Que nuestros genes alcancen la siguiente generación. Ese el objetivo final de cada ser vivo que puebla el planeta. Entre medias pueden pasar muchas cosas, pero la reproducción ha marcado el ritmo de la vida en la Tierra.
De acuerdo con la teoría de la evolución, todo ser vivo invierte una cantidad importante de energía en reproducirse. Es lo que se conoce como el esfuerzo reproductivo y tiene unos costes bastante elevados, que varían entre especies. Pero si la evolución premia la reproducción, ¿por qué existen las abuelas y los abuelos? ¿Por qué en la especie Homo sapiens los individuos viven todavía muchos años una vez perdida la capacidad de procrear?
Los seres humanos somos bastante diferentes al resto de especies en este sentido, pero no únicos. La vida longeva tras la menopausia, que marca el fin de la edad reproductiva de las hembras, ha sido descrita en orcas y calderones y, más recientemente, en narvales y belugas. Y nada más, por ahora. Ni siquiera ninguno de nuestros primos los grandes simios vive mucho sin sus capacidades reproductivas.
Si reproducirse es el fin que persigue todo ser vivo, las reglas de la evolución deberían haber premiado a las especies más eficientes. ¿Qué ‘sentido’ tiene que un individuo siga viviendo y consumiendo recursos si ya no puede cumplir su objetivo? La respuesta quizá esté en los claroscuros de la hipótesis de la abuela.
Las abuelas en el reino animal
El mundo animal está lleno de abuelas. En casi todas las especies (salvo las excepciones que acabamos de nombrar) estas conservan su capacidad de generar descendencia hasta el final de sus días. Sin embargo, que tengan sus propios intereses reproductivos no significa que no se comporten como abuelas.
Entre los elefantes, los ancianos (de ambos sexos) son una pieza clave para la supervivencia del grupo. Un estudio publicado el pasado mes de septiembre señala que los machos más viejos ejercen de guías para los más jóvenes y les transmiten todo su conocimiento ecológico. Tienen un papel que hasta ahora se creía reservado a las hembras ancianas. Y es que el rol de las abuelas en las manadas de elefantes hace tiempo que se estudia.
Otra investigación, publicada en 2016 y centrada en elefantes asiáticos, señalaba que las abuelas elefantes no solo guiaban el grupo y transmitían su conocimiento, sino que contribuían a mejorar la supervivencia de sus nietos. Según el estudio, la presencia cercana de abuelas, que participan en las tareas de cuidado de los más jóvenes, contribuía además a incrementar la tasa de reproducción de sus hijas.
Sin embargo, durante toda su vida (y pueden durar más de 70 años), los elefantes mantienen la capacidad de reproducirse. Es decir, no conocen la menopausia. La cosa cambia si observamos otra de las especies más inteligentes que pueblan la Tierra: las orcas. Entre las mal llamadas ballenas asesinas, la menopausia es una realidad bien documentada. Las abuelas pueden vivir varias décadas tras dejar de ovular. De hecho, mientras las hembras pueden alcanzar los 80 o 90 años, los machos rara vez pasan de los 50.
Las orcas viven en sociedades claramente matriarcales, por lo que las hembras juegan un papel central en los grupos. De acuerdo con un estudio publicado a finales de 2019, la presencia de hembras en edad postreproductiva en las manadas tiene un efecto muy positivo. Las crías que tenían a sus abuelas cerca contaban también con mayores probabilidades de sobrevivir. Además, la investigación también señala que las abuelas orcas que conservan sus capacidades reproductivas suelen tener conflictos de intereses con sus hijas y no tienen el mismo impacto en la supervivencia de sus nietos.
La hipótesis de la abuela sapiens
Si la menopausia tiene un efecto positivo en el grupo y en la descendencia, ¿podría ser en realidad una adaptación? El primero en relacionar la menopausia con las claves de la evolución del ser humano fue el biólogo norteamericano George C Williams. Su propuesta teórica, publicada en 1957, consiste en que, desde el punto de vista evolutivo, puede ser más conveniente que las hembras gasten su energía en apoyar a sus descendientes en lugar de en seguir reproduciéndose.
Para él, esta era la única explicación plausible para entender por qué en nuestra especie la evolución había ‘permitido’ que los individuos de mayor edad siguiesen consumiendo recursos una vez superada su edad reproductiva. Es decir, debían ser las abuelas las que, de alguna manera, mejoraban las probabilidades de que sus propios genes, presentes en sus nietos, siguiesen saltando de generación en generación.
Desde entonces, la hipótesis de la abuela ha ganado detractores y defensores, pero lo cierto es que a día de hoy es imposible saber si es cierta o no. La antropóloga Kristen Hawkes, de la Universidad de Utah, en Estados Unidos, está entre las científicas que más datos empíricos ha recopilado alrededor de esta hipótesis. Su investigación más sonada es, probablemente, la que analizó el papel de las abuelas en los hadza de Tanzania, una sociedad de cazadores recolectores.
Durante años, Hawkes y su equipo documentaron cómo las abuelas hadza jugaban un papel activo en los grupos. Participaban en la recolección de alimentos y cuidaban de los más pequeños. Permitían así que las hembras más jóvenes dedicasen más energía a los recién nacidos y a la reproducción. Con el tiempo, los trabajos de Hawkes llevaron a una evolución de la teoría de la abuela.
De acuerdo con alguno de sus trabajos más recientes, la longevidad está directamente asociada a tamaño del cerebro y al mayor desarrollo neuronal. Según esta nueva hipótesis, la presencia de las abuelas sería clave para explicar que el Homo sapiens y el resto de especies en las que existe la menopausia tengan una etapa de desarrollo tan prolongada.
Hawkes no ha sido la única que ha aportado evidencias para apoyar la hipótesis de la abuela. Sin embargo, es difícil recabar datos empíricos, dado que nuestro modo de vida hoy es muy diferente al que ha marcado nuestra evolución. Dos estudios diferentes publicados en 2019 buscaron pistas en las bases de datos de las sociedades preindustriales. Aplicando modelos matemáticos, también concluyeron que la presencia de abuelas en las familias mejoraba la supervivencia de los más pequeños.
Las críticas a la hipótesis de la abuela llegan desde varios frentes. Para empezar, aceptarla sería aceptar que las sociedades han sido fundamentalmente matriarcales a lo largo de la evolución humana, algo que cada vez reúne más apoyos y evidencias, pero que tradicionalmente no se ha aceptado. Por otro lado, la hipótesis no explica hasta qué punto a la especie le compensan, evolutivamente hablando, todos los síntomas perjudiciales que acompañan a la menopausia. Además, es imposible definir cómo y cuándo surgió esta característica en nuestra especie.
Por último, otros críticos señalan que esta hipótesis no se sostiene con las tendencias que observamos hoy en día: en las sociedades más envejecidas, la tasa de natalidad se desploma, si bien la esperanza de vida al nacer es muy elevada.
Las evidencias están ahí, pero la hipótesis todavía está lejos de comprobarse. La idea de que las abuelas esconden la clave de la evolución humana sigue siendo controvertida. Por ahora, solo podemos agradecer a las leyes evolutivas que nos hayan permitido disfrutar de nuestros mayores. Y esperar que, después de todo el esfuerzo acumulado durante millones de años, no nos vayamos a olvidar de ellos justo ahora.
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