¿Hay esperanza en la lucha contra el cambio climático? ¿Podemos hacer algo o ya es demasiado tarde para actuar?
Las valoraciones sobre el cambio climático tienden a ser catastrofistas. «El océano hierve», «Buena parte del planeta será como el Sáhara»… Están plagadas de términos que nos hacen temer por nuestro futuro. Y quizá deberíamos. Pero, por mal que puedan ir las cosas, siempre habrá algo que podamos hacer. Siempre hay tiempo para evitar que todo vaya a peor.
Andreu Escrivà, divulgador, experto en biodiversidad y director del Observatorio del Cambio Climático de la fundación València Clima i Energia, acaba de publicar el libro ‘¿Y ahora yo qué hago? Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción’. Hablamos con él de la motivación y la esperanza en la lucha climática, los desafíos que supone la transición energética, el negacionismo o el papel de las nucleares, entre otros muchos temas.
– La pandemia ha reordenado nuestras prioridades. ¿Crees que ha relegado el cambio climático en la lista de preocupaciones de las personas?
Sin duda. Estábamos en un momento muy emocionante de movilización climática, de despegue del cambio climático a nivel mediático. Por primera vez, desde finales de 2018 se estaba consiguiendo una presencia sostenida del cambio climático en los medios de comunicación. Había costado mucho alcanzar esa situación de visibilidad. Pero el coronavirus ha arrasado con el resto de temas.
– ¿Quizá como parece un desafío más a largo plazo, siempre surgen objetivos más prioritarios?
Es así, me hace mucha gracia. Hay gente que dice: «¿por qué en lugar de gastarnos X dinero luchando contra el cambio climático no lo invertimos en otra cosa?». Siempre parece que hay algo más urgente. Pero el cambio climático es ya el presente.
La temperatura ha subido un grado de media en el globo y en algunas partes del Mediterráneo bastante más. El verano se ha alargado en España cinco semanas desde 1980. Los glaciares están desapareciendo. Es una crisis real y actual, pero es cierto que sus impactos más demoledores no se perciben en cuestión de semanas, al contrario de lo que sucede con otras crisis como la del coronavirus.
El cambio climático no se ve tanto. De hecho, creo que llamarlo emergencia climática banaliza el problema. No es comparable con lo que habitualmente entendemos por emergencia. Es una crisis profunda que va a determinar nuestro futuro como sociedad y como economía, con mucha más intensidad que el coronavirus, pero a una escala temporal más lenta. Tenemos que tomar decisiones a escala de vida humana que afectarán incluso al tiempo geológico.
«Con el cambio climático queremos cambios rápidos, fáciles, indoloros, que no nos afecten y que sean inmediatos. Eso no existe».
– Las soluciones tampoco son inmediatas.
Claro. Es como si te pones a dieta y el primer día quieres tener ya el peso deseado. Con el cambio climático queremos cambios rápidos, fáciles, indoloros, que no nos afecten y que sean inmediatos. Eso no existe. Las soluciones son a corto, medio y largo plazo. Dejar de quemar carbón puede ser algo inmediato. Pero los beneficios se verán a la larga.
– La lucha contra el cambio climático está llena de límites que no se pueden traspasar: 2030, 2050, 1,5 grados Celsius… ¿Son realmente útiles?
Hace cinco años, era necesario hacer hincapié en la idea de límite, en la urgencia de actuar. Pero ahora se ha popularizado el concepto de presupuesto de carbono: cuánto podemos emitir sin comprometer subidas de temperatura importantes. Como consecuencia, se ha puesto mucho énfasis en los límites. Esto ha coincidido con la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible; y muchas otras iniciativas, como el reloj que han puesto en Manhattan que cuenta cuánto tiempo nos queda.
Pero ni tanto ni tan calvo. La noción de límites es importante. El cambio climático no es un proceso lineal. Hay barreras a partir de las cuales el sistema Tierra se empieza a comportar de formas que no podemos predecir aún. Pero también es verdad que esos límites no son líneas marcadas en el suelo, líneas que si cruzamos ya está todo perdido. Siempre va a merecer la pena hacer algo.
En 2030, quizá hayamos comprometido una subida de dos grados de la temperatura media. Pero la diferencia con evitar una subida de cuatro grados sigue siendo enorme. Es decir, la urgencia es máxima, pero si nos pasamos de los límites no hay que tirar la toalla. Nunca estará justificado rendirse.
– La lucha contra el cambio climático está llena de contradicciones, tanto sociales como personales. ¿Crees que los poderes políticos y empresariales están realmente dispuestos a acometer los cambios necesarios?
No, pero tenemos que obligarles. Creo que hay gente en las instituciones que desearía que hubiese mucha más presión ciudadana. También hay muchas personas preocupadas por el cambio climático en las empresas y en la academia. Pero la gente que ocupa muchos de los puestos estratégicos y los engranajes que hacen que todo funcione son en general muy reacios a cualquier tipo de actuación climática profunda. Su intención es hacer solo cambios cosméticos.
Y creo que esto es así no porque sean gente malvada, sino porque no se percibe que el cambio climático sea algo urgente para la sociedad.
«Apostar por una transición rápida y efectiva coloca a los países en una mejor situación de competitividad a la larga. Es prepararse para el futuro».
– Además, hay países y empresas abiertamente negacionistas. En un contexto inestable como el actual, hay quien afirma que los países que apuesten por la transición verde se arriesgan a debilitar su posición y su competitividad.
Para mí esto no tiene sentido. Apostar por una transición rápida y efectiva coloca a los países en una mejor situación de competitividad a la larga. Es prepararse para el futuro. Lo vemos con la inversión en ciencia: las consecuencias no son inmediatas, pero a la larga es mucho más positivo para el país.
Está más que estudiado que existen grandes oportunidades en la reconversión de sectores y en las industrias emergentes, como las renovables. España, por ejemplo, es un país con mucha construcción. Existen muchísimas viviendas que necesitan rehabilitación para ser más eficientes energéticamente. Eso también es transición verde. Ahora mismo, España gasta cientos de millones de euros comprando derechos de emisiones de CO2 que nos podríamos ahorrar.
Puedo llegar a entender el cortoplacismo, el tomar decisiones en busca de réditos inmediatos. Pero luchar contra el cambio climático nunca nos va a quitar competitividad.
– ¿La no toma de decisiones climáticas va más allá del cortoplacismo?
Es un problema complejo. Tiene mucho de cortoplacismo, pero también de que hay gente que está ganando mucho dinero con las cosas tal como están ahora. El petróleo es el mejor ejemplo. Dentro de unos años, el último barril de petróleo que se venda no valdrá nada. Pero ahora mismo es una burbuja, es un activo que tiene valor en el presente, pero no en el futuro. En algún momento va a pinchar.
Mientras tanto, hay mucha gente interesada en mantener a flote la economía fósil. Son negacionistas por interés, a sabiendas de lo que está pasando.
«Si vives en ciudades pequeñas o en pueblos, los discursos futuristas te quedan muy lejos».
– Transición energética, descarbonización, movilidad sostenible… Hay colectivos que sienten muy lejanos los grandes objetivos climáticos. ¿Es un problema de comunicación o de tomar acciones correctas?
De ambas cosas. Se comunica mal, sin duda. Hay gente que no se siente interpelada por estos temas. Si vives en una gran ciudad, puedes llegarte a imaginar un futuro más eficiente y digital, coches eléctricos, nuevas formas de movilidad… Pero, si vives en ciudades pequeñas o en pueblos, los discursos futuristas te quedan muy lejos.
Al margen de eso, creo que también hay una visión muy estrecha, muy tecnológica y muy poco social de la transición verde. Este proceso no puede olvidarse de una parte de la población y de una gran parte del territorio.
– Hemos hablado de política y de empresa, pero ¿hasta qué punto la responsabilidad del cambio climático recae en el individuo?
Creo que, sobre todo, tenemos la responsabilidad de promover acciones colectivas. Es decir, no es tanto el CO2 que podamos ahorrar poniendo luces led o reciclando, sino impulsar movimientos ciudadanos y transformaciones sociales en nuestro entorno.
El confinamiento nos ha mostrado varias cosas. Una es que, a pesar de habernos quedado todos en casa, el 80% de las emisiones de CO2 se han mantenido. Nuestro poder de actuación individual es insuficiente. Para abordar un cambio real hacia un modelo sostenible nos hace falta salir de la óptica individualista, de hacer las cosas para nosotros, y empezar a hacer las cosas también para los demás, para el mundo.
«No hay que sentirse culpable el día que tenemos que usar el coche o comprar fruta plastificada. Pero sí intentar hacerlo solo cuando es imprescindible».
– ¿Qué podemos hacer entonces para ser útiles de verdad?
Intentar vivir acorde a nuestros valores, ser más consecuentes. Casi todos nos posicionamos a favor del medioambiente y queremos luchar contra el cambio climático. Debemos actuar en consecuencia y conforme a lo que sabemos. No hay que sentirse culpable el día que tenemos que usar el coche o comprar fruta plastificada. Pero sí intentar hacerlo solo cuando es imprescindible.
Otra cosa que podemos hacer es luchar por nuestro tiempo. Sin tiempo no se puede combatir el cambio climático. Tiempo para viajar más lentos en transporte público, tiempo para que no haga falta comprar tantas cosas, tiempo para hacer la compra, planificarnos y cocinar de otra forma…
Y tenemos que hablar. Hablar del cambio climático con todos los de nuestro entorno, como hablamos de fútbol, de pensiones o de la última película de Nolan. Por último, hay que plantearse reducir el consumo. Pensar de verdad si nos hace falta comprar todas esas cosas que vamos a usar un par de veces.
– En relación a la labor de los periodistas y divulgadores, la información sobre el cambio climático tiende muchas veces hacia el catastrofismo. ¿Cuál es el riesgo de saturar al lector?
La solución pasa por convertir el cambio climático en un tema transversal, que no sea algo exclusivo de la sección de ciencia o de sociedad. Ahora mismo apenas aparece en política o economía y no está en deporte ni en motor. El cambio climático es algo presente en el día a día, en muchas decisiones de todo tipo.
El catastrofismo es una estrategia que se ha usado mucho para llamar la atención, sobre todo en los 90 y en los 2000. Alimentaron, en particular ecologistas y periodistas, escenarios muy catastróficos para llamar la atención. Pero es un enfoque que no funciona. Si algo nos asusta mucho, nos paraliza. No sabemos bien qué hacer. Aun así, se sigue haciendo. Las historias negativas tienen muchos más clics.
«Hay debate sobre las soluciones al cambio climático, pero no alrededor de su existencia. El consenso científico es absoluto».
– Hay periódicos como el ‘New York Times’ o ‘The Guardian’ que ya reflejan el cambio climático cuando hablan de seguros, de banca, de construcción…
Sí, hay medios que están dándole un enfoque más transversal. Pero hablando de la labor de los medios, creo que es mucho más importante dejar de presentar el falso debate con el negacionismo. Hay debate sobre las soluciones al cambio climático, pero no alrededor de su existencia. El consenso científico es absoluto, no hay discusión real con el negacionismo. Todo lo que sea darle voz es legitimarlo. Es una fase superada.
– Y discutir con un negacionista también es complicado.
Es imposible ganar. El negacionista duro lo es por cuestiones identitarias o incluso religiosas. Además, no merece la pena gastar el tiempo con ellos. Son una especie en peligro de extinción. Estamos viendo tantos efectos del cambio climático y está tan probado científicamente… En 2020, solo se puede ser negacionista de la ciencia si se tienen intereses ocultos o si se quiere generar polémica para ganar relevancia.
– El negacionismo de la COVID-19 y el del cambio climático comparten muchos rasgos. ¿Por qué nos cuesta confiar en los expertos?
Creo que no tenemos muy claro cómo funciona la ciencia y cuál es su encaje en la política. Lo hemos visto con el manifiesto de ‘En la salud, ustedes mandan pero no saben’. Me ha parecido horroroso. La ciencia no es ajena a la sociedad en que se crea. Son los representantes políticos, elegidos en las elecciones, los que tienen que aplicar el conocimiento y lidiar con las decisiones. No existe una única verdad transparente que haya que aplicar.
Los científicos están ahí para ser consultados, pero también hay que confiar en los cuerpos técnicos, en los funcionarios que trabajan en los ministerios y en las consejerías. Los expertos hablan de la ciencia y aportan conocimiento, pero la gestión política no les corresponde.
Dejando eso de lado, hay un déficit absoluto de cultura científica. Lo hemos visto con la COVID-19. Hay una falta total de entendimiento de cómo funciona la ciencia, de matemáticas y biología básicas, de conceptos clave como qué es el CO2 o el agujero de la capa de ozono. Como sociedad, debemos interesarnos más y formarnos más en ciencia. Los científicos no son seres de luz superinteligentes. La mayoría son currantes.
«Si no se entiende cómo funciona la ciencia, es difícil confiar en ella».
– ¿La falta de confianza es entonces una falta de comprensión?
Si no se entiende cómo funciona la ciencia, es difícil confiar. Mucha gente dice eso de que “un día te dicen una cosa y al día siguiente la contraria”. Hay unos fundamentos básicos sobre la ciencia, como qué son las evidencias, qué son las hipótesis y las teorías, cómo funciona un experimento, qué es el conocimiento establecido, cómo se fabrica la ciencia, que deberían ser entendidos por todos.
No son cosas fáciles de comprender y la mayoría de la gente no lo sabe porque nadie se lo ha explicado. Es algo que se ha despreciado durante mucho tiempo. Todo esto socava la confianza en la ciencia y en los expertos.
– Volviendo sobre la transición a un sistema más sostenible, tenemos muchos aspectos que cambiar: el consumo, la energía, las ciudades, el transporte… ¿Qué transición es más urgente?
Todas lo son, pero la transición energética es la más urgente. Una vez seamos capaces de electrificar la mayoría de las cosas, creo que el resto de transiciones irán en cascada. Todas las transiciones están estrechamente relacionadas con la disponibilidad de energía eléctrica limpia. Además, es una transición relativamente sencilla desde el punto de vista tecnológico y una transición que apenas afecta al consumidor.
– Cuando hablamos de descarbonizar la red eléctrica, ¿qué papel puede jugar la energía nuclear?
Tengo un conflicto interno respecto a las nucleares. En las circunstancias actuales, es muy difícil no reconocer que la energía nuclear está cumpliendo un papel importante. No me gusta el tema de los residuos ni su modelo de generación de energía centralizado y poco democrático. Pero mientras operen con seguridad, no creo que debamos precipitarnos con su cierre. En Alemania, por ejemplo, se cerraron nucleares y, para mantener los niveles de generación de energía, tuvieron que aumentar el consumo de carbón.
– ¿La situación actual de pandemia nos ayudará a progresar en alguna de estas transiciones de las que hablamos?
Eh… No.
Creo que no podemos extraer ninguna enseñanza de la pandemia, no ha sido para nada positivo. Lo único que se puede aprovechar de alguna manera es que ha habido un pequeño parón que nos ha hecho cuestionarnos cosas de nuestro día a día y de la economía que dábamos por sentadas. Podría aprovecharse ese replanteamiento de estructuras para la transición ecológica. Pero en este sentido soy poco optimista.
La gente quiere volver a trabajar, volver al coche… Lo ha pasado muy mal y, en general, quiere volver a una normalidad previa; una normalidad en la que no se estaba tan bien, pero al menos se estaba.
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Imágenes | Kike Taberner