Te despiertas y enciendes la luz. Vas al baño y abres el grifo. Desayunando, tiras de WiFi para leer la última noticia o revisar tus redes sociales. Sin embargo, no has pensado en la red eléctrica, las canalizaciones que llevan agua a tu casa o las innovaciones en telecomunicaciones que permiten que tengas cobertura. Cada una de ellas es una tecnología ubicua y, como tal, está en todas partes.
Las tecnologías ubicuas no son solo aquellas que en el futuro nos permitirán disponer de Internet sin dispositivos con pantalla. Ya están a nuestro alrededor, escondidas y las usamos a diario. Pero a cada tecnología lleva un tiempo distinto alcanzar la invisibilidad. Te explicamos qué es la tecnología ubicua.
¿Qué es eso de la tecnología ubicua?
Mark Weiser fue el primero que mencionó el concepto de la ubiquitous technology, tecnología ubicua, en su artículo The Computer for the 21st Century para la Scientific American en 1991. El artículo arrancaba así:
«Las tecnologías de mayor calado son aquellas que desaparecen. Se entrelazan en el tejido de la vida cotidiana hasta que son indistinguibles de esta»
De décadas antes, y mucho más conocida, es la frase de Arthur C. Clarke:
«Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia»
No, el concepto de ubicuidad no hace referencia a dragones y hadas, aunque sí a los hechizos mágicos, así como al hecho de que la tecnología desaparezca de nuestra vista para prestar un servicio que no tenemos por qué comprender para que funcione.
¿Cuántos entienden el complejo sistema eléctrico o cómo llega el agua del río al grifo de nuestra vivienda? Y, sin embargo, estas herramientas funcionan cuando las necesitamos, permaneciendo ocultas hasta entonces en las paredes, bajo el suelo o en las tripas de la ciudad.
Hilando la tecnología ubicua con los conjuros mágicos que Arthur C. Clarke preveía, hoy día podemos solicitar mediante voz una conferencia con una persona al otro lado del mundo, ¡e incluso podemos verla sobre una lámina de cristal en la palma de nuestra mano! Usando el conjuro «Llama a…» nuestro teléfono móvil nos pone en línea con esa persona. Esto, a lo que hoy día llamamos tecnología, en 1973 no era sino magia.
Benson Hougland, en su charla TEDxTemecula (CE) de 2014, hablaba de que hoy la tecnología punta es presencial. Los smartphones y ordenadores son pantallas visibles que, incluso apagados, permanecen ocupando espacio en nuestro entorno. Poco a poco, dice Hougland, la computación irá pasando a un plano en el que se hará invisible pero seguirá funcionando, tal y como ya ha ocurrido con otros servicios en el pasado.
En el futuro, cuando queramos realizar una llamada, una pantalla se materializará delante de nosotros desde una pared o desde un pequeño rectángulo en el aire. Es más, quizá no sea ni un rectángulo, y la proyección de la persona con la que hablamos surja a nuestro lado como si ella estuviese realmente ahí. En cierto modo, lo estará, y los kilómetros que nos separan perderán significado.
Las cuatro fases de la tecnología de Michio Kaku: de la exclusividad a la ubicuidad
Como si de las fases de un producto se tratase (introducción, crecimiento, madurez y declive), Kaku propuso hace tiempo las cuatro fases de la tecnología: desde el solo lo pueden poseer los ricos y está en boca de todos, al todo el mundo tiene acceso y es invisible.
En una primera fase, la tecnología es tan valiosa que prácticamente nadie puede acceder a ella. Por ejemplo, el papel en la China del año 1000, o el papiro en el Antiguo Egipto, era algo tan valioso que era tratado como un tesoro. Un concepto actual es la red de redes, una tecnología que recorre casi todo el planeta y que en los inicios de Internet solo estaba en manos de unos pocos. Otro ejemplo es la computación cuántica, una tecnología de vanguardia que se encuentra en esta fase en la actualidad. Es tan cara que no es ni comercializable (aún).
En una segunda fase está la comercialización: la tecnología puede venderse al público general, si bien su precio es considerable. Hacia 1450, cuando Gutenberg creó una imprenta funcional, cada persona fue capaz de poseer un libro. Algo similar ocurrió con el coche, la radio o la televisión, primero como concepto familiar y luego bajando el coste hacia lo personal. Hoy día una de las tecnologías que acaban de acceder a esta fase es la posibilidad de implantarnos un sentido extra en la piel.
La tercera fase aparece cuando la tecnología se deprecia de manera considerable. En el caso del papel: el coste del folio bajó por debajo del centavo en la primera mitad del siglo XX. De pronto, todo el mundo podía tener tanto papel como quisiera, incluso más del que tenía sentido tener. Hace unos años, con la llegada de la banda ancha a los domicilios, el consumo en datos accedió a esta fase. Los datos móviles les siguieron: en el año 2010 todos andábamos preocupados por cuántos minutos de video equivalían a 500 MB, pero las tarifas modernas hacen que el coste por MB algo sea despreciable.
En la cuarta fase el coste ha bajado tanto debido a las economías de escala que suceden dos hechos: por un lado, la tecnología queda sujeta a las modas y, por otro, esta tecnología se convierte fácilmente en basura. Pensemos en el papel, que desde 1950 fue la materia prima clave en las revistas y libros producidos en masa. Ahora llenan no solo los vertederos, sino también saturan las calles de nuestras ciudades en forma de carteles, flyers e incluso papeles en el suelo. En este punto cuando la tecnología se vuelve ubicua: está en todas partes. En ocasiones, en demasiada cantidad.
Algunas prospecciones se burlaban del concepto de vertederos de chips en los años 60, pero lo cierto es que hoy la obsolescencia programada y del deseo están levantando montañas de tecnología basura en nuestros vertederos.
Coste por genoma. Fuente: National Human Genome Research Institute.
Todas las tecnologías pasan por estas fases. Uno de los ejemplos más llamativos viene del coste de secuenciar el genoma humano. En el año 1990 el Proyecto Genoma Humano, uno de los más importantes de la humanidad, tuvo el coste de 2.700 millones de dólares. Hoy en día secuenciar el ADN ha caído por debajo de los 1000 dólares y, como se veía en la película GATTACA, en el futuro cualquiera podrá leer el ADN en segundos.
Otra tecnología que ha caído hace poco por debajo de los tres centavos es el coste de almacenar un gigabyte, que en 1980 estuvo cerca del millón de dólares. En una fecha tan reciente como el año 2000, el coste por poseer un GB era de cerca de 12 dólares. Ya casi nadie se preocupa por el espacio en un ordenador.
La tecnología ubicua elimina fricción tecnológica
Rand Hindi, científico de profesión, agrega el término fricción tecnológica junto a tecnología ubicua en su charla Cómo la inteligencia artificial hará que la tecnología desaparezca. Pone el ejemplo de cómo la tecnología actual en los smartphones nos genera dependencia y cómo estamos enganchados al móvil.
Uno de los inconvenientes que Hindi menciona para la tecnología moderna son las constantes interrupciones de nuestros teléfonos móviles: un email, un tweet, un nuevo vídeo… ¿El problema? Los smartphones no son smart en absoluto, y sus avisos consumen mucho de nuestro tiempo: esa es la fricción tecnológica, el tener que trabajar constantemente para que la tecnología funcione como debe.
La tecnología, según Hindi, elimina un tipo de fricción y genera otro nuevo a medida que tecnologías más modernas desbancan a las antiguas. Por ejemplo, el pozo de agua elimina el depender de las lluvias, pero obliga a acudir hasta él. La alternativa, una red de tuberías que lleven agua a nuestro domicilio, también da trabajo de mantenimiento (aunque no tanto como tener que ir al pozo y usar su polea). El mismo ejemplo podría ponerse con respecto a la electricidad en casa frente a fabricar el sebo de las candelas o talar un árbol para calentar la comida.
Rand Hindi agrega que la fricción de los smartphones crecerá de manera exponencial por nuestros smartwatches, nuestros auriculares último modelo y nuestro segundo o tercer dispositivo en casa. El Internet of Things nos volverá locos con avisos constantes (y repetitivos) de aquí a unos años hasta que entren en escena las inteligencias artificiales que prioricen, en base a nuestros gustos, qué queremos atender, cuánto y cuándo.
La tecnología ubicua promete un futuro en el que, quién sabe, quizá la humanidad al completo se dedique al arte al no tener nada que hacer. La mayoría de los servicios quedarán cubiertos de un modo que ni siquiera será visible. Del mismo modo que no tenemos ni idea de cómo llega el agua a nuestro domicilio, es posible que la comida que hoy nos llega a domicilio venga a través de tuberías en sus componentes básicos y se imprima en casa.
Lo cierto es que no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que llegará un día en que no sabremos distinguir qué es tecnología y qué no lo es porque, como dijo Mark Weiser, se entrelazan en el tejido de la vida cotidiana hasta que son indistinguibles de esta»
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