2020 comenzaba como cualquier otro año para las universidades. Profesores y alumnos daban por terminado el primer cuatrimestre del curso y empezaban a planear el segundo, con sus nuevas asignaturas, retos y desafíos.
Mientras tanto, desde China llegaban noticias de un nuevo caso de coronavirus. En un principio resultaban lejanas, pero pronto empezaron a hacer sonar las alarmas de la comunidad internacional. La preocupación terminó llegando hasta el ámbito universitario, en donde se planteaba siempre la misma pregunta: ¿estamos preparados para afrontar la educación no presencial?
Tres meses después de que se declarase el estado de alarma, docentes y alumnos miran atrás y hacen balance de esta etapa. Muchos coinciden: ha sido difícil y llena de pruebas, pero deja también enseñanzas positivas y lecciones para el futuro.
Una transición complicada
De un día para otro, las aulas se quedaron vacías y todo comenzó a depender de la tecnología. Algo que suponía un reto a nivel técnico, docente y también personal. Sobre todo, claro está, para las universidades que ofrecían su mayor carga lectiva de forma presencial.
“El problema derivaba de trasladar toda la parte docente al ámbito digital. La mayor parte de las universidades contaban ya con servicios o plataformas para hacerlo, pero no estaban preparadas para soportar la docencia de toda la institución al mismo tiempo”, explica Miriam Rodríguez Pallares, investigadora y docente de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
“A nivel docente, la principal dificultad fue aprender a usar estas herramientas que estaban a nuestra disposición desde siempre, pero que no se utilizaban”, continúa. «Muchos profesores sí las conocíamos y las estábamos usando, aunque no con todas sus prestaciones, pero otros no conocían siquiera su funcionamiento más básico».
Esta realidad obligó a centros como la UCM a implementar cursos de formación para el profesorado, que permanecía atento además a los cambios y las actualizaciones que les iban llegando desde la propia universidad, las comunidades autónomas o el Ministerio de Universidades.
Al otro lado de las pantallas, los alumnos enfocaban las primeras semanas con incertidumbre. “El principio fue bastante chocante y complicado, un caos, porque los profesores no tenían claro qué hacer. Cada uno intentó empezar lo antes posible con la plataforma que conocía: YouTube, Blackboard Collaborate, Skype y muchas más”, explica Diego Martínez, estudiante de 3º de Ingeniería Informática en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). “Esta situación se alargó durante semanas, hasta que el rectorado hizo una recomendación de cuáles usar y todo se fue organizando. Aun así, hemos utilizado muchas”.
Prácticas en modo telemático
Una vez se vencieron las dificultades de las primeras semanas, universidades como la UCM y la UPM continuaron su docencia online a través de plataformas, propias o externas. Para la mayoría de los alumnos, acostumbrados a usar nuevas tecnologías y herramientas, no supuso un gran problema.
A Paula Martínez le tocó vivir esta experiencia en su primer curso en la Universidad Rey Juan Carlos de Alcorcón, donde estudia Terapia Ocupacional. “Salvando las primeras semanas, para mí no ha sido tan difícil. Una vez estuvo todo organizado, tuvimos clases online en las que podíamos consultar las dudas, y luego nos organizábamos para estudiar y hacer los trabajos”, cuenta.
Sí encontró diferencias en algunas prácticas. Como es habitual en las carreras de la rama de la salud, estaban planteadas para realizarse de forma presencial. En una de ellas, por ejemplo, tenían que analizar la musculatura y los rangos articulares de otro compañero. Finalmente, esta y otras clases se sustituyeron por trabajos y un examen.
Para los estudiantes de Ingeniería Informática, sin embargo, las prácticas no supusieron un problema, ya que suelen realizarse con un ordenador. “En mi caso en general estar en casa me ha facilitado muchas cosas. Una vez todo se puso en marcha y sabíamos cuándo hacer cada cosa, me resultaba más fácil organizarme en vez de estar yendo y viniendo de la universidad. Gano mucho tiempo en el día”, señala Diego Martínez.
Un punto en el que sí existe consenso es en el de los exámenes. Por lo general, fueron un desafío para instituciones, profesores y alumnos.
Miles de exámenes a la vez
“Desde mi perspectiva todo funcionaba perfectamente con la docencia online. Los problemas llegaron más adelante, con los exámenes”, explica Miriam Rodríguez, quien señala también que todas las universidades, incluso las online, realizan los exámenes de forma presencial. “Esto da una pista de que asegurar una buena calidad de examen y evitar plagios y copias no estaba garantizado en el modelo online. Pero no había otra opción, así que usamos las prestaciones que incluyen las plataformas”.
Para muchos centros, los exámenes planteaban también un reto a nivel tecnológico. ¿Qué pasa si toda una institución de miles de personas se conecta al mismo tiempo a la misma plataforma? En el caso de la Complutense, la solución pasó por crear cuatro campus virtuales paralelos al ya existente para realizar exámenes online de tipo test. Eran los propios profesores los que duplicaban los contenidos en los campus virtuales para que los alumnos pasasen de uno a otro mediante un hipervínculo, sin siquiera notarlo.
“El temor de algunos profesores a que pudiésemos copiar les hizo plantear exámenes que era imposible hacer, tanto por longitud como por dificultad”
Desde el punto de vista de los alumnos, los exámenes protagonizaron también los momentos más complicados de la experiencia telemática. “El temor de algunos profesores a que pudiésemos copiar les hizo plantear exámenes que era imposible hacer, tanto por longitud como por dificultad”, explica Diego Martínez.
Paula Martínez coincide en este punto, y añade las complicaciones que surgían de problemas técnicos. “En un examen una compañera no podía editar el documento que teníamos que entregar. A otros se les iba la conexión. No sabemos cómo justificar estos problemas, porque los profesores quieren pruebas muy consistentes. Pero en el momento no piensas en hacer una foto a la pantalla que se ha quedado colgada: solo esperas que se solucione”.
Cuando falta y falla la tecnología
Uno de los primeros pasos que tomó Miriam Rodríguez cuando comenzó el estado de alarma y los estudiantes regresaron a sus casas fue preparar varias encuestas. Con ellas buscaba detectar si alguno de sus alumnos no tenía acceso a internet o un dispositivo móvil para seguir el curso de forma telemática.
La rapidez con la que se sucedieron los acontecimientos le hizo plantear también la siguiente pregunta: ¿sabes si algún compañero de clase no tiene acceso a internet? “Ya que, de ser así, ellos mismos no podrían responderme”, explica.
Entre sus alumnos, todos tenían acceso a la red. En cuanto a los dispositivos, dos de ellos contaban solamente con su móvil, pero esto no les impidió seguir las asignaturas. Sin embargo, la disponibilidad de tecnología sí ha supuesto un problema para miles de estudiantes en España, y no solo a nivel universitario.
«Regalamos un portátil a un compañero porque el que tenía estaba en malas condiciones. Sin él, no sé cómo hubiese hecho las prácticas»
“En mi carrera las prácticas no son algo difícil de hacer telemáticamente, pero no todo el mundo tiene los recursos adecuados en sus casas”, ejemplifica Diego Martínez. “Este año entre varios le regalamos un portátil a un compañero porque el que tenía estaba en malas condiciones. Sin él, no sé cómo hubiese hecho las prácticas. Hay personas que no tienen buena conexión a internet, otros que no tienen ordenador, solo tableta, y hasta casi la mitad del confinamiento no se empezó a ofrecer ayuda a estas personas que tienen menos recursos”.
Incertidumbre y buenos propósitos para después del verano
Una de las lecturas positivas que profesores y alumnos sacan de esta experiencia es la incorporación a la docencia de herramientas digitales. “Se ha presionado al colectivo docente para ponerse al día con prestaciones tecnológicas que a día de hoy no son algo optativo, sino una exigencia profesional”, zanja Miriam Rodríguez.
Todavía es pronto para predecir qué sucederá el próximo curso. Algunos planes pueden cambiar, como el de Diego, que cuenta con una beca Erasmus para realizar su 4º curso en Finlandia. “Todavía no sé qué pasará. Nos ofrecen la posibilidad de realizar el primer semestre de forma telemática, desde casa, pero eso no encaja con mi idea de un Erasmus”, explica.
Otras cosas se mantendrán, como el control de los aforos y las medidas de higiene. También la posibilidad de adoptar modelos de docencia alternativos. Y es que tanto profesores como alumnos prefieren pensar que, si se diese otro confinamiento, podría aprovecharse todo lo aprendido durante estos tres meses.
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