La temporada de gripe ha terminado en Australia. Y el virus que cada año deja cientos de miles de infectados parece haber pasado de puntillas por el país.
El patrón se repite en la mayoría de territorios al sur del ecuador, donde la temporada de gripe se desarrolla normalmente entre abril y octubre y alcanza su pico en agosto. Este año, Australia registró 21 000 casos de gripe confirmados en laboratorio. En 2019, en una temporada que no fue especialmente dura, fueron 247 000. Las autoridades sanitarias lo tienen claro, la culpa es de la COVID-19.
La situación pandémica llevó a 18 millones de australianos a vacunarse de la gripe, cuando la media está en 12 millones. Además, la reducción de la movilidad, las medidas de higiene y distancia y el uso de mascarillas en muchos espacios cerrados como las escuelas han ayudado a detener la propagación de los virus de la gripe. Las miradas están ahora puestas en el hemisferio norte. ¿Qué pasará este invierno? ¿Nos ayudará la pandemia a someter otras amenazas infecciosas?
La COVID-19 acapara los focos
España y Europa vuelven a estar en el epicentro de la pandemia. Tras las duras medidas tomadas en marzo y abril, que lograron controlar la transmisión del coronavirus, los casos se han disparado en las últimas semanas. Según los datos del Instituto de Salud Carlos III, España acumula cerca de 1,4 millones de casos confirmados y 40 000 fallecidos. Las cifras reales son, probablemente, el doble.
La situación es similar en el resto de Europa, donde se han superado los casos confirmados se acercan a los 14 millones, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), y el contador de muertes ha superado tristemente las 300 000 personas. La segunda ola está golpeando con fuerza una de las regiones más afectadas por la primera oleada pandémica y ha vuelto a llevar al límite a los sistemas de salud.
Con la temporada de gripe en el horizonte y las campañas de vacunación a pleno rendimiento, el sector sanitario cruza los dedos para no enfrentarse a un cóctel perfecto este invierno. Solo el año pasado, la gripe dejó más de 600 000 contagios confirmados en España, cerca de 28 000 ingresos hospitalarios (1700 en UCI) y 3900 fallecimientos (según los datos de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica).
¿El sarampión marca el camino?
Todavía es pronto para saber si las medidas de higiene y distanciamiento implementadas para frenar la COVID-19 servirán también para controlar la gripe. Sin embargo, las noticias que llegan de otras enfermedades infecciosas son positivas. En particular, del sarampión, otra enfermedad vírica muy contagiosa en cuya transmisión es clave el papel de los aerosoles. Una enfermedad que en los últimos años se había vuelto a disparar en Europa.
Gracias a los datos del Informe semanal de Vigilancia del Instituto de Salud Carlos III, podemos seguir la evolución de muchas enfermedades infecciosas cada siete días. Al final de la semana 41 del año, la que terminó el 11 de octubre (última con datos disponibles en el momento de escribir este artículo), había 73 casos acumulados de sarampión. En 2019 eran 281.
A nivel europeo, donde la incidencia de la enfermedad ha sido mucho más alta estos últimos años a medida que caían las tasas de vacunación, la tendencia que marcan los datos es mucho más clara. De los 104 443 casos registrados en 2019 se ha pasado a apenas 12 000 en los primeros nuevos meses de 2020. Las estadísticas del Centro Europeo para el Control de Enfermedades no dejan lugar a dudas.
De vuelta a España, el patrón de descenso señalado con el sarampión se repite con el resto de enfermedades infecciosas. Los casos de hepatitis A se han reducido un 72%. Los de varicela, un 68%. Las paperas, la sífilis, la tosferina o la tuberculosis también han caído. De hecho, de las 60 enfermedades incluidas en la lista del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), casi todas muestran tendencia a la baja. Tan solo algunas enfermedades infecciosas de origen tropical, como la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo y la fiebre del Nilo Occidental, han registrado un aumento de casos este año.
La gripe baja, por ahora
Las causas de estos descensos son variadas. De hecho, desde el ISCIII no se descarta que, en algunos casos, la bajada se deba a fallos en la notificación de los datos por culpa de la complicada situación en que se encuentran los sistemas de salud de las diferentes comunidades a causa de la pandemia. Por otro lado, también es posible que algunos enfermos no hayan acudido a su centro de salud u hospital por miedo a contagiarse de la COVID-19.
Sin embargo, la tendencia parece demasiado clara como para deberse solo a problemas con los datos o la detección. La restricción de la movilidad y, sobre todo, el confinamiento, podrían haber tenido un fuerte impacto en las enfermedades de transmisión sexual. Y las medidas encaminadas a reducir la transmisión aérea de los virus, como las mascarillas o la ventilación de espacios cerrados, podrían haber servido para controlar enfermedades que se transmiten por aerosoles, como el sarampión.
El papel de la transmisión aérea en los contagios de gripe es importante. Por eso, mantener las barreras de protección y los hábitos de higiene y ventilación será clave para controlar la expansión de la enfermedad este invierno. Los datos, por ahora, indican que podría estar funcionando.
De los 527 000 casos confirmados hasta la semana 41 de 2019, se ha pasado a 470 000. Y eso a pesar de que el grueso de los contagios se produce en los primeros meses de cada año, por lo que las cifras de 2020 son, en su mayoría, ajenas al impacto de la pandemia. Además, en las últimas semanas contabilizadas, los casos registrados son un tercio de los registrados en la misma semana de 2019.
La incidencia real de la gripe y el resto de enfermedades infecciosas solo se sabrá con el tiempo. Sin embargo, los datos preliminares y las lecciones de otros países envían señales positivas. La COVID-19 podría estar ayudándonos a controlar el resto de enfermedades.
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