Marzo de 2020. El paro y la situación económica son las principales preocupaciones de los españoles. Pero un 3,5 % dice estar empezando a tomarse en serio una amenaza surgida en un lugar lejano. Ese pequeño porcentaje todavía no lo sabe, pero en los próximos meses, una enfermedad, la covid-19, va a ponerlo todo patas arriba.
La preocupación por la pandemia escalaría rápidamente a la primera posición. Según el barómetro del CIS de octubre de 2020, más de un 90 % de los españoles estaba bastante o muy preocupado por la covid-19. Un año después, con las vacunas de por medio, el porcentaje había bajado al 80 %. En el último barómetro del CIS, en octubre de 2022, ya solo un 17 % decía estar muy preocupado por la evolución de la pandemia.
En los últimos tres años, con la ayuda inestimable de las vacunas y del personal sanitario, hemos ido aprendiendo a convivir con una enfermedad nueva. Hemos sido expertos virólogos y epidemiólogos, hemos pasado de lavarnos las manos cada media hora a preocuparnos de los invisibles aerosoles y hemos atravesado todo tipo de picos de histeria y relajación (probablemente, excesiva).
Camino de cumplir tres años de pandemia, echamos la vista atrás. Y lo hacemos de la mano de tres de los científicos que en aquellos días se prestaron a resolver nuestras dudas: Sonia Zúñiga, experta en coronavirus e investigadora del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC, Antonio Salas, experto en genética de poblaciones y catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela, y Rafael Bengoa, médico, codirector del Instituto de Salud y Estrategia y exdirectivo de la OMS.
Todo lo que sabemos del virus
Cuando las primeras señales de alarma, todavía tímidas, llegaron de Wuhan (China) en enero de 2020, la mayoría de nosotros no sabía nada de los virus ni de cómo se propagaban las enfermedades. En pocas semanas, empezamos a familiarizarnos con un montón de conceptos hasta entonces exclusivos de la virología y la epidemiología. El número R, los vectores de transmisión, las gotículas y los aerosoles o la diferencia entre mortalidad y letalidad pasaron a centrar las conversaciones de casi todas las familias. Mientras estábamos confinados en casa, hicimos un curso acelerado en pandemias. Los científicos tampoco lo tenían nada claro entonces, pero hoy estamos seguros de muchas cosas.
“A principio de 2020, los que trabajamos con los coronavirus pensábamos que este iba a ser como los demás virus que conocíamos. Pero cuando supimos que había contagios desde asintomáticos, cambió la película”, recuerda Sonia Zúñiga. Cuando la entrevistamos por primera vez en marzo de 2020, había ‘solo’ 95 000 contagios confirmados en todo el planeta. “Hoy sabemos que es un virus que se multiplica muy bien en el tracto respiratorio superior, por lo que se puede transmitir desde gente con síntomas muy leves o sin síntomas. Y sabemos también que, con la aparición de las nuevas variantes, las reinfecciones son un hecho. Todo esto nos ha confirmado que es un virus del que no nos vamos a librar”.
En los primeros meses, había también bastantes dudas sobre cómo se propagaba la pandemia. Lo de los asintomáticos desafiaba la concepción de la población general sobre las enfermedades: ¿cómo es posible estar enfermos si nos encontramos perfectamente? Además, estaban las dudas sobre la transmisión. Primero, era por contacto con superficies o personas infectadas. Lo más importante era lavarse las manos y tocarse lo mínimo posible. Después, ganó fuerza, hasta acabar imponiéndose, la teoría de los aerosoles: el coronavirus flotaba en el aire dentro de partículas pequeñísimas exhaladas por las personas enfermas. Al respirarlas, nos contagiábamos.
Otro elemento con el que hubo escepticismo al principio y que luego resultó clave en la evolución de la pandemia fueron los supercontagiadores. “Hemos podido observar que hay dos grandes motores de la pandemia: el supercontagio y la capacidad de algunas variantes de infectar más fácilmente que otras. Aunque el impacto individual de cada uno de estos factores es difícil de evaluar, lo cierto es que los supercontagios están presentes desde el principio de la pandemia y han funcionado como motor de esta independientemente de la variante circulante”, explica Antonio Salas.
“Sabemos también que, salvo en personas vulnerables, la letalidad no es demasiado alta, en torno al 2 %. Este porcentaje ha bajado mucho con la vacunación”, añade Zúñiga. “Pero en personas vulnerables puede ser muy alta, aun con las vacunas. Esto no es una gripe, no es un catarro cualquiera, es algo más. Hay que seguir teniendo cuidado”.
Y lo que todavía desconocemos
Aunque el presente de la pandemia parecemos tenerlo bajo control, las dudas se multiplican si viajamos en el tiempo, ya sea hacia el pasado o hacia el futuro. Los primeros casos de la covid-19 se detectaron a finales de 2019 en Wuhan. Sin embargo, todavía no está claro cómo llegó el virus a los primeros huéspedes humanos. Cuanto más pase el tiempo, más difícil será desentrañar por completo los misterios del origen del virus. Aun así, los datos se acumulan de forma abrumadora a favor de la hipótesis del salto de animales a humanos (zoonosis) en el entorno del mercado de Wuhan.
“Hay datos científicos muy sólidos que sugieren que el animal hospedador intermedio habría sido el mapache. Los mapaches en el mercado de Wuhan tenían un virus que era al 99,9 % genéticamente idéntico a este. Pero es cierto que todavía hay incógnitas”, detalla Sonia Zúñiga. “En este sentido, nos preocupa que, dada la extensión de la infección, se pueden estar creando nuevos reservorios animales. Sabemos que el virus puede infectar a ratones, ciervos, visones… Y, una vez entra en esas especies animales, puede seguir evolucionando y volver a saltar a las personas como un virus distinto y más virulento”.
Si seguimos mirando hacia el futuro, aparecen nuevas dudas. Desde el principio estuvo presente la hipótesis de que el virus, con el tiempo, se adaptaría al huésped humano y generaría una versión más suave de la enfermedad. Pero no parece que hayamos llegado a ese punto todavía. “Me atrevo a decir, y esto tiene obviamente un componente especulativo, que la ómicron y las subvariantes que consideramos más ‘suaves’ habrían tenido una capacidad pandémica e igualmente devastadora que las variantes asiáticas primigenias si no fuese por que el contexto epidemiológico, con buena parte de la población inmunizada, ha cambiado mucho”, añade Antonio Salas.
Zúñiga resalta, además, otras incógnitas todavía sin respuesta. “No sabemos cómo es capaz de causar una variedad tan amplia de síntomas más allá de los pulmonares y tampoco sabemos por qué entre el 4 % y el 20 % de la población tiene síntomas de larga duración, el llamado long covid, incluso aunque la infección sea leve. En ambos casos, no está claro si son características propias de este virus virus o tiene más que ver con los números tan altos de infecciones. Por eso tenemos que seguir vigilando”.
¿Dónde quedan los aplausos a los médicos?
“Suecia sí que lo hace bien, apostando por que todo el mundo se contagie”. “Lo mejor es hacer como Singapur, que casi no tiene covid”. Este tipo de debates también tuvieron su protagonismo en los inicios de la pandemia. Pero, desde el punto de vista de la salud pública, hoy es difícil hablar de vencedores y vencidos, aunque es indudable que algunas estrategias han funcionado mejor que otras. “En general, lo han hecho mejor los países que tenían experiencia previa, es decir, los asiáticos. Aun así, aquí no incluyo a China porque hoy mantienen una estrategia cero-covid con confinamientos prolongados que no está funcionando”, reflexiona Rafael Bengoa.
“En España, la estrategia seguida, ola tras ola, ha sido entrar en pánico y luego en una fase de indiferencia, lo que en epidemiologia llamamos panic-neglect. Ahora estamos en una de esas fases de indiferencia, pero creo que se ha gripalizado demasiado pronto la covid-19”, añade el experto en salud pública. “Debemos preguntarnos si debemos esperar sentados a la siguiente pandemia. No hay señales de que la Administración esté evaluando la gestión de la pandemia por el miedo al impacto político que pudiera tener. Y es aun más extraño que, con la que ha caído, los poderes económicos del país acepten esta peligrosa situación de cara al futuro”.
Cada vez quedan más lejos aquellos días en los que salíamos a los balcones a aplaudir a nuestros sanitarios. Todos los días a las 8 de la tarde. Un momento para agradecer, pero también para sentir que todos estábamos en una situación parecida e infundirnos ánimos para seguir aguantando. Hoy ya nadie aplaude, pocos recuerdan el esfuerzo del sistema de salud durante estos últimos tres años y nadie, entre los políticos, parece reconocer las promesas que se hicieron en los primeros meses de la pandemia. Vamos a salir mejores, repetían los eslóganes.
“Tras una década de infrafinanciación del Sistema Nacional de Salud, tras casi tres años de salvar la situación asistencial por la covid-19 y tras haber logrado vacunar a todo el país, no haber anticipado que el sector sanitario iba a entrar en crisis es bastante ingenuo”, subraya Rafael Bengoa. “El sistema público seguirá deteriorándose a menos que se estabilice con inversiones y una transformación organizativa hacia un modelo más conectado con servicios sociales, más preventivo y proactivo”.
La desigualdad de las vacunas
Desde el minuto 1 de pandemia, el mundo empezó a echar cuentas sobre las vacunas. Las previsiones más optimistas hablaban de esperar dos años para empezar a recibir las primeras inyecciones. Pero llegó diciembre de 2020 y con él, las primeras campañas de vacunación. Moderna, Pfizer, Astrazeneca y Janssen se convirtieron en nuestros nombres de referencia. Y no es para menos, ya que las vacunas han cambiado por completo el rumbo de la pandemia.
“Las vacunas han supuesto un antes y un después de la pandemia. Son un ejemplo de éxito científico. Aunque la gente se sigue infectando a pesar de estar vacunados, esas vacunas han reducido de forma dramática la severidad de la enfermedad, las hospitalizaciones y las muertes”, explica Bengoa. Para Sonia Zúñiga, que trabaja en uno de los prototipos españoles de vacuna desarrollados por el CSIC, las primeras vacunas han tenido una función importantísima, pero todavía hay margen de mejora.
“Idealmente, se necesitarían mejores vacunas. Vacunas, por ejemplo, que se administren de forma que protejan de la infección. O vacunas para varias variantes o incluso varios coronavirus”, señala la viróloga. “Sería muy bueno que existiesen estas vacunas de segunda generación. Ahora bien, una cosa es que desde el punto de vista científico sea bueno y otra es el interés social, económico y político en eso. Ya no depende de nosotros como científicos”. El reparto de las vacunas, tampoco.
En el momento en que escribimos estas líneas, el 68,2 % de la población mundial ha recibido al menos una dosis de una vacuna contra la covid-19. Pero las medias esconden las diferencias. En los países pobres, el porcentaje no llega ni al 30 %. En España, por comparar, es del 87 %. Y en Haití o Yemen, apenas del 2 %, según los datos recopilados por la Universidad de Oxford. Mientras haya países sin inmunizar, el control de la enfermedad y el fin de la pandemia quedarán lejos.
¿Vemos la luz al final del túnel?
La pandemia está hoy en una fase muy diferente a la de 2020, sobre todo, en los países con mayor tasa de vacunación. En algunos, como en España, ni siquiera es posible saber el estado real de su evolución, ya que los esfuerzos de testeo y rastreo se han reducido de forma importante. Aun así, los datos que llegan de los hospitales hablan por sí mismos: la situación es hoy muy diferente a la de los meses del confinamiento o a la de la Navidad pasada, cuando una última gran ola de infecciones nos pilló con la guardia baja. Pero ¿estamos de verdad ante el fin de la pandemia?
“Nuestra convivencia histórica con los patógenos nos enseña que existe cierta tendencia a alcanzar un equilibrio de convivencia entre el virus y el huésped. Han pasado casi tres años desde el inicio de la pandemia y me parece que vamos en esa dirección, pero creo que afirmar que la pandemia se ha terminado es un poco precipitado. Hay cabida para nuevos sustos”, explica Antonio Salas. “Estamos entrando en fase endémica de la enfermedad, pero es necesario seguir vacunando a los más vulnerables, a los mayores y a los inmunodeprimidos, para que estén bien protegidos este tercer invierno”, recalca Rafael Bengoa.
“Creo que si no aparece una variante muy diferente, en determinados países con tasas de vacunación muy altas, como el nuestro, la situación va a ser buena en cuanto a hospitalizaciones y fallecimientos. En estos países podrían faltar pocos meses para que se declarase el fin de la pandemia, pero la OMS lo analiza a nivel global. Las vacunas no han llegado a todas partes y las que han llegado no siempre son las mejores”, concluye Sonia Zúñiga. “Ahora bien, tenemos que tener claro que este virus va a ser uno de los virus que va a seguir causando problemas cada año, como el de la gripe. Vamos a convivir muchos años con él”.
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