La tecnología ya no es una materia exclusiva de los entusiastas o de los frikis. Todo lo contrario, ha calado en todos los ámbitos de la sociedad y se ha convertido en una materia cotidiana y de interés general.
Los ordenadores personales, las telecomunicaciones, el ocio digital, la telefonía móvil o Internet afectan a nuestras vidas de un modo determinante. Es más, hasta son el centro de muchas conversaciones de barra de bar.
Hasta aquí todo bien, pero al mismo tiempo estamos en un momento en el que la tecnología ha pasado a ser una fuente de ingresos de primer orden para muchas empresas. Es también un momento en el que el marketing se usa como un arma de captación masiva de adeptos, clientes y fan-boys con el ánimo de construir una imagen de marca aceptada y reconocida por cuantos más, mejor.
En busca de los bluffs
Esta dinámica hace que sea casi imperativo para las empresas estar en la primera línea de la actualidad con nuevos dispositivos, soluciones o servicios. E incluso también con nuevas tecnologías que se anuncian a bombo y platillo en sus convenciones anuales o semestrales planificados como si se tratase de conciertos de estrellas de rock.
Esta dinámica trae consigo algunos efectos colaterales, como la falta de rigor e incluso frivolidad en el momento de anunciar tecnologías, productos y proyectos.
Nos los creemos, pero la experiencia nos dice que en más ocasiones de las que desearíamos, en el fondo, nos están “vendiendo la moto”. En tecnología, es fácil pensar que todo es posible. Pero no siempre lo es. Las empresas saben que es fácil captar la atención de la gente con anuncios como los de las Google Glass, o el de los teléfonos modulares. Por no hablar de “fenómenos” como las gafas 3D para la tele, la inteligencia artificial o el coche eléctrico.
Nos transmiten mensajes optimistas que contribuyen a que tengamos una opinión más positiva de una compañía o de un producto. No hay nada de malo en ello, pero empieza a ser frecuente encontrar que, tras un tiempo que puede ir de semanas a meses o años, aquellos mensajes se quedan en nada.
No siempre es fácil identificar un “fail” en el momento en el que tiene lugar el lanzamiento en cuestión, pero hay ciertos elementos y tácticas que, al menos, pueden evitar que nos creamos lo increíble.
Como norma general, es recomendable que, como medida de precaución, pusiésemos un interrogante detrás de todo lo que nos cuentan desde fuentes supuestamente fiables. De ese modo podremos evitar caer en la ilusión fácil. Ilusionarse es peligroso, porque corremos el riesgo de desilusionarnos después. O perder tiempo siguiendo un tema que no tiene cimientos.
Casos prácticos
Lo mejor será ilustrar estas tácticas con ejemplos concretos. Pondré algunos con los que me he encontrado a lo largo de mi carrera como periodista y comentaré el análisis que hice en su momento sobre productos y tecnologías varias, aparentemente muy «potentes», pero con pies de barro.
Lo difícil de este tipo de análisis es ser consecuente con las conclusiones a las que se lleguen. Es fácil verse influenciado por el entorno que «hace la ola» a ciertos temas de un modo muy gratuito en ocasiones. Pero es cuestión de mantenerse firme y tener los argumentos claros. Y si nos equivocamos, aprender de ello. No se trata de ser un boicoteador, sino de tener los pies en el suelo.
Google Glass
Las Google Glass han sido el fenómeno mediático por excelencia durante varios años. En junio de 2012 se hizo una demostración en vivo de las mismas, con un espectacular salto en paracaídas emitido en directo a través de las gafas de los saltadores.
Fue todo un show mediático y a partir de ahí el entusiasmo se propagó como la pólvora, prometiendo un futuro propio de las novelas de Isaac Asimov. Pero la lectura objetiva y técnica del evento era otra.
En primer lugar (y último si se prefiere también), se trata de unas gafas que llevan un procesador, conectividad y electrónica diversa. Unas gafas que están pensadas para llevar puestas todo el día.
Pues bien, con el peso que tienen esas gafas, la capacidad de la batería es tan reducida que su funcionalidad se ve totalmente comprometida por esa circunstancia. Las Glass están pensadas para llevar siempre puestas sin preocuparse de ellas. Y las limitaciones energéticas son suficientes para descartar la viabilidad del proyecto en el minuto cero.
Solo con ese argumento bastaría para dejar de ilusionarse y prestar atención a un proyecto que vino muy bien a Google de cara potenciar su imagen de marca y también a embolsarse una cantidad de dinero nada desdeñable teniendo en cuenta que el kit de desarrollo de las Glass costaba 1.500 dólares.
Alrededor de los proyectos basados en Glass se movieron millones de euros en subvenciones que acabaron en nada. Porque las Glass fallaban en una premisa fundamental: la autonomía. Se podría decir que la miniaturización de la electrónica permitiría superar estos problemas, pero es una falacia. La Ley de Moore tiene sus limitaciones y no se pueden hacer (aún) procesadores que rindan mucho y consuman mucho menos de lo que consumen hoy.
Las Google Glass pueden ser posibles algún día, pero no en un plazo razonable.
Sensores médicos en los Smart watches
En su día se oyeron noticias acerca de los wearables como instrumentos médicos de precisión para ayudar a los pacientes con enfermedades como la diabetes a controlar la insulina. Al final, los sensores que llevan los relojes inteligentes son más bien básicos y no sirven para establecer diagnósticos en los que la salud del paciente corra peligro.
La razón estriba en la necesidad de homologar los productos que vayan a ser usados en protocolos médicos y diagnósticos clínicos. Una certificación que pasa por meses o años de pruebas clínicas, análisis de los resultados y rediseño de la tecnología.
No basta con poner un sensor que mida la insulina y usar una app de control. Si no está bien hecho el sensor, o el reloj se cuelga, o tiene algún error de programación, o es hackeado, puede suceder que un paciente fallezca a causa de una incorrecta medición de la insulina.
Así que, antes de creernos un panorama en el que los wearables serán nuestro médico particular, deberíamos pensar un poco en la letra pequeña. Es posible hacerlo, y de hecho en los hospitales hay equipos médicos homologados. Pero en la electrónica de consumo, un fabricante no puede permitirse el lujo de tener un producto en fase de desarrollo y homologación durante años, sin posibilidad de renovarlo hasta muchos años después.
La tele en 3D y el efecto «wow»
Otro de los grandes hitos de la historia de los bluff. En este caso, recuerdo el día que probé las primeras gafas en una tele 3D. Gafas activas, viendo un partido de fútbol. Pues bien, aquí el análisis pasa por descartar de la ecuación el efecto “wow” y quedarnos con la experiencia de usuario en el día a día.
El efecto “wow” de la tele en 3D puede durar entre pocos minutos o varios días. Pero se pasa. La realidad de la tele en 3D es que el efecto visual era deficiente, con el agravante de tener que ponerse unas gafas para verlo.
En un tiempo en el que nos quitamos las gafas a través de lentillas o cirugía, nos invitan a usar unas gafas para disfrutar de un efecto más bien mejorable. Con ese argumento en la mano, la tele 3D estaba muerta antes de empezar.
Si el 3D venía sin coste adicional, genial. Pero si había que pagar por ello, no merecía la pena. Así de fácil, más allá del efecto “wow” y del entusiasmo que nos trataban de contagiar las marcas implicadas.
El móvil modular
Otro de los fenómenos mediáticos de los últimos años ha sido el móvil modular de Google, el Proyecto ARA. Con todo lo atractivo que tiene, se trata de una iniciativa que se enfrenta a complicaciones difíciles de resolver.
Sin ir más lejos, los módulos para ensamblar el teléfono provendrían de diferentes fabricantes. Este hecho añade una complicación logística importante: todo lo que tiene que ver con la electrónica y las actualizaciones de software y los controladores que usa el sistema operativo de los móviles para gestionar su hardware, pasa por periodos de prueba tediosos y prolongados.
En el caso del móvil modular, cada actualización y cada dispositivo con cada módulo tendrían que probarse exhaustivamente. Pensad en un mercado de decenas de millones de usuarios de un teléfono modular. O centenares de millones. Si hay un fallo que haga que la instalación de un módulo cuelgue el móvil, los problemas son grandes.
Pensad también en lo siguiente: si un fabricante, con todo el control sobre su hardware, tarda semanas o meses en validar una actualización del sistema operativo para sus terminales, imaginad un escenario donde haya decenas de fabricantes y módulos implicados.
Así que, el tema del móvil modular ARA se antojaba de difícil consecución desde el minuto cero.
El coche eléctrico
Una tendencia de la que se habla mucho en estos tiempos es la de la movilidad eléctrica. El coche eléctrico parece una panacea. Pero piensa bien antes de imaginar lo fácil que podría ser que todos cambiásemos el coche de combustión por uno con baterías.
Recuerda que una batería tiene que cargarse para funcionar. Una batería de un coche como el Tesla S necesita un cargador de 120 kW (400V/300A) para “llenar” la batería de 90 kWh al máximo en un tiempo de nada menos que 1 hora 15 minuntos y recorrer 300 millas (482 km). Con cargadores menos rápidos, el tiempo de carga puede multiplicarse por varios órdenes de magnitud.
Imaginad que tenéis una electrolinera con capacidad para 20 coches al mismo tiempo. En una primera aproximación se necesitaría una capacidad de abastecimiento de 2.400 kWh con una potencia contratada mayor aún. Para que os hagáis una idea, una casa típica tiene una potencia contratada de 3 kW con un consumo que por lo general está en torno a 1,5kWh.
Ahora, imaginad un parking con 200 coches. Para cargarlos a todos a la vez en la modalidad de carga rápida, necesitaríamos 24.000 kWh de suministro. Cifras de abastecimiento de electricidad muy importantes. Y, además, energía que tiene que ser generada por métodos limpios para que este modelo sea realmente válido.
Así pues, de un modo muy “a vista de pájaro”, pensar en el coche eléctrico como la alternativa al coche de combustión sin más no es un razonamiento válido a priori, por mucho que nos hagan pensar en ello como una posibilidad.
Esto no invalida al coche eléctrico como tecnología, desde luego. Pero sí cuestiona el modelo de uso de un mundo lleno de coches eléctricos.
En algunos casos, podemos dejar volar nuestra imaginación y llegar a pensar que un Airbus A380 podría volar con energía solar o baterías. Mejor si borramos eso de nuestro pensamiento. Al menos durante bastantes décadas o centurias. El Solar Impulse ha dado la vuelta al mundo volando. Pero solo transporta un pasajero, pesa 2.300 Kg y a un máximo de 140 Km/h.
Drones mensajeros
Amazon sigue hablando de los drones como un medio de reparto de mercancías. Es una idea muy atractiva de cara a hacer volar (también) la imaginación, pero hay argumentos para hacer que sea mejor dejarla en tierra junto a los propios drones.
Por ejemplo, la autonomía de los drones es modesta. Y más si tienen que transportar paquetes de cierta entidad. Se pueden usar drones de más hélices y peso, pero en todos los casos hay que vérselas con una legislación severa. Y tiene su lógica: un dron pesa varios kilos, y si hay un accidente, puede hacer mucho daño tanto a las personas como a bienes.
El impacto de un dron en un coche puede hacer que haya que llevarlo a reparar. Por no hablar de los problemas de seguridad derivados de posibles “derribos” de drones para sustraer su mercancía.
Así que, antes de pensar en un mundo lleno de drones mensajeros, mejor esperar a que la tecnología y la legislación estén preparadas.
Pon tu ejemplo
En última instancia se trata de aplicar razonamientos lógicos y objetivos sobre los mensajes de las empresas. Hay mensajes objetivos y honestos, por supuesto. Pero es conveniente tener herramientas de criterio para reservarnos nuestro entusiasmo e ilusión para proyectos, productos y tecnologías que se lo merezcan.
También podemos aplicar estos criterios para pensar en nuestras propias ideas desde una base sólida, realista y robusta, alejada de efectos especiales propios de la ciencia ficción, como baterías que duran todo el día y que caben en la patilla de unas gafas o aviones A380 que vuelan con energía solar.
Temas como la Inteligencia Artificial o la realidad virtual o aumentada pueden ser un buen pretexto para poner en práctica una forma de análisis objetiva y realista que haga que, aunque sea a costa de quitarle magia a estos temas, consigamos acercarnos a ellos de un modo más responsable.
En Nobbot | El futuro lleva gafas, ¿quieres ponértelas?