Llegados a un punto en que Internet y las redes sociales son casi como el aire que respiramos, la desconexión es algo que nos angustia. Nosotros mismos, mientras redactamos estos artículos en Google Docs, somos objeto de un estado leve de esa ansiedad, pues dependemos de Internet y de la archifamosa nube para que todo quede registrado y miramos a cada poco la pestaña que viene en la parte superior derecha del procesador, que certifica que todo se va guardando cada dos minutos.
La conexión está sobrevalorada, porque, por más que nos asuste, no pasa nada si pasamos un tarde o varios días sin acudir a Facebook, subir una foto a Instagram o conversar en el grupo de WhatsApp que han creado los runners con los que compartimos circuito un par de veces o tres por semana. La vida sigue. Sin embargo, los muy adictos a las nuevas tecnologías y a las conversaciones virtuales no pueden evitar una sensación de ahogo e incluso de pérdida de estima si su móvil queda desconectado mucho rato porque van en un avión o viajan en un tren que pasa por zonas sin cobertura.
Fomo o el miedo a perderse algo
Un psicólogo de apellido imposible, Andrew PrZybylsky, que trabaja en el Oxford Internet Institute, le ha puesto nombre a esta dolencia del alma y de los tiempos modernos. Él habla de fear of missing out (FOMO), o pánico a no enterarse de lo que está pasando en Internet o en las redes sociales donde somos habituales. Ahora, desde la pantalla del ordenador o desde la diminuta interfaz del móvil, podemos estar en todo, podemos vivir varias vidas (virtuales) a la vez, y eso crea ansiedad y una caída de estima.
Ansiedad porque, por más que corramos y hagamos multitarea, nunca vamos a participar en todas las conversaciones. Olvidémonos, pues, de adquirir vía telemática el don divino de la ubicuidad. Y un sentimiento de frustración porque nuestra vida cotidiana siempre va a palidecer frente a la más brillante e intensa de nuestros amigos o colegas del trabajo, que nos asaltan a cada momento para comunicarnos su último ascenso profesional o que nos ponen los dientes largos colgando las fotos de su último viaje por África o de una cena en el restaurante “estrellas Michelín” de moda, o el vídeo de un salto en paracaídas. Es el exhibicionismo inherente a las redes sociales.
Para un adolescente, lo peor que le puede ocurrir es estar fuera del grupo de sus compañeros de clase o de sus amigos del barrio. Al adulto, lo que más le escuece es no ser consultado en una conversación. Para sobrevivir al vértigo de quedarse al margen porque el WiFi del hotel o de la casa rural donde pasamos el fin de semana no va como debiera, o porque el móvil se ha quedado sin cobertura, hay ciertas reglas sencillas, pero efectivas. Por ejemplo, sería interesante consultar el correo de trabajo sólo durante la jornada laboral.
También convendría tener por costumbre desconectar el móvil un rato al día, sólo para ver que no pasa nada y que el mundo no se acaba. Igualmente, es recomendable estipular un tiempo para ponernos al día de lo que ocurre en nuestras redes sociales. Además, es mejor comunicar y colgar poco, pero bueno y relevante, en Internet, que estar a toda hora llamando la atención con contenidos banales del tipo “ahora salgo de casa y abro el paraguas porque llueve” o “tengo calor y me como un helado”. Y, por supuesto, es necesario relativizar lo que uno ve por Internet; ni los amigos que cuelgan fotos o vídeos del último viaje son tan dichosos, ni nosotros, que mientras tanto tenemos que preparar la cena de los niños, somos tan desdichados.
LEGislar la desconexión
El fenómeno de la desconexión ha saltado hace muy poco al campo de las leyes laborales. Y es que a principios de este año se reconocía en Francia el derecho de los trabajadores a desconectar cuando están fuera de horario laboral, aunque para ello antes se tienen que poner de acuerdo con los empresarios. De esta manera, en el país vecino intentan poner ciertos límites al descontrol horario que propician las nuevas tecnologías. Y es que nadie obliga a un trabajador a prolongar hasta altas horas de la noche su jornada, pero al final lo hace por la presión del entorno o de sus propios jefes, que a una hora intempestiva le piden urgentemente un informe, como si no hubiera un mañana.
En este sentido, hay iniciativas pioneras que pueden servir de modelos de desconexión laboral. Volkswagen, por ejemplo, impone a parte de sus empleados un bloqueo del acceso a su correo electrónico desde el móvil entre las 6.15 de la tarde y las 7 de la mañana. En Francia, desde septiembre, Orange pide a sus empleados que no usen mensajería instantánea durante las reuniones, para facilitar la concentración. Michelín, otro gigante francés, también limita las conexiones de los directivos que viajan entre las 9 de la noche y las 7 de la mañana, y durante todo el fin de semana. Esperemos que el ejemplo cunda.
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