Los clásicos siempre son modernos. No lo digo yo, lo decía La Habitación Roja en «Nunca ganaremos el Mundial«, ese tema que afortunadamente ha quedado obsoleto para siempre. En España proliferan las ferias dedicadas a los juegos retro, Nintendo anuncia una versión de bolsillo de la NES y las grandes sagas creadas en los ochenta y noventa aguantan el paso del tiempo.
¿Qué tienen aquellos juegos que cuentan con más de treinta años para seguir en la cresta de la ola? Su aspecto ha quedado desfasado; su control, en ocasiones, es algo más tosco de lo que podemos jugar hoy en día y tenían una dificultad por las nubes. Pasarse el primer Zelda de NES era una tarea titánica sólo a la altura de unos pocos elegidos.
más allá de la nostalgia
Pero existen algunos motivos para justificar que los juegos retro vendan. El componente de nostalgia es esencial para entender este revival que, más que una moda, parece instalado ad eternum. Pero también es interesante destacar que en esas primeras experiencias se esconden las raíces de algunos de los grandes géneros dominantes de la industria del videojuego.
Los primeros Mario sentaron las bases del plataformeo, Zelda hizo lo propio con la aventura, Wolfenstein 3D le dijo al mundo que lo de pegar tiros en primera persona iba a enganchar a más de uno y de dos jugadores y hasta PC Fútbol sentó, en España, las bases de un género muy particular: el de los mánagers de fútbol. El clásico PC Fútbol no supo sobrevivir a su propia fama aunque su espíritu reside, de alguna manera, en Football Manager, otra saga longeva que es un género en sí misma y que ha sabido llevar la gestión futbolística a unos niveles de realismo que ningún otro título puede igualar.
Que los clásicos sean modernos no es postureo. Es la constatación de un hecho: que el videojuego actual tiene un legado que nos ayuda a comprender el camino recorrido a la vez que nos recuerda que, en los orígenes, se gestaron obras por las que no pasa el tiempo.