Una carcajada liberadora. Un hipido incontrolable. Una risotada desesperada. Un balbuceo nervioso. O, incluso, algún que otro ronquido. La risa toma mil formas en las mentes humanas y, también, en las de muchos animales.
Lo hace en muchas más especies de lo que creíamos hasta ahora, de hecho. Un estudio publicado el pasado mes de abril en la revista ‘Bioacustics’ identificó sonidos y expresiones similares a la risa en nada menos que 65 especies. Muchas son mamíferos (sobre todo, simios, roedores y cetáceos), pero también hay aves. ¿Tiene su risa el mismo sentido que en los seres humanos? Y, si es así, ¿acabamos de perder otra de esas cualidades que creíamos nos hacían únicos?
La carcajada de una urraca
Los seres humanos han vivido separados del reino animal durante la mayor parte de la historia. Las habilidades del Homo sapiens marcaban una línea clara entre nuestra especie y las demás. La transmisión del conocimiento de generación en generación, la estructura social, la cultura, la empatía y el sentido moral y la capacidad de razonar nos convertían en una especie elegida, aislada del resto y, en muchos sentidos, superior.
Sin embargo, esta frontera se ha desdibujado con el tiempo. Ha pasado de ser una línea clara y bien definida a convertirse en un territorio poroso en el que los humanos parecemos compartir cada vez más rasgos con el resto de animales, tal como sostienen Nandita Batra y Mario Wenning en el ensayo filosófico ‘The Human–Animal Boundary’. Al fin y al cabo, no somos más que uno de los muchos productos de la evolución.
La risa ha sido una de las últimas en saltarse esta frontera. La imagen de un chimpancé con la boca abierta, enseñando los dientes y emitiendo sonidos entrecortados hace tiempo que se calificó como risa. Un estudio publicado en 2009 sostenía ya que la risa era algo intrínseco a los grandes simios y que, probablemente, había precedido a la aparición de los primeros humanos en la Tierra. Pero, claro, los chimpancés y los gorilas son nuestros primos cercanos. Lo que no esperábamos era oír reír a una rata o escuchar las carcajadas de una urraca.
¿Por qué nos reímos los animales?
La mayoría de estudios sobre la risa rastrean sus orígenes en el juego. Se trata de una expresión lúdica y muy ligada a la interacción social. Una forma de mostrar una actitud amigable y poco agresiva, por competitivo o violento que pueda ser el juego. Y allí es también donde la han encontrado en otros animales los investigadores de la Universidad de Los Ángeles (Estados Unidos) Sasha Winkler y Gregory A. Bryant.
En su trabajo repasaron buena parte de la literatura científica sobre comportamiento animal en busca de cualquier tipo de señal sonora emitida durante el juego. Así, identificaron respuestas similares a la risa en 65 especies, incluyendo muchos primates, pero también vacas, perros, zorros, focas, urracas y periquitos.
“Un fenómeno que se creía que era particularmente humano ha resultado estar relacionado con el comportamiento compartido con especies separadas de los humanos hace decenas de millones de años”, señala Bryant. “Cuando nos reímos, a menudo comunicamos a los demás que nos estamos divirtiendo y también invitamos a otros a unirse. Nuestra risa es la versión humana de una señal vocal de juego evolutivamente antigua”, añade Winkler.
El origen de la risa, evolutivamente hablando, se ha explicado también como una expresión de desahogo, un grito de triunfo, un gesto de confianza y una forma de mostrar y compartir alivio una vez superado un peligro. Según este estudio, cobraría fuerza la idea de que la risa tiene que ver, en realidad, con el juego, y sería una expresión que invita a relajarse, confiar e inhibir una respuesta agresiva en los demás.
la ‘cultura’ local de los animales
En Uganda, los chimpancés del bosque de Kibale usan palos para extraer la miel. Mientras que, un poco más al sur, los chimpancés del bosque de Budongo usan hojas masticadas a forma de esponja para recolectar el mismo alimento. Esta prueba de que el aprendizaje social está tan extendido entre estos primates que incluso se puede hablar de culturas locales de cada grupo se la debemos a Jane Goodall.
El trabajo de esta primatóloga desde los años sesenta del siglo pasado reunió pruebas de más de 40 comportamientos de origen social entre los chimpancés y abrió los ojos al mundo: la cultura no era algo exclusivamente humano. Sin embargo, a nivel científico esto ya se conocía antes. En los años cuarenta, varios estudios sobre los macacos japoneses concluyeron que estos se pasaban de generación en generación el conocimiento del uso de herramientas y técnicas como el lavado de los boniatos.
E, incluso en el siglo XIX, Darwin y sus seguidores sostenían que el aprendizaje social era habitual entre animales y una prueba de que la mente humana había evolucionado de la misma manera que la de los llamados “seres inferiores”. Desde entonces no hemos dejado de acumular pruebas de que esto es así. Muchos de los rasgos que creíamos únicos son producto de las mismas leyes de la evolución que afectan al resto de seres vivos.
Acentos, cuentas y adopciones
Solo durante el último año hemos descubierto que las marmotas utilizan dialectos y que los tamarinos (un tipo de primates del continente americano) imitan los acentos de otros grupos y subespecies cuando se comunican entre sí. Y también hemos conocido que los bonobos adoptan crías de otros grupos con los que no tienen relación genética por razones que van desde el instinto de protección hasta las ventajas sociales a largo plazo.
Muchos animales pueden también contar. Quizá no hagan complejas ecuaciones, pero diferentes especies de insectos, anfibios, peces y mamíferos reconocen perfectamente las cantidades cuando se trata de analizar riesgos (mejor enfrentarse a un león que a tres) o buscar comida. Incluso sentimientos complejos como la empatía han sido descritos en elefantes, perros, ratas y muchos cetáceos. En este caso, este sentimiento había evolucionado como herramienta clave de cohesión social.
A la luz de las pruebas, quién se atreve ya a decir que nos queda algo exclusivamente humano. Quizá ni siquiera esa capacidad de observación y estudio de otras especies que llamamos ciencia sea solo nuestra. Ya no es difícil imaginarse a un grupo de chimpancés analizando la moda humana de los selfis mientras se echan unas risas.
En Nobbot | La próxima vez que veas a un mono, mejor no te saques un selfi
Imágenes | Unsplash/Peter Lloyd, Peter Lloyd, Francesco Ungaro