Presidentes del gobierno que no creen en los virus. Líderes de opinión que siembran dudas sobre las vacunas. Legiones de seguidores del terraplanismo. Abrimos Twitter o Facebook y la realidad es cada vez más compleja, más polarizada. Abrimos WhatsApp y queremos abandonar la mitad de los grupos. Las líneas entre la verdad y la mentira se diluyen. La propaganda ha inundado nuestras vidas.
Leticia Rodríguez, experta en desinformación y pensamiento crítico, desgrana los entresijos de este escenario informativo en el que nos movemos. En su último libro, ‘Propaganda digital’ (Editorial UOC), la profesora de la Universidad de Cádiz habla de los nuevos líderes de opinión, las nuevas herramientas de comunicación masiva, los nuevos hábitos de consumo informativo y también de las viejas tácticas de propaganda que se esconden detrás del auge de los negacionismos y el aumento de la desinformación.
– Negacionismo en prime time, bulos en campaña electoral… ¿Hasta qué punto hemos normalizado la desinformación?
No sé si es normalización o es que quien se apropia del negacionismo y de este tipo de propaganda lo hace tan bien que está consiguiendo su objetivo: estar siempre en boca de todos. Creo que los medios están retroalimentando este fenómeno en gran medida.
Además, el contexto social es complicado, con muchas emociones negativas que necesitan ser canalizadas y mucha polarización. Mucha gente vierte sus emociones en este tipo de contenido, y al medio le interesa porque genera clics y audiencia. Al propagandista le viene de perlas porque está a diario en los medios y en las redes.
– Cada vez recibimos más mensajes populistas que apelan solo a las emociones, que buscan reforzar nuestras burbujas ideológicas. ¿Aprovechan un terreno abonado por las redes sociales?
Las redes sociales han aportado cosas nuevas a esta realidad, como las cámaras de eco, los algoritmos que dan visibilidad a contenidos que enganchan… Por ejemplo, las redes han ganado mucho dinero a través de la publicidad gracias al movimiento antivacunas [el Bureau of Investigative Journalism lo volvía a denunciar hace poco].
«La falta de transparencia de los algoritmos de las redes sociales es total. No sabemos cómo funcionan».
La polarización existe desde que se utilizan la propaganda y los relatos de confrontación para generar posicionamiento, pero las redes sociales han agravado el problema. En España siempre tendíamos a pensar, con cierta superioridad moral, que esto pasaba solo en otros países. Hablábamos, por ejemplo, de la polarización en Venezuela como una situación a la que nunca podríamos llegar. Ahora vemos que no solo tenemos partidos extremistas, sino que los partidos moderados también entran en el juego de la polarización.
– La propaganda no es nueva, pero, ¿hasta qué punto podemos exculpar a las redes de la polarización actual?
Tienen gran responsabilidad en cuanto a que no hacen una curación de contenidos suficiente. Los ciudadanos trabajamos gratuitamente para las redes. Ellos traducen nuestro trabajo en valor publicitario, pero no reinvierten sus ganancias en que el contenido no promueva el odio o mensajes negacionistas.
Por otro lado, la falta de transparencia de los algoritmos de las redes sociales es total. No sabemos cómo funcionan. Son empresas y no sabemos hasta qué punto se quieren tomar la curación de contenidos en serio. Ahí tenemos los estudios sobre el rabbit hole, sobre cómo el algoritmo que recomienda nos mete en una espiral de contenido cada vez más extremo.
– Si compartimos para denunciar, amplificamos. Si no denunciamos, permitimos que se propague el bulo. Como ciudadanos, ¿cómo rompemos ese círculo?
La intención de quien difunde este tipo de mensajes es convertirnos a todos en herramientas de difusión. Somos prescriptores orgánicos de alto valor. Muchas veces nos movemos por las emociones, por nuestros sesgos de confirmación para reforzar aquello en lo que creemos. Pero tenemos que pararnos y pensar antes de compartir. ¿Hasta qué punto puede ser verdad? ¿Quién está detrás? ¿Por qué me llega a mí? Y, sobre todo, ¿voy a continuar yo esta cadena?
Los bots y las campañas van a continuar haciendo su trabajo, pero al menos a nivel de responsabilidad ciudadana estaremos contribuyendo a pararlo. Podemos ser un dique de contención frente a los bulos. Si seguimos cerrando nuestras posiciones, cerrando nuestros sesgos, formamos parte del mismo engranaje de polarización.
– En su libro reflexiona sobre que no prestamos atención a la calidad argumentativa de las opiniones contrarias. ¿Solo nos importa tener razón?
Sí, solo queremos tener razón. La apelación a los bandos, a los grupos polarizados, es constante. En España es muy significativo que se siga apelando a los bloques de la Guerra Civil, por ejemplo. Si eres de izquierdas no puedes tener un chalet en Galapagar y si eres de derechas no puedes estar a favor de la inmigración como algo positivo. Necesitamos reforzar nuestras opiniones más que entender las de los demás. Este círculo de autoproyección se ve reforzado en las redes sociales.
– Dentro de este escenario complejo, la conspiranoia se ha hecho fuerte. Frente a este tipo de pensamiento que no atiende a ningún tipo de argumento, que es inmune a la evidencia, ¿qué herramientas nos quedan?
Indagando en los movimientos antivacunas, descubrí que surgen en gran medida a finales del siglo XIX, cuando algunos gobiernos lanzan campañas de salud pública para obligar a la población a vacunarse frente a la viruela. Son movimientos activistas que surgen de la desconfianza y que utilizan argumentos muy persuasivos. Pero llega un momento en el que la evidencia científica es tanta que no se puede poner en cuestión. Y llega un momento en que ya no se puede entrar a debatir, en el que hay que dejar de dar cobertura al negacionismo.
– La desconfianza puede ser comprensible. Pero llega un punto en que parece que se desactiva el sentido crítico y se asumen todas las teorías de la conspiración.
De cara a las generaciones futuras, podría haber un margen de trabajo y educar más en el sentido crítico. Tanto los profesionales de la comunicación como los de la educación tenemos mucho trabajo por delante. No podemos poner solo el foco en las tecnológicas, existe una cuestión social de fondo en el auge de los negacionismos y la desinformación.
La crítica siempre tiene un punto positivo y los activismos deben tener su espacio en la conversación. Pero llega un punto, tanto en lo personal como en lo profesional, cuando hay argumentos sin sentido basados en cosas que no se pueden comprobar en que es mejor no entrar en debates que no benefician a la sociedad.
«Creo que de la misma manera en que nos ha traído hasta aquí, la tecnología nos propondrá alternativas para solucionar la desinformación».
Si hay 10 personas que no se quieren vacunar, que no se vacunen, pero tenemos que intentar que esas 10 personas no influyan en el comportamiento general de la sociedad.
– Antes hablábamos de romper el círculo de la desinformación. ¿Qué señales deberían hacer que saltasen nuestras alarmas ante un posible bulo?
Lo primero es intentar siempre escapar de los sesgos propios, tener la mente abierta ante las informaciones. Leer, ver y escuchar cosas de diferentes corrientes ideológicas. Así será más fácil aprender a ver la intencionalidad real de las informaciones. Después debemos siempre intentar buscar la fuente y contrastar si la información ha sido publicada en otros sitios y tiene cierta validez.
Debe haber siempre un punto de autocrítica, un punto en el que tenemos que preguntarnos si queremos participar de eso o no. Creo que muchos tenemos casos de grupos de familia o de amigos en los que se comparten bulos e informaciones falsas. A veces es mejor mantenerse al margen. Si contestas, porque contestas, y si no lo haces, porque no lo haces. Es mejor centrarse en tener diálogos constructivos y no alimentar la rueda.
– A la hora de frenar la desinformación se han puesto sobre la mesa diferentes legales que siempre acaban chocando con la libertad de expresión. Pero, ¿no la daña también la propia manipulación?
De cara al futuro, la tecnología nos dará soluciones. Creo que de la misma manera en que nos ha traído hasta aquí, nos propondrá alternativas para solucionar la desinformación. Hoy por hoy, sin embargo, estamos supeditados al papel de las tecnológicas y su intencionalidad. Estamos supeditados a sus intereses empresariales. No soy partidaria de una regulación ad hoc, pero hay que tomar medidas legales sobre lo que está pasando, no se puede ignorar.
Facebook puede tomar una decisión en España y otra muy diferente en Brasil. Estas decisiones pueden deberse a la presión social o a intereses económicos, pero la conversación social está dominada por quien usa este tipo de herramientas. Es un asunto complejo que debe afrontarse.
– En este escenario de propaganda y polarización, ¿cuál es el papel de los medios de comunicación tradicionales?
Los medios deberían intentar huir de cosas como las que vimos en laSexta hace dos semanas. Me parece tremendo que estemos criticando determinados comportamientos, pero que al mismo tiempo los utilicemos para tratar de ganar tráfico y subir la audiencia. Los medios están en un momento en el que necesitan reformularse.
Tienen la presión de los verificadores, que están asumiendo el papel tradicional del periodismo de comprobar la veracidad de las informaciones públicas. Y, por otro lado, tienen la presión de la audiencia, el tráfico, las redes y la inmediatez. O buscan una reformulación para volver a ganar relevancia o acabarán a la suerte de esa pinza que se les está haciendo.
– Parece que ya no quedan medios que aspiren a informar de forma neutral para el gran público.
Cada vez copian más las estrategias de las redes sociales, generando contenido que podría haber sido generado por un influencer. Como señal de lo que está pasando, cada vez se ven más textos con erratas. Esto no te indica que sea malo el periodista, sino la falta de tiempo para revisar y editar el contenido.
«Cada vez dejamos menos espacio para que pasen cosas al margen del confrontamiento de intereses empresariales e ideológicos».
– Vivimos en una sobreabundancia de información y en muchos casos asumimos verdades sin reflexión, sin capacidad real de compararlas críticamente. Por ejemplo, hoy parecen más importantes unos pocos casos de trombos entre millones de vacunados que los centenares de personas que siguen muriendo al día de COVID-19. ¿Somos meros consumidores de información sin perspectiva?
Vivimos en una sociedad de lo inmediato y nos falta amplitud de miras, nos falta intentar más romper nuestros estereotipos. Las verdades no son absolutas. No todo lo que nos diga un periódico o una fuente tiene que ser verdad o ser lo correcto. Si siempre hacemos caso sin pensar, estamos generando doctrinas ideológicas. Como personas, tenemos que intentar abandonar nuestras burbujas.
El consumo informativo influye en el comportamiento ciudadano. Como parte de la formación que reciben las personas quizá debería explicarse cómo funciona el consumo informativo, cómo funcionan los medios, cómo funcionan las estrategias de comunicación, cómo funcionan las marcas y la publicidad. Este conocimiento sería incluso importante para los propios profesionales de la información.
– Burbujas ideológicas, sesgos, espacios de la red controlados por completo por empresas. ¿Estamos más lejos que nunca de la sociedad de la información que prometía internet?
Estamos más lejos que nunca de lo que creíamos que iba a ser internet. En sus orígenes, la red cumplía con esa ilusión del conocimiento libre, de la conexión global de las personas. Esas premisas se siguen cumpliendo, pero la intoxicación está empezando a darle la vuelta a todo esto.
Twitter, por ejemplo, es una red con mucho potencial informativo, que sirve incluso como herramienta de trabajo de muchos periodistas. Pero en los últimos tiempos se ha convertido en una red de odio. Ese es el problema. Cada vez dejamos menos espacio para que pasen cosas al margen del confrontamiento de intereses empresariales e ideológicos.
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Imágenes | Leticia Rodríguez, Unsplash/ Zahra Amiri