Llevaba décadas alertándose: la deforestación y el comercio regular de vida silvestre aumentan el riesgo de aparición de enfermedades infecciosas, como la COVID-19.
Sin embargo, esta amenaza ha tenido poca relevancia a la hora de calcular presupuestos, dedicar partidas y establecer objetivos por parte de gobiernos y entidades internacionales. La idea de una pandemia parecía lejana y poco probable, a pesar de que multitud de expertos y estudios señalaban lo contrario.
Ahora, un estudio de la Universidad de Princeton (Estados Unidos) analiza diferentes vías para evitar la aparición de otras zoonosis (aquellas enfermedades que se transmiten entre animales y seres humanos). De acuerdo con sus cálculos, el coste de prevenir futuras pandemias en los próximos 10 años equivale únicamente al 2% del daño económico estimado que causará este coronavirus.
El coste de la COVID-19
Hasta el momento, la COVID-19 ha costado unos 2,6 billones de dólares y puede llevar a multiplicar por 10 esta cantidad. Así lo indican en el estudio ‘Ecology and economics for pandemic prevention’, publicado en la revista ‘Science’.
Detrás de este estudio está el profesor de ecología y biología evolutiva de Princeton, Andrew Dobson. Junto con su compañero Stuart Pimm, de la Universidad de Duke, formó un equipo para dar respuesta a varias preguntas que están en boca de muchos. ¿Tenemos medios para evitar otra pandemia? ¿Qué se puede hacer para evitar que una crisis sanitaria como esta vuelva a repetirse?
El grupo, formado por epidemiólogos, biólogos, conservacionistas, ecologistas y economistas, realizó una serie de cálculos basados en investigaciones científicas que se recogen en un artículo de opinión. De acuerdo con sus estimaciones, una inversión anual de unos 30 000 millones de dólares sería suficiente para reducir el riesgo considerablemente.
El estudio propone varias vías para prevenir futuras pandemias provocadas por enfermedades zoonóticas. Las principales son reducir la deforestación, regular correctamente el comercio de vida silvestre y mejorar el control de enfermedades en animales tanto salvajes como domésticos.
Tal y como recuerda el estudio, la destrucción de los bosques tropicales y el comercio de vida silvestre están detrás de la aparición de cuatro enfermedades graves que han surgido en los últimos 50 años: COVID-19, ébola, SARS y VIH. Y no son las únicas: la presencia de enfermedades infecciosas es cada vez más frecuente. “La aparición de patógenos es un evento tan regular como las elecciones nacionales: una vez cada cuatro o cinco años”, señala Peter Daszak, epidemiólogo de Ecohealth Alliance en Nueva York y coautor del estudio.
Más allá del mercado de Wuhan
Cuando se detectó la aparición de un nuevo virus de origen animal en China, todas las miradas se centraron en los wet markets o mercados húmedos. Lugares en los que se comercializan especies silvestres vivas y que son un riesgo de brote de enfermedades infecciosas. Sin embargo, los mercados húmedos asiáticos son solo la cara visible de un problema que tiene dimensiones globales: el tráfico de especies silvestres.
Las instituciones que buscan frenar este problema cuentan con un escaso apoyo económico. La Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites), encargada de monitorear el comercio internacional de vida silvestre, tiene un presupuesto global neto de solo seis millones de dólares. La red de control de vida silvestre en el sudeste asiático, por otro lado, cuenta con un presupuesto anual de 30 000 dólares.
Frente a estos limitados presupuestos, se presentan actividades económicas (tanto legales como ilegales) que generan millones de dólares al año. Productos como las escamas de pangolín o los cuernos de rinoceronte pueden venderse por verdaderas fortunas en el mercado negro. Y no es necesario ir tan allá: millones de personas dependen de los bosques tropicales para obtener alimentos y medios de subsistencia en su día a día.
Por este motivo, los autores del estudio defienden la idea de capacitar a la población local de zonas de riesgo. Esta solución les permitiría establecer un control sobre el uso que se hace de la vida animal y vegetal y obtener fuentes de financiación alternativas.
Un registro de muestras genéticas
A medida que sus ecosistemas se ven reducidos, numerosas especies se ven obligadas a adentrarse en poblaciones humanas. Es el caso, por ejemplo, de los murciélagos frugívoros (aquellos que se alimentan de frutas). Al alterarse sus hábitats forestales, suelen acudir a alimentarse cada vez más cerca de los asentamientos humanos, algo que ha sido clave en la aparición de diferentes virus en África Occidental, Malasia, Bangladesh y Australia.
De acuerdo con el informe, una inversión de unos 9000 millones de dólares para establecer políticas forestales adecuadas podría reducir un 40% el riesgo de propagación de virus en las áreas con mayor riesgo.
Otra propuesta de los autores es hacer un seguimiento de los patógenos virales que circulan entre los animales. Sugieren la creación de organizaciones internacionales de monitoreo de salud animal que a su vez integren grupos regionales y nacionales. El resultado final sería la creación de una biblioteca de muestras genéticas, que permitiría identificar el origen de nuevos patógenos.
El coste anual de prevenir futuras pandemias es equiparable al 1 o 2% del gasto militar anual de los 10 países más ricos del mundo. Una cifra que los autores consideran trivial si tenemos en cuenta sus posibles beneficios. “Si vemos la batalla contra patógenos emergentes como la COVID-19 como una guerra que todos tenemos que ganar, entonces la inversión en prevención cobra un valor excepcional”, señala Dobson.
Todas estas medidas permitirían, además, reducir el impacto humano sobre el medioambiente. Y, frenar, así, el impacto de otra amenaza que está muy unida a la aparición de posibles pandemias: el cambio climático.
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