Un amanecer de 1935, la familia Durrell llegó a la isla griega de Corfú para quedarse.La maleta de Margo iba repleta de vestidos de verano, la de Leslie guardaba un par de revólveres y una pistola de aire comprimido y la de Larry estaba cargada de libros.
El equipaje del pequeño Gerald, por otro lado, contenía solo lo imprescindible para disfrutar de la vida al borde del Mediterráneo: cuatro libros de historia natural, un cazamariposas, un perro y un tarro de mermelada lleno de orugas a punto de volverse crisálidas.
“Vivir en Corfú era como vivir en medio de la más desaforada y disparatada ópera cómica”, escribiría Gerald Durrell 20 años después. Las peripecias de la familia y todos sus amigos y animales en Grecia quedaron reflejadas en su trilogía de Corfú y en ‘Los Durrell’, la serie basada en sus memorias de aquellos años.
Pero lo cierto es que las aventuras no acabaron ahí: Gerald Durrell siguió siendo un amante de los animales y recorrió el mundo para entenderlos y protegerlos. Esta es la historia de la vida del naturalista tras su paso por la isla.
Una educación particular
Gerald Durrell nació el 7 de enero de 1925 en Jamshedpur, la India, en donde su padre trabajaba como ingeniero. Para los más despistados, era el más pequeño de cuatro hermanos: le acompañaban Larry, Leslie y Margo. Tras la muerte de su padre en 1928, la familia se mudó a Bournemouth, Inglaterra. Sin embargo, el clima, la ausencia de expectativas y sobre todo los problemas económicos animaron a su madre, Louisa Durrell, a mudarse con toda su familia a Corfú en 1935.
Durante sus años en la isla, Gerald no fue a la escuela (algo que le apetecía muy poco) y fue educado por su hermano Larry y varios tutores privados. Uno de ellos, Theodor Stephanides, le contagió su amor por la naturaleza y la ciencia. El joven, que siempre se había interesado por los animales, dedicaba sus días a recorrer la isla observando las diferentes especies y estudiando su comportamiento. Llevaba un registro de sus descubrimientos y conclusiones y en su cabeza se iba formando una idea que le acompañaría toda su vida: montar su propio zoo.
De estos años, saldrían tres novelas (‘Mi familia y otros animales’, ‘Bichos y demás parientes’ y ‘El jardín de los dioses’), además de una gran cantidad de relatos que ocupan las páginas de otros libros.
En 1939, la familia se vio obligada a abandonar la isla tras el estallido de la II Guerra Mundial, en la que Grecia fue invadida por las fuerzas del Eje. De vuelta en Inglaterra y sin una educación formal, a Gerald le costó encontrar un empleo. Finalmente, lo consiguió como ayudante en un acuario y posteriormente en una tienda de mascotas.
La vuelta al mundo en busca de animales
En 1979, solo quedaban cuatro cernícalos de Mauricio en el planeta. La deforestación, la contaminación y la presencia de especies invasoras habían reducido su población al mínimo. Hoy, sin embargo, la población se ha recuperado con cerca de 500 ejemplares. Y esto se debe, en gran parte, a los trabajos de conservación de Durrell y a los viajes que comenzaron 30 años antes.
En 1947 y tras intentar sin éxito participar en expediciones de fauna salvaje, el conservacionista consiguió financiar una por su cuenta y viajó hasta Camerún (en aquellos años, una colonia británica) junto al ornitólogo John Yealland. Allí se hizo con varios ejemplares de animales en peligro que vendió a zoológicos de Reino Unido. La expedición fue un éxito, lo que le animó a continuar recorriendo el mundo en busca de animales amenazados y poner en marcha programas de conservación.
El teporingo o conejo de los volcanes, el loro de Santa Lucía o el tití león negro son otras de las especies protagonistas de sus misiones de rescate. Entre viaje y viaje, Gerald escribía libros en los que relataba sus aventuras y las de su familia y que fueron (casi sin excepción) éxitos de ventas. De este modo financiaba sus expediciones y conseguía contagiar a los lectores de su amor por los animales. En 1957, realizó su tercer viaje a Camerún. Esta vez, para recoger ejemplares para su propio zoo.
Un zoo lejos de Corfú
En 1958 y tras años de trabajo, Gerald Durrell fundó el Parque zoológico de Jersey. Ya desde un inicio tenía una gran colección de animales, desde monos hasta aves y reptiles. Su objetivo era que el zoo solo hospedase especies en peligro de extinción, para colaborar así en las tareas de conservación y ayudar a crear concienciación entre los visitantes. El símbolo del parque es, de hecho, un dodo: un ave endémica de la Isla Mauricio que se extinguió a finales del siglo XVII, solo un siglo después de que fuese descubierta por los exploradores europeos.
Durrell creó también la organización Jersey Wildlife Preservation Trust y el Durrell Index, un índice que muestra las amenazas a las que se enfrentan las especies y los resultados de sus acciones de conservación. A lo largo de su vida, realizó una increíble tarea de investigación, monitorización, educación y divulgación que empezó, realmente, en sus excursiones en Corfú. Gerald Durrell murió en Jersey el 30 de enero de 1995, poco después de cumplir 70 años.
En Nobbot | Gorka Ocio (Verballenas.com): «La conservación de la naturaleza da más dinero que acabar con ella»
Imágenes | The Estate of Gerald Durrell
Gran persona defendiendo la maturaleza es dicno de envidia tanto saber de los animales