La ciencia va por un lado y las cumbres del clima, por otro. Tras dos semanas de intensas reuniones y negociaciones, la COP27 terminó estableciendo un fondo para compensar económicamente a los países más vulnerables ante el cambio climático, pero sin establecer medidas ambiciosas para reducir el uso de los combustibles fósiles. A pesar de que las consecuencias de la crisis climática son cada vez más intensas y evidentes, la COP27 finalizó sin dar un paso en firme para frenarla. Las reuniones – y los acuerdos – muestran la dificultad que existe para encontrar un consenso y alinear las posturas de los diferentes países.
En esta ocasión, los debates principales se dieron entre los países en vías de desarrollo y los desarrollados, por un lado, y entre aquellos que buscan reducir la dependencia de los combustibles fósiles y los que no, por el otro. Finalmente, los votos más inmovilistas han marcado la redacción de un acuerdo muy abierto que no avanza en muchos de los aspectos más importantes.
El lado positivo: compensación para los vulnerables
En su discurso inaugural de la COP27, el secretario general de la ONU, António Guterres, señaló que esta debía ser la cumbre de la solidaridad. Que crear un fondo económico para compensar los daños y las pérdidas causadas por el cambio climático en los países más vulnerables era una cuestión de justicia climática y un tema que no podía esconderse durante más tiempo “debajo de la alfombra”.
Finalmente, los participantes en la COP27 aprobaron por unanimidad (algo necesario en las cumbres del clima) la creación de un mecanismo de compensación por pérdidas y daños. El objetivo es que los países desarrollados, aquellos que más han contribuido históricamente a la emisión gases de efecto invernadero a la atmósfera, compensen económicamente a los más pobres por los daños que les ha causado y les seguirá causando el cambio climático.
Sin embargo, el acuerdo contiene pocos detalles: todavía no se ha pactado cómo se financiará este fondo ni qué países se beneficiarán del mismo. Esto se abordará durante los próximos meses, y abrirá sin duda debates importantes. Uno de ellos girará alrededor del papel de China, un país que no ha sido un emisor destacado a lo largo de la historia (si se compara, por ejemplo, con Estados Unidos) pero que actualmente es el mayor emisor de gases de efecto invernadero de todo el planeta.
A pesar de estas dificultades, se espera que el fondo pueda entrar en funcionamiento en 2023. En el aire y a la espera de reuniones posteriores queda, por otro lado, el compromiso de los estados industrializados de aportar 100 000 millones de dólares anuales para financiar la acción climática y la transición energética en los países en vías de desarrollo. Una promesa que no se ha materializado nunca.
Sin un adiós a los combustibles fósiles
Numerosos países, entidades y organizaciones tenían otro objetivo claro para la COP27: lograr un acuerdo para reducir el uso de los combustibles fósiles. En la COP26 se contempló el abandono gradual del carbón, y muchos esperaban que este año se ampliasen las restricciones al petróleo y el gas.
Sin embargo, el contexto actual, marcado por la guerra de Ucrania y la crisis de suministros, ha frenado la posibilidad de hacer avances. A un lado se situaban partes como la Unión Europea, partidaria de aumentar los compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, y al otro, países productores de petróleo o que basan sus economías en los combustibles fósiles.
Aunque la declaración final de la COP27 sigue abogando por aumentar los objetivos de recortes de emisiones, el compromiso final ha sido poco ambicioso y no lo suficientemente exigente como para suponer una solución real al cambio climático.
Sí se consiguió evitar, no obstante, algo que se propuso a lo largo de la cumbre y que supondría un importante paso atrás: abandonar el objetivo de mantener la subida de la temperatura global lo más cerca posible de 1,5 ºC respecto a los niveles preindustriales.
Este es el principal objetivo marcado en el Acuerdo de París y se basa en las recomendaciones de la ciencia. De acuerdo con los expertos del Panel Intergubernamental del Cambio (IPCC), superar este límite multiplicaría los riesgos asociados al calentamiento global.
La otra cara de la COP
La COP27 estuvo marcada por un contexto geopolítico complicado y el aumento de las presiones para encontrar soluciones tras un verano en el que se sucedieron las olas de calor, los incendios, las inundaciones y las sequías en diferentes partes del hemisferio norte.
A su vez, abundaron las críticas por la ubicación del evento en Sharm el Sheij, una ciudad de vacaciones de Egipto en donde se restringieron las actividades civiles y activistas. No pasó desapercibido, tampoco, que la cumbre del clima acogiese a más de 600 grupos ligados a los combustibles fósiles.
La ciencia también quiso dejarse oír en la COP27. Los días antes del inicio de la cumbre estuvieron marcados por la publicación de varios análisis que muestran la realidad del cambio climático. El Informe sobre la Brecha de Emisiones, por ejemplo, señala que el mundo se calentará hasta 2,8 º C a finales de siglo si no aumenta la ambición de los planes de recorte de emisiones de los países (los NDC).
La Organización Meteorológica Mundial, por otro lado, señaló que la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera está en los niveles más altos desde que existen registros. Una vez más, y con estas cifras en mente, toca esperar a la próxima cumbre del clima para que se pongan por fin soluciones reales al cambio climático y sus consecuencias.
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