En los últimos meses, se han anunciado muchos milagros contra la COVID-19. Vacunas que parece que sí, pero no. Y medicamentos que no acaban de mostrar su efectividad.
Los tiempos de la ciencia no siempre son todo lo rápidos que nos gustaría, a pesar de que la investigación médica ha pisado el acelerador como nunca antes en la historia. Solidarity, el gran ensayo internacional dirigido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), acaba de arrojar sus primeros resultados seis meses después de haberse iniciado, ocho meses más tarde de que se secuenciase el genoma de un virus completamente nuevo.
Su principal conclusión: las terapias con los medicamentos remdesivir, hidroxicloroquina, lopinavir o ritonavir e interferón han tenido poco o ningún efecto en la mortalidad. Los resultados todavía necesitan ser revisados por la comunidad científica, lo que ha despertado ciertas dudas. Pero, aun así, Solidarity esconde importantes lecciones para la ciencia y para la humanidad.
Con Trump empezó todo
El 19 de marzo, ocho días después de que la OMS declarase la pandemia, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lanzaba una señal de optimismo infundado. Sería la primera de muchas. El mandatario aseguraba que la FDA (la agencia del medicamento estadounidense) estaba lista para aprobar varios tratamientos contra la COVID-19, incluyendo uno con hidroxicloroquina, una medicina usada desde hace tiempo contra la malaria.
Durante los siguientes dos meses, Trump siguió defendiendo el uso del medicamento, llegando a automedicarse, a pesar de que no existían pruebas de su efectividad. A finales del mes de mayo, siguiendo los consejos de sus médicos y los expertos que le rodeaban, decidió dejar de tomar hidroxicloroquina. Pero el debate estaba en marcha. Mientras tanto, la ciencia buscaba respuestas a las que agarrarse.
¿Qué es Solidarity?
La búsqueda de medicamentos efectivos contra una enfermedad es un proceso complejo plagado de pruebas y controles. Al fin y al cabo, el objetivo es acabar dando el visto bueno a una sustancia que puede acabar consumiendo toda la población mundial (y más aún, en una situación de pandemia). Es difícil pensar que haya farmacéuticas o autoridades sanitarias que se quieran arriesgar a que algo salga mal.
Por ello, al margen de los cientos de otros estudios independientes en marcha, la OMS decidió lanzar un gran ensayo internacional ya en el mes de marzo, cuando apenas había 200 000 infectados de COVID-19 en el mundo. Lo bautizó Solidarity y se marcó el objetivo de sumar los apoyos del mayor número de hospitales e instituciones científicas posibles. Quería convertirlo en uno de los ensayos internacionales aleatorizados de mayor envergadura sobre tratamientos contra la nueva enfermedad.
Medio año después, con cerca de 56 millones de contagiados (y 1,3 millones de muertos confirmados), el ensayo ha cumplido uno de sus objetivos. A día 2 de octubre, más de 12 000 pacientes de 500 hospitales de todo el mundo habían participado en Solidarity. Además, el ensayo sigue su curso y un total de 116 países han manifestado su interés en participar. Pero vamos con los primeros resultados.
Conclusiones provisionales y polémica
Esta primera fase de Solidarity ha analizado los casos de 11 200 pacientes adultos, de 32 países distintos; pacientes que recibieron tratamientos con alguna de las cuatro sustancias sujetas a estudio. Ha examinado el efecto de los medicamentos remdesivir, hidroxicloroquina, lopinavir/ritonavir e interferón en la mortalidad general, la iniciación de la ventilación y la duración de la estancia hospitalaria de los enfermos.
Los resultados provisionales, que de momento están disponibles en forma de preprint (un artículo que todavía no ha sido revisado por pares), concluyen que las sustancias “parecen tener poco o ningún efecto en la mortalidad a los 28 días o en la evolución hospitalaria de los pacientes de COVID-19”, tal como han señalado desde la OMS.
La urgencia a la hora de presentar los resultados, antes de completar los procesos habituales de revisión científica, le ha valido críticas a la OMS. Sobre todo, desde las farmacéuticas afectadas. La difusión pública de preprints ha sido habitual durante toda la pandemia. Con el ánimo de acelerar los tiempos de la investigación, en muchas ocasiones ha acabado creándose confusión.
La farmacéutica Gilead ha sido quien más ha alzado la voz contra la publicación de unos datos provisionales. “Los resultados preliminares de la OMS parecen inconsistentes”, aseguran desde la compañía que desarrolla el remdesivir. De hecho, otros estudios, como el publicado recientemente en el ‘New England Journal of Medicine’, señalan que el remdesivir sí acorta de forma efectiva la estancia hospitalaria de los contagiados.
Las lecciones positivas
Mientras esperamos la revisión de los primeros datos de Solidarity, y más allá del debate necesario en la comunidad científica, el desarrollo de este estudio deja lecciones positivas. Por un lado, el ensayo sigue en marcha y está estudiando los efectos de otros medicamentos en poblaciones amplias y muy diferentes; algo, por lo general, difícil de llevar a cabo. A modo de ejemplo, el estudio que señala Gilead trabajó, sobre todo, con pacientes de Estados Unidos y unos pocos de otros nueve países.
Por otro lado, el desarrollo, la implementación y el progreso de Solidarity, con cientos de instituciones médicas y científicas implicadas, en medio de una pandemia, ha mostrado un camino diferente para actuar, de forma efectiva y rápida, contra enfermedades emergentes. Por ejemplo, ya en julio, siguiendo las recomendaciones que llegaban desde el comité que gestiona el ensayo, la OMS recomendó interrumpir los tratamientos con hidroxicloroquina y lopinavir/ritonavir en todo el mundo, ya que podían tener efectos adversos.
Ante las urgencias de la pandemia, aprender a recorrer el camino de la investigación lo más rápido posible (sin saltarse los pasos necesarios) es clave. Sea con medicamentos, vacunas o buenas prácticas para contener los contagios, unos meses más o menos pueden significar millones de vidas.
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