El español, siguiendo el ejemplo del inglés, se retuerce para dar cuenta de los nuevos usos y costumbres que imponen las nuevas tecnologías, así como de las dolencias y malestares que provocan. Se han dicho muchas cosas sobre Internet. Por ejemplo, que ha dado lugar a la tercera revolución industrial. Que su aparición ha supuesto para algunos un hito de las mismas proporciones que el descubrimiento de la agricultura durante el Neolítico, que hizo que el hombre dejara el nomadismo y se hiciera sedentario, o que la revolución industrial inglesa del siglo XVIII y XIX, que cambió para siempre la manera de producir bienes y de vivir en las ciudades.
Sólo el tiempo dirá la magnitud de la revolución vivida con Internet, y si se asemeja a las anteriores por importancia. Pero lo que está claro es que la popularización de la Web ha cambiado significativamente el mundo de los negocios (o por lo menos de algunos de ellos) y la forma en que viajamos, estudiamos, leemos, nos comunicamos o nos informamos. Y también ha cambiado el idioma, que ha tenido que reinventarse sobre la marcha para, por ejemplo, referirse a enfermedades o dolencias de nuevo cuño que sólo las nuevas tecnologías provocan, o para hablar de usos y costumbres que se han impuesto en los últimos 15 años y que nuestros abuelos difícilmente comprenderían.
Una revolución cargada de nuevas ENFERMEDADES
Un ejemplo es la nomofobia, un término que deriva de las palabras “no”, “móvil” y “fobia”, y que describe la angustia que le entra a aquellos que un día se encuentran sin el móvil porque se lo han olvidado en casa o está sin batería. Se trata de un episodio que puede no pasar de una cierta incomodidad, pero que también puede desembocar en un ataque serio de ansiedad.
Internet también puede disparar la hipocondría latente en algunos. Y es que otro trastorno que produce una navegación ansiosa es la llamada cibercondria, que sufren los que creen padecer una enfermedad de cuya existencia se han enterado por Internet.
Algo menos grave y tortuoso, pero igualmente significativo del poder de persuasión de Internet y de las nuevas tecnologías, es el llamado “síndrome de la llamada imaginaria”, que experimentan lo que creen oír su teléfono móvil o creen sentir su vibración cuando en realidad no se ha producido. Este fenómeno se da sobre todo en momentos de estrés que hacen que nuestro cerebro asocie cualquier impulso al teléfono móvil.
Otra dolencia del alma que agudiza Internet es la de la vanidad. Hablamos del “egosurfing” o “vanity searching”, consistente en poner nuestro nombre entre comillas en un buscador para ver nuestro nivel de popularidad y comprobar ¡ay¡ que todavía estamos a años luz de Belén Esteban o de Cristiano Ronaldo.
El psiquiatra Jesús de la Gándara, que ya fue entrevistado en Nobbot, ha acuñado el nombre de varios vicios que aquejan a los amantes de las nuevas tecnologías. Uno de ellos es la “infosaturación”, que sufren aquellos que no pueden absorber y tratar con criterio toda la información y los datos que Internet pone a su disposición.
A nuevos usos y costumbres, nuevas palabras
Pero no todo el idioma que han generado Internet y las nuevas tecnologías a su alrededor en los últimos años tiene que ver con enfermedades o disfunciones. Como el inglés, tan alabado por su capacidad de adaptación,también el español se retuerce para dar cuenta de los usos y costumbres de esta era cibernética en la que estamos inmersos con expresiones directas y muy gráficas, aunque, eso sí, heterodoxas y alejadas del gusto de los académicos de la lengua.
Por ejemplo, a un desaprensivo que molesta en foros o discusiones en Internet con mensajes provocadores e irrelevantes se le llama “trol”, y “trolear”. Es lo que algunos hacen en Twitter o Facebook con el objetivo de generar polémica, ofender y, en última instancia, boicotear una cuenta o una discusión.
WhatsApp, la aplicación de mensajería instantánea más popular del mundo, y por la que Facebook pagó una auténtica fortuna, también ha dado lugar al verbo “wasapear”, que no recoge la Real Academia Española, pero que casi todo el mundo entiende por intercambiar mensajes a través de la aplicación del logo verde.
Otros ejemplos de la plasticidad que tiene el español a la hora de ponerse al día son palabras como: “pedefear” (generar un archivo con formato PDF a partir de otro), “clicar” (hacer clic con el ratón), “lincar” (de vincular -link- un contenido a otro), “postear” (subir un post o entrada de información a una página web o un blog), “fotochopear’ (retocar con Photoshop), “feisbuquear” (usar Facebook para encontrar personas) o “guglear” (buscar en Google).
No hace falta decir que la RAE todavía no ha admitido estos vocablos ni otros de uso más corriente como “meme” o “selfie”. Y lo más probable es que no lo vaya a hacer durante algún tiempo. Sin embargo, la institución nacida para “limpiar, velar y dar esplendor” a nuestra lengua se ha puesto las pilas y ha admitido, por ejemplo, el verbo tuitear, friki (aficionado obsesivo de algo), emoticono, chatear, cederrón (¿?) o hacker. No está mal, aunque queda mucho camino por andar.
El mundo de los videojuegos también nos ha ensanchado el idioma. Así, los muy aficionado a las consolas no son sólo jugadores empedernidos o jugones, sino “gamers”. Además, en los últimos tiempos se habla mucho en el ámbito educativo de la “gamificación”, que proviene del inglés gamification y consiste en incorporar estrategias propias de los juegos -como los incentivos, los rankings o el compañerismo con los miembros del mismo equipo- para motivar el trabajo de los estudiantes o los empleados dentro de la clase o las empresas.
La soledad de estar siempre conectado
Internet también está cambiado la forma de socializarnos. Cada vez hablamos menos de adolescentes y jóvenes, y más de los apreciados “millennials” (los nacidos entre 1980 y 1995 aproximadamente) o incluso de los “centennials”, los nacidos a partir de 1997 y que, al parecer, son más pragmáticos que sus hermanos mayores y están menos dispuestos a ceder privacidad y airear su vida íntima en las redes sociales. Por no hablar de los “screenagers”, esos adolescentes con un apetito digital insaciable y que llevan encima múltiples pantallas por las que se manejan como pez en el agua.
¿Quién no se ha trastabillado mientras avanzaba por la calle mirando la pantalla de su móvil y no la acera o el paso de peatones? Pues bien, para denominar a estos zombies ciudadanos hay un término que incluso fue elegido por una editorial alemana como “palabra joven del año” en 2015. Se trata de “smombie”, que se forma al abreviar smartphone y zombie, y retrata a esos personajes que avanzan lenta y caprichosamente por la calle, sin prestar atención a lo que le rodea porque van pendiente únicamente de su móvil. En Hong-Kong se les llama ‘dai tau juk’ o ‘tribu de la cabeza hacia abajo’.
Y tres palabrejas más para terminar. A los okupas en Internet se les llama “cybersquatters”. Hablamos de los chicos listos que se adelantan a las multinacionales y las organizaciones importantes para registrar un nombre de dominio por el que luego pedirán una fortuna. El prefijo cyber también se puede aplicar a las situaciones de acoso. El “cyberbulling” es el acoso psicológico a través de Internet, el teléfono móvil o los videojuegos online.
Y, por último, tenemos una moda que está afectando al periodismo que se hace en Internet y que a la larga puede hartar a los lectores. Se trata del “clickbait”, que en español sería “carnada de clics” y que consiste en inflar los titulares para forzar al lector a pinchar, prometiéndole que cuando lo haga descubrirá secretos inconfesables de sus protagonistas. En fin, una mezcla de amarillismo y morbo que redes sociales como Facebook están dispuestas a eliminar.
En Nobbot | Adicciones y síntomas (aparentemente) absurdos que nacieron gracias a Internet & Co.
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