Hoy usamos la app de mensajería para casi todo. Es muy útil, pero también muy adictiva. Por eso conviene poner límites para evitar la llamada tiranía del WhatsApp.
Aunque parezca que ha estado toda la vida con nosotros, WhatsApp, la aplicación de mensajería instantánea más usada del mundo, no tiene más de 12 años. La creó en California (Estados Unidos) el programador de origen ucraniano Jan Koum. Y lo hizo para enviar notificaciones a sus amigos.
Con el paso del tiempo, la ocurrencia de Koum se convirtió en un fenómeno global y en 2014 Facebook pagó la escandalosa cifra de 22.000 millones de dólares por una app que, por aquellas fechas, ya tenía 600 millones de usuarios. Hoy WhatsApp es usada por unos 2.000 millones de personas, cerca de un tercio de la humanidad. Y Koum es un multimillonario que encarna los sueños de realización personal que promueve Silicon Valley.
WhatsApp se usa para casi todo. Son muchas las personas que no conciben su día a día sin la app del teléfono verde. Sirve para conectar con la familia, con los amigos y con la gente del trabajo. Si uno es padre, también le permitirá estar al tanto de los deberes de sus hijos y organizar con otros padres los cumpleaños de los niños de clase.
Sirve también para bromear y enviar el último meme, para mandar la lista de la compra y adjuntar un Excel con las ventas del mes y poner al corriente al jefe. También para ver vídeos y colgar las fotos de las vacaciones. WhatsApp sirve para casi todo lo imaginable. Es una mensajería instantánea que, con el tiempo, se ha convertido también en libreta de dirección, buzón de correo y repositorio de documentos e imágenes. Nuestra vida, la profesional y la más íntima, está reflejada en WhatsApp.
Muchos sufren la tiranía del Whatsapp
El problema es que esa naturaleza polifacética de WhatsApp, la aplicación que definitivamente ha acabado con las llamadas de teléfono, nos está haciendo excesivamente dependientes. Como otras tecnologías, ha creado su propia adicción. Gabriela Paoli, psicóloga y autora del libro ‘Salud digital: claves para un uso saludable de la tecnología’, asegura que hoy muchas personas sufren la llamada “tiranía del WhatsApp”. Un mal que hace que nos sintamos “dominados y esclavos” y que se materializa en un agobio persistente ante el aluvión de mensajes que toda hora del día se cuela por la aplicación.
Paoli recuerda que, casi sin darnos cuenta, “nos autoimponemos” la necesidad de contestar de forma inmediata y en cualquier sitio, sin intimidad y sin la tranquilidad necesaria para tener una buena comunicación. Es la exigencia de la disponibilidad permanente. Así, los grupos de WhatsApp se acaban convirtiendo en una tortura porque nos domina el miedo a “perdernos algo”. Es el famoso FOMO, siglas del inglés fear of missing out.
La psicóloga advierte de que en algunas personas el WhatsApp no solo causa agobio, sino también estrés, ansiedad, sentimientos de culpa y remordimiento, poca capacidad de control y limitación de autonomía. Son muchos los que sacrifican actividades y obligaciones personales por estar pendientes de las conversaciones. Además, expone a los usuarios a otro mal tecnológico de nuestra época: la ‘infointoxicación’ o la sobreinformación.
Señales de alarma y consejos
¿Cómo puede saber uno que es adicto a WhatsApp? Hay señales de alarma muy indicativas. La más evidente es el tiempo de uso. Según un estudio, el usuario medio de WhatsApp emplea algo más de tres horas a la semana en contestar mensajes, es decir, una media hora al día. Pero hay muchas personas que sobrepasan con mucho esta marca.
Gabriela Paoli también destaca que tener las notificaciones activadas en el móvil y ver los mensajes de forma compulsiva nada más llegan son motivos para preocuparse. Sentirse culpable por dejar un mensaje sin contestar o por tardar unas horas en hacerlo es una carga insoportable a la larga.
Para salir de esta espiral, conviene eliminar la obligación de estar disponible o localizable en cualquier momento. De esta manera, le estaremos diciendo a los demás que WhatsApp es importante, pero no es lo más importante. Y al final se acostumbrarán a nuestra independencia y autonomía.
Paoli aconseja utilizar apps como WhatsApp para hacer la vida más fácil, agilizar gestiones o salvar distancias, pero no para todo. También recomienda entrenar el autocontrol, para, por ejemplo, renunciar al placer inmediato que supone entrar en una conversación. Además, cree necesario mantener una conversación respetuosa por este medio y utilizar la empatía digital. “No digas nada que no dirías a la cara”, aconseja.
A nivel laboral, la psicóloga recuerda que hay una ley de 2018 en España que regula el derecho a la desconexión digital. Al día de hoy, en este país los empleados no están obligados a contestar videollamadas, correos electrónicos, WhatsApps o cualquier otro tipo de comunicación fuera de su horario laboral.
Poner límites a los horarios y los contenidos
También conviene desactivar las notificaciones para evitar la fatiga digital y favorecer la concentración cuando tenemos que centrarnos en algo, como escribir un texto, revisar un documento, leer un libro o ver una película.
Aunque suene un poco descortés, conviene poner límites a la hora de comunicar con nuestras amistades, familiares o compañeros de trabajo. Hablamos de límites horarios o de contenido, para evitar, por ejemplo, que un grupo de WhatsApp creado para hablar de la salud de los abuelos se convierta en un foro de chistes.
Y, por último, Paoli aporta dos medidas higiénicas: dejar el móvil fuera de la mesa de trabajo o estudio y priorizar la comunicación cara a cara frente a la digital. Así evitaremos malentendidos y nos iremos desenganchando poco a poco de WhatsApp, que de eso se trata.
“No corramos el riesgo de que la comunicación digital nos lleve a una vida agitada, fugaz, superficial, sin sentido, pasada por filtros. En definitiva, a una vida editada. Cuidemos nuestra comunicación, que es la base de cualquier relación”, aconseja Paoli.
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