¿Puede entenderse la música como ciencia o, al menos, como una tecnología derivada de ella? Es decir, ¿es la música una aplicación científica? ¿Podemos incluirla, además de en la categoría de arte, en la de pilar del conocimiento? Todo parece indicar que sí.
Desde la construcción de un formalismo matemático para diseñar nueva música hasta la aplicación conductual de los hilos de supermercado para que compremos más, la música es una herramienta. Tiene sus propios principios, lenguaje, aplicaciones y proceso evolutivo. Feliz Día de la Música (21 de junio).
¿Qué es la música? ¿En qué consiste?
La música, primero, es física porque son ondas de presión en la atmósfera. Pero hay que matizar: lo que nosotros percibimos como música son ruidos audibles (sonidos) que además tienen determinada estructura y cadencia (regular o no).
Dicho de otro modo, la música son ruidos audibles ordenados, con frecuencia agradables para nuestro cerebro, especialmente si estamos familiarizados con variables como los instrumentos, la cadencia, el idioma, las frecuencias… o si somos capaces de detectar ciertos patrones. Como con los sabores, tendemos a sentirnos atraídos por patrones ya conocidos.
En teoría, para que un ruido ordenado sea considerado música, debería tener, al menos, tres elementos: melodía, armonía y ritmo. Aunque no son cualidades estrictamente necesarias y encontramos muchos ejemplos que carecen de alguno de estos tres elementos. Como muestra, muchas de las escenas de la película ‘Interstellar’ cuentan con largas piezas musicales sin ritmo, consistentes en notas sostenidas.
Esto quiere decir que, además de ruido audible, no parece haber consenso absoluto acerca de qué es la música y tampoco qué no es. Existe cierto marco de referencia, pero este cambia con el tiempo. El rock no sería apreciado como música en el Medievo, del mismo modo que el trap no habría sido música en los años 60 del siglo XX. Pero por debajo de todo subyace una estructura física que expresamos con matemática.
La componente técnica de la música
Como física, toda la música, incluido el canto, puede ser diseccionada en una serie de variables con su correspondiente transcripción matemática. Parámetros como la frecuencia, el ritmo, la fuerza o el timbre tienen su traducción matemática como altura y hertzios, duración, intensidad o diferentes tonos, sobretonos, armónicos, etc.
Lejos de restar valor a la música como arte, el uso de esta escritura matemática del sonido ha sido una herramienta clave e imprescindible en la creación de nuevos estilos. Las partituras, usadas durante siglos, son un ejemplo muy notable. En ellas vemos todo un lenguaje matemático que ha tenido su propia evolución hasta nuestros días.
Al igual que la formulación física, que también hace uso de otros lenguajes matemáticos, en las partituras podemos ver todo tipo de simbología y expresiones. Por ejemplo, las claves nos informan en qué octava nos movemos, y por tanto si la nota representada debe tocarse en octavas graves o agudas, lo que a su vez se traduce en expresiones físicas como la frecuencia.
Esto plantea una pregunta: ¿condicionan las herramientas de trabajo lo que consideramos música? Es decir, si no cabe en una partitura, ¿es música? Del mismo modo que la estructura del lenguaje nos permite (o no) desarrollar cierto tipo de idea, o que el tamaño de la pantalla influye en cómo percibimos las noticias leídas en ella, todo parece indicar que las mismas herramientas que nos ayudan a crear música también nos limitan el tipo de composición que somos capaces de desarrollar o comprender.
¿Es la música ciencia o tecnología?
La música es el sonido ordenado, pero también la expresión del sonido ordenado. Es decir, la partitura de arriba es música, a pesar de no ser audible, tanto como el texto de una obra de teatro es ‘voz’ aunque esté escrito sobre un papel. En este sentido, podemos imaginar la terminología matemática tras la música como una forma de ciencia.
La idea no es nueva [estudio]. Las referencias a la matemática de la música se remontan a Pitágoras, Platón, Aristóteles y Boecio, y han pasado con frecuencia por las manos de científicos como Kepler, Descartes, Rameau, Krause, Kant o Hanslick. Todos estos, y otros, consideraban la expresión de la música como una forma de ciencia.
Incluso a menudo se ha combinado la matemática numérica con la musical, dando lugar a nuevas composiciones. Las series numéricas han sido un filón, con composiciones aritméticas, geométricas de Fibonacci (arriba), los dígitos del número pi (abajo), composiciones fractales, dodecafonismo y varias docenas de aproximaciones digitales.
Al igual que usamos matemáticas para representar formulación física que luego empleamos, por ejemplo, para diseñar la cadencia con la que una cizalla baja y corta una lámina de aluminio en un proceso industrial (que es una aplicación tecnológica), podríamos decir que utilizamos partituras para crear la cadencia musical con la que se golpea un piano que emociona a la gente o la relaja.
¿Hay aplicaciones tecnológicas para la música?
En la industria musical saben desde hace siglos que los humanos estamos dispuestos a pagar por música. Ya sea por entretenimiento, como excusa para relacionarnos socialmente o para cambiar nuestro comportamiento, la música es una herramienta. Una aplicación tecnológica.
Un ejemplo de lo primero sería la suscripción a una cadena de streaming para poder disfrutar de música ininterrumpida. Para el segundo caso (relacionarnos) podríamos comprar una entrada para un concierto. El tercero lo observamos en los supermercados y cadenas de comida rápida, donde se trabaja con música que incita a la compra.
Uno de los informes más interesantes al respecto es ‘El impacto de la música en las ventas’ (2019), obra de IRi y la SGAE. El estudio analiza a través de test A/B (se pone música A, se pone música B, y luego se comparan los rendimientos). Determina que “el impacto de la música es de +0,8% [de ventas] siendo más relevante al inicio del periodo de implementación y luego menos relevante”. En algunos sectores el impacto llega a ser del +3,2% (textil).
Incluso dentro de una vertiente no económica, la música actúa como disparador de emociones y, por tanto, como herramienta. ¿Quién no se ha puesto música alegre para evitar estar triste o, por el contrario, ha elegido de forma consciente escuchar música triste para conservar cierto estado mental?
Si la música no es ciencia o si el proceso musical no es un proceso científico por sí mismo, es algo muy discutible. Desde luego, usa mecánicas similares a las del método científico para dar con las claves de lo que nos motiva. Algo muy parecido ocurre con las ciencias sociales. Pero como aplicación tecnológica no cabe duda de que la música se ha usado desde hace siglos con unos propósitos u otros, y que es tecnología.
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Imágenes | iStock/LDProd, Germán Casares Alonso