibilidad de repoblar el Ártico con grandes mamíferos, como caballos y bisontes.
El frío del permafrost
En gran parte de los ecosistemas de nuestro planeta, una solución para reducir las emisiones de dióxido de carbono es cuidar y dejar crecer nuestros bosques. En la tundra ártica, sin embargo, la solución no está en los árboles, sino en el suelo.
Allí, el permafrost (la capa de suelo permanentemente congelado, aunque no necesariamente cubierta de nieve) esconde grandes almacenes de carbono. Su derretimiento, a causa del calentamiento global, amenaza con liberar grandes cantidades de CO2 a la atmósfera, contribuyendo así de nuevo al cambio climático.
Al igual que hacían durante el Pleistoceno, los grandes herbívoros tienen la capacidad de modelar su entorno y diseñar el paisaje que tienen alrededor. A su paso, dejan un rastro que raras veces pasa desapercibido. Pisotean y desgastan el suelo y se alimentan de la vegetación que tienen a su alcance, reduciendo la masa de arbustos y favoreciendo el crecimiento de la hierba.
Muchos de estos cambios favorecerían la conservación del suelo y retrasarían el derretimiento del permafrost en ciertas zonas del Ártico. “Al eliminar la vegetación leñosa, mejorar el crecimiento del césped y pisotear la nieve en busca de forraje invernal, los grandes mamíferos aumentan la cantidad de energía solar que rebota hacia el espacio, un efecto conocido como albedo”, explican desde la universidad británica. Además, las raíces profundas de los pastos favorecerían la captura de carbono, permitiendo que las temperaturas más frías penetrasen en el suelo.
Pensar en el Ártico
En los últimos años, se ha puesto de manifiesto la importancia de evitar el derretimiento del permafrost para frenar el calentamiento global. El estudio dirigido por la Universidad de Oxford estima que las emisiones de carbono del descongelamiento del permafrost durante el siglo XXI podrían generar unos 4.350 millones de toneladas métricas de CO2 por año.
“El Ártico ya está cambiando y rápido. Adoptar un enfoque de ‘no hacer nada’ ahora es permitir que ocurran cambios rápidos e irreversibles», señala el autor principal del estudio, el Dr. Marc Macias-Fauria. El deshielo del permafrost podría tener consecuencias inmediatas en el mismo Ártico, favoreciendo el derretimiento de los casquetes polares. Algo que, a su vez, tendría sus efectos en los océanos y, por consiguiente, en todo el planeta.
«Tener en cuenta las estrategias de uso de la tierra destinadas a proteger el permafrost ártico tiene implicaciones similares para el cambio climático a las de las decisiones de uso de la tierra en otras regiones que actualmente reciben mucha más atención», completa el profesor Yadvinder Malhi. «No estamos acostumbrados a pensar en el Ártico de esta manera».
The Pleistocene Park
Desde 1988, Rusia cuenta con una iniciativa que busca imitar la estepa del mamut. Se trata del Pleistocene Park, un parque con una superficie de 20 kilómetros cuadrados en los que se busca restaurar los pastos con especies herbívoras como el yak, el reno, el alce y el caballo.
La iniciativa, señalan desde la universidad británica, ha alcanzado buenos resultados en sus poco más de 30 años de vida. Aunque para llegar al nivel del Pleistoceno, haría falta muchísimo más. El registro fósil ha permitido estimar que en aquella época había nada más y nada menos que un mamut, cinco bisontes, siete caballos, 15 renos, un lobo y 0,25 leones cavernarios en cada kilómetro cuadrado. La densidad animal que encontramos hoy en áreas protegidas de la sabana africana.
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