La curva llegó a aplanarse, pero hace tiempo que vuelve a crecer. Esto en España y el resto de Europa, porque a nivel mundial la epidemia de COVID-19 nunca ha llegado a bajar el ritmo.
Medio año después de que la OMS declarase la pandemia, los nuevos casos diarios se cuentan por decenas de miles. Seis meses después de que España declarase el estado de alarma ante el colapso del sistema sanitario, los hospitales están cada vez más llenos. Parecía que todo estaba bajo control, que las mascarillas nos habían vuelto invencibles, pero la incertidumbre vuelve a hacer acto de presencia en el horizonte.
Reinfecciones, vacunas, transmisión aérea, nuevos confinamientos… Las preguntas se acumulan y Margarita del Val, viróloga del CSIC especialista en inmunología e investigadora científica en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, es una de las muchas personas que trata de darles respuesta desde la ciencia.
– Se acerca el otoño, los estudiantes vuelven a las aulas y volveremos a pasar más tiempo en espacios cerrados. ¿Estamos preparados para lo que viene?
Da la impresión de que no, pero habrá que verlo con el paso del tiempo. La situación es hoy muy distinta a la de marzo y muy diferente entre cada comunidad autónoma. En algunas provincias, la incidencia de la pandemia es incluso más alta que en la primera ola. Ha habido un punto de azar en esta situación, pero también de no tomar las medidas adecuadas. Cuando terminó el estado de alarma, las autonomías empezaron a adoptar medidas dispersas y tardías.
«Había muchas ganas de volver a la rutina de antes y había una necesidad importante de reactivar la economía. Se ha elegido ignorar los consejos de los especialistas».
– Detectamos muchos más casos que antes, pero los números de hospitalizaciones no mienten. ¿No hay duda de que estamos ante una segunda ola epidémica en España?
Estamos en una segunda oleada y la pregunta es si va a bajar o si va a persistir durante todo el invierno. La ola de invierno se da por descontada. Pasa con todos los virus respiratorios, aunque el hecho de que vayamos a llevar mascarilla podría tener un efecto positivo.
Faltan medidas. Hemos visto que el confinamiento total funciona. Y me parece que nos hemos creído que la mascarilla iba a funcionar igual de bien. Pero no. Ninguna medida tiene por sí sola el efecto del confinamiento total.
– En las primeras semanas se apostó por el miedo y luego por los mensajes positivos. ¿Quizá se ha hecho poco hincapié en qué hábitos tenemos que cambiar en la nueva normalidad para frenar los contagios?
Desde el mes de abril, se ha apostado por hacer ver que la situación estaba más controlada de lo que realmente estaba. Esto ha llevado a que hayamos retomado la normalidad con excesiva calma. Pero no creo que se haya hecho poco hincapié en qué medidas hay que adoptar.
La mayoría de los especialistas han tenido opiniones muy parecidas. Creo más bien que no se ha querido escuchar, porque había muchas ganas de volver a la rutina de antes y había una necesidad importante de reactivar la economía. Se ha elegido ignorar los consejos de los especialistas.
Sin salud y sin sanidad no hay economía. No existe una dicotomía entre una u otra, es un falso dilema. Primar la economía sobre la salud no es una estrategia con perspectivas de éxito. Si no hay salud, no vamos a ningún lado.
– Los casos suben también en Europa, pero ¿por qué ha empezado por España?
Creo que se han tomado pocas medidas. En Italia, por ejemplo, todavía están en estado de emergencia. Otros países han apostado por implementar la aplicación móvil de rastreo y dotarla de recursos y personal. Aquí se optó por abrir rápidamente los locales de hostelería sin muchas medidas de control, mientras en otros países ni siquiera se han abierto algunos de estos locales. En España hemos incorporado la mascarilla en cualquier lugar, pero hemos olvidado otras medidas importantes.
«Es sorprendente que muchas empresas estén ahora volviendo al trabajo presencial cuando han estado funcionando con teletrabajo. No tiene sentido».
– ¿Como cuáles?
La mascarilla debe usarse, sobre todo, en interiores y cuando hay proximidad. La cuarentena de positivos se hace a medias, pero la de los contactos de un positivo apenas se hace. En grupos de amigos cercanos y familia no se respeta la distancia. El registro de entrada en locales para poder hacer seguimiento tampoco se hace. La movilidad podría restringirse algo más y podrían confinarse barrios o zonas con mayor rapidez.
El teletrabajo debería fomentarse con mayor fuerza. Es sorprendente que muchas empresas estén ahora volviendo al trabajo presencial cuando han estado funcionando con teletrabajo. No tiene sentido. Hay medidas más importantes que usar la mascarilla en exteriores.
– La transmisión aérea del virus parece que es más importante de lo que se creía. ¿Por qué es tan difícil saberlo?
Habiendo tantos asintomáticos, es muy difícil identificar el momento de contagio. Ha habido muchos brotes bien definidos, pero también muchos contagios que parecen venir de la nada. Como no hacemos bien las cuarentenas, el virus está circulando por todas partes.
– Si la transmisión aérea es clave, ¿cómo deberían cambiar nuestras medidas de higiene y prevención?
No deberían cambiar. Desde hace meses recomendamos aprovechar el aire libre, revisar los sistemas de aire acondicionado para que renueven el aire en interiores, ventilar a menudo, usar la mascarilla en interiores, no cantar o hablar en voz muy alta, no acercarse… Son todas medidas que sirven para controlar la transmisión aérea.
«No podemos pedirle la perfección absoluta a cada una de las medidas. Tenemos que hacerlo lo mejor posible y cumplir el mayor número de medidas posibles».
– ¿En qué posición deja esto a los colegios?
En las localidades donde hay una mayor incidencia, probablemente veremos más casos también en los colegios. Pero la posición de los centros educativos tiene que ser la misma, no les deja ni peor ni mejor.
– No cantar, ventilar a menudo, no acercarse… Quizá algunas medidas son difíciles de aplicar en los colegios.
No podemos pedirle la perfección absoluta a cada una de las medidas. Tenemos que hacerlo lo mejor posible y cumplir el mayor número de medidas posibles. No creo que haya que hacer nada nuevo porque se admita una mayor importancia de la transmisión aérea. Hay que aplicar las medidas existentes y ya está.
– Ha observado muchos virus en su vida. ¿Qué le diría a quien dice que el coronavirus no existe porque nadie lo ha visto?
Se ven con el microscopio electrónico, igual que el resto de virus. A quien dice que no existe, le digo que deje de buscar excusas. Esta infección ha cambiado todos los aspectos de nuestra vida. Me es muy difícil entender que haya gente que no crea que existe el virus. A quien conoce cómo funcionan los microorganismos nada de esto le parece extraño.
– Han pasado seis meses desde el inicio de la pandemia y sabemos mucho más del virus que antes. ¿Cómo ha cambiado su trabajo en el grupo de investigación sobre inmunidad viral?
Tenemos más trabajo que antes porque estamos estudiando la respuesta inmunitaria al coronavirus, pero mantenemos los proyectos antiguos. Además, estamos haciendo mucho esfuerzo por mantenernos informados, porque se están publicando estudios a una velocidad de vértigo.
Por último, se está haciendo mucho hincapié en la colaboración entre expertos y con otros grupos más allá de la investigación médica, como los medios, la sociología, el derecho… Todavía queda mucho camino por delante, estamos solo al principio de la pandemia.
«El mayor temor no es que las reinfecciones puedan generar síntomas graves, sino que la inmunidad que se adquiere en la primera infección no sea lo suficientemente buena como para evitar que se multiplique el virus».
– Ha habido algunos casos de personas que se han vuelto a contagiar. ¿Son excepciones o una nueva preocupación?
Son pocos casos documentados para saberlo. Está claro que, entre los 30 millones de personas contagiadas, y confirmadas, en el mundo, hay muchos colectivos que han estado expuestos a una segunda infección. Se han llevado a cabo estudios en algunos de ellos y no se ha detectado que las reinfecciones demostradas hayan sido más graves que la primera.
Es lo esperable, sucede también con otros coronavirus. Son virus que parecen más benignos porque tenemos inmunidad contra ellos, pero nos reinfectan constantemente. Cada dos años, una persona que haya tenido un catarro por un coronavirus, vuelve a tenerlo. Nuestro sistema inmunitario trabaja para mantener a raya estas infecciones y hace que sean más leves.
Se dice que las enfermedades infecciosas solo se pasan una vez. Pero lo que sucede es que, aunque te infectes más veces, la memoria inmunitaria de nuestro cuerpo reacciona con eficacia y no nos enteramos de los síntomas.
El mayor temor ahora no es que las reinfecciones puedan generar síntomas graves, sino que la inmunidad que se adquiere en la primera infección no sea lo suficientemente buena como para evitar que se multiplique el virus. Es decir, que las personas puedan reinfectarse sin síntomas, pero seguir contagiando. Nadie puede bajar la guardia. No existe el pasaporte inmunitario.
– ¿Qué tipos de inmunidad tenemos frente a este virus?
Frente a todos los agentes infecciosos se organiza una respuesta inmunitaria muy completa. Nos permite controlar muchas infecciones, incluso las que no hemos experimentado nunca. Tarde o temprano, la especie humana será capaz de controlar la infección.
Desde el punto de vista de la inmunología, la vida del virus tiene dos fases. La primera es la transmisión de una persona a otra. Si el virus no se transmite deja de existir. Contra esta primera fase, nuestro sistema lucha, sobre todo, con los anticuerpos. La segunda fase es la replicación del virus en nuestro interior. Nuestro cuerpo lucha contra las células infectadas, contra las fábricas del virus, gracias a los linfocitos.
En este virus el problema no es que no exista una respuesta inmunológica ante las células infectadas. El problema es que el virus induce una inflamación persistente en el tiempo. Esta inflamación, cuando se junta con otras enfermedades crónicas con un componente inflamatorio, como la diabetes tipo 2, la hipertensión o las enfermedades cardiovasculares, incrementa el daño.
«La memoria inmunitaria consiste en una especie de cuerpo de élite de linfocitos capaz de detectar por dónde está entrando el virus y neutralizarlo rápidamente. Y dura toda la vida».
– Antes hablaba de la memoria inmunológica. ¿Cómo funciona?
La primera vez que una persona se enfrenta a un virus, el sistema genera una gran cantidad de mediadores llamados citoquinas que combaten el virus allí donde ha entrado y avisan al resto de células del sistema inmunitario que están patrullando por nuestro organismo. Estas se trasladan a la zona de infección y empiezan a trabajar.
En primer lugar, los linfocitos B entran en una fase de mutación. La mayoría de mutaciones al azar no lleva a nada positivo. Pero, de vez en cuando, aparece un linfocito que tiene una interacción mucho más fuerte con el virus. Si ocurre eso, ese linfocito se selecciona, produce células que hacen anticuerpos potentes, se multiplica rápidamente y entra en la fase de memoria. Es decir, se guarda para que, cuando se produzca una nueva infección, el sistema ya tenga la herramienta adecuada para combatirla.
Digamos que en la primera infección hay mucho de pruebas y en la segunda están mucho más equipados. La memoria inmunitaria consiste en una especie de cuerpo de élite de linfocitos capaz de detectar por dónde está entrando el virus y neutralizarlo rápidamente. Esta memoria dura toda la vida. Cada vez que se estimula, se fortalece.
– Si el coronavirus, hipotéticamente, desapareciese y volviese a surgir dentro de 30 años, nuestro sistema inmunitario se acordaría de él.
Sí, claro. Es lo que pasa con la gripe. Cuando hubo la epidemia de gripe A [2009-2010], resulta que había habido un virus muy similar hacía 60 años. Así que muchas de las personas mayores de 60 años tenían memoria inmunitaria y por eso la incidencia fue mayor entre las personas jóvenes.
– ¿Cómo se explica desde el punto de vista inmunológico que la reacción al coronavirus sea tan diferente entre grupos de edad?
El sistema inmunitario se acaba de desarrollar durante el primer año de vida, por eso los niños de menos de 12 meses presentan alguna complicación más con el coronavirus. A partir del año, tenemos un sistema muy robusto que empieza a decaer desde los 20 o 30 años. En una edad avanzada, el sistema inmunitario tiene menos capacidad de reacción y hay más probabilidades de que no sea capaz de controlar la infección.
La memoria de otros coronavirus no creo que juegue ningún papel en protegernos de la COVID-19. Si jugase algún papel, la gente mayor estaría más protegida y sucede justo lo contrario. No se ha demostrado nada, es una opinión, pero no creo que haya relación entre memoria inmunológica cruzada y esta enfermedad. Eso sí, nos ayudará de cara al futuro porque, además, se trata de un virus que muta poco, varía 10 veces menos que el de la gripe.
«Lo de marzo fue salvaje, no podemos permitirlo otra vez. Y eso lo causaron quienes contagiaban el virus alegremente».
– Hay muchas esperanzas puestas en la vacuna y quizá demasiado optimismo. Desde el punto de vista de la inmunidad, ¿qué dificultades tiene el desarrollo de una vacuna efectiva?
La inmunidad que desarrollamos frente al coronavirus es suficientemente buena para protegernos clínicamente, pero puede no serlo para evitar reinfecciones que sean contagiosas. La inmunidad que nos dé una vacuna será, probablemente, diferente. Teniendo en cuenta las características de este virus, es probable que pueda generarse una vacuna muy potente. Pero no creo que podamos contar con ninguna vacuna significativa en los próximos nueve meses, en toda la temporada otoño-invierno.
Se van a desarrollar vacunas, pero las primeras serán las más fáciles de hacer -entre comillas, que ninguna es fácil- y no nos darán una protección suficiente. Nos darán inmunidad parcial o poco duradera, que no evite la transmisión o que cause un efecto secundario. Uno espera que, si está vacunado y se infecta, no se ponga enfermo. Pero en ocasiones, las vacunas contra coronavirus provocan una reacción peor a la enfermedad.
– ¿Por qué ocurre esto?
Normalmente, porque induce algún tipo de inflamación que luego se suma a la inflamación causada por el virus. Al igual que las personas con enfermedades cardiovasculares sufren más la COVID-19, si la vacuna causa una pequeña inflamación que el virus puede incrementar, hará peor la enfermedad. Eso lo saben todos los investigadores y se está teniendo muy en cuenta.
«Es necesario incorporar las medidas de protección a nuestra rutina. Así podremos dedicarnos a otra cosa sin estar todo el día pensando en si nos hemos puesto bien la mascarilla».
– Ha llegado a decir que, si no hacemos las cosas bien, la pandemia puede durar una década.
Y aunque se hagan bien. Si no hay vacuna, si no hay antivirales, si no hay investigación, puede durar mucho. El 9 de marzo redacté una carta en la que explicaba por qué entendía que esto era grave. Allí decía que, si no teníamos vacuna, teníamos que lograr que la pandemia durase 100 años.
¿Por qué? Porque en unos meses se ha infectado un 5% de la población y ha sido brutal. Para llegar al 100% de infectados tendríamos que tener 20 oleadas como la de marzo y abril. No podemos permitir esa salvajada. Si no encontramos un remedio, lo mejor es que dure muchos años.
Es necesario incorporar las medidas de protección a nuestra rutina. Así podremos dedicarnos a otra cosa sin estar todo el día pensando en si nos hemos puesto bien la mascarilla. Dedicarnos a vivir, que se puede, con una serie de normas nuevas. Lo de marzo fue salvaje, no podemos permitirlo otra vez. Y eso lo causaron quienes contagiaban el virus alegremente.
– ¿No ha cambiado nada la situación?
Claro que ha cambiado, hay mucha gente que se protege. Pero los que no lo hacen son muy irresponsables. Todos los que están en una situación de riesgo están teniendo mucho cuidado. Por eso existe una especie de escudo para una parte de la población. Las personas de alto riesgo se han quitado de la circulación.
«Espero que reaccionemos. Que de esta salgamos apoyando más a la ciencia y votando a los políticos por lo que realmente hacen y no por lo que prometen».
– Ha calado el mensaje de que los más jóvenes no sufren la enfermedad, ¿quizá ha hecho que mucha gente no se tome en serio la pandemia?
Desde el primer día, lo importante no ha sido la gravedad de la enfermedad, lo importante es que la enfermedad no se extienda y no se contagie todo el mundo a la vez. Si los jóvenes creen que ellos no se infectan y que por eso no van a dejar de lado su diversión, me parece una irresponsabilidad total.
Volvemos al principio: sin salud no hay economía. Y quien más va a sufrir las consecuencias del daño económico son los jóvenes que no tienen su vida profesional encauzada. Creo también que las administraciones están tardando mucho en tomar medidas serias que puedan ser impopulares.
Espero que reaccionemos. Que de esta salgamos apoyando más a la ciencia y votando a los políticos por lo que realmente hacen y no por lo que prometen, que se les vote por cómo se ha gestionado la pandemia.
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Imágenes | CSIC/César Hernández, Unsplash/Fusion Medical Animation, Albert Hu
Tiene razón, pero pero seguro que está hasta el moño de decir lo mismo y que no le hagan caso