Predecir el futuro resulta complicado porque hay demasiadas variables. Aunque siempre cabe la posibilidad de dar en el clavo y visualizar el futuro que se hará realidad, lo más probable es que nos encontremos en un presente que nada tiene que ver con el imaginado.
Los últimos avances tecnológicos cambian rápidamente el futuro cada pocos años y, tal y como supo predecir Arthur C. Clarke, «el futuro ya no es lo que solía ser». Algo de lo que los grandes futurólogos de nuestro tiempo no están a salvo. Hablamos de tres “futurólogos” que predijeron un futuro que nunca existió.
El caballo será el futuro del transporte
Puede sonar extraño, pero lo cierto es que lo dijo en 1823 el profesor de filosofía natural y astronomía Dionysius Lardner. Si empezamos por él es porque fue uno de los impulsores de la divuldación de la ciencia y la tecnología en un mundo en el que estas disciplinas estaban infravaloradas.
Pese a ser una de las personas más inteligentes de la época y ser uno de los primeros en comprender el progreso científico, afirmó que «los viajes de pasajeros en tren a alta velocidad no son posibles, dado que los pasajeros no podrán respirar y se morirán asfixiados».
La opinión pública y las facultades de medicina pronto se hicieron eco de las palabras de Lardner. ¿Por qué iba a equivocarse una eminencia de su calibre, capaz de ver el futuro? La Academia de Medicina de Lyon escribió en 1835 las siguientes palabras:
«El paso excesivamente rápido de un clima a otro producirá un efecto mortal sobre las vías respiratorias. El movimiento de trepidación suscitará enfermedades nerviosas, mientras que la rápida sucesión de imágenes provocará inflamaciones de retina. El polvo y el humo ocasionarán bronquitis. Además, el temor a los peligros mantendrá a los viajeros del ferrocarril en una ansiedad perpetua que será el origen de enfermedades cerebrales. Para una mujer embarazada, el viaje puede comportarle un aborto prematuro.»
En 1864, el rey Guillermo I de Prusia afirmaba al respecto que que «nadie va a pagar un buen dinero para ir de Berlín a Potsdam en una hora cuando puede ir allí en un día montando su caballo de forma gratuita». Tanto él como la Academia de Medicina de Lyon estaban firmemente convencidos de que el caballo sería el futuro del transporte.
Pero lo importante en la ecuación es la equivocación de Lardner, quien vio un futuro lleno de caballos y sin «trenes bala» a más de 400 km/h.
Los cálculos se harán siempre a mano
El 28 de abril de 1953, una de las personas que más ha ayudado al desarrollo del ordenador personal dio un patinazo que hoy, más de 50 años después, sigue sonando alto. Thomas Watson, una de las figuras más importantes en la prospectiva de 1950, y a quien muchos miraban como un auténtico visionario, pronunció las siguientes palabras en una junta de accionistas de IBM:
«La máquina [IBM 701] se alquila por unos 12.000 a 18.000 dólares mensuales, por lo que no es el tipo de artículo que pueda venderse en cualquier lugar. No obstante, como resultado de nuestro viaje –en el que esperábamos vender cinco unidades– vinimos a casa con 18 pedidos».
La frase se ha ido deformando con el tiempo hasta el punto de que muchos creen que Watson solo veía futuro para cinco ordenadores en todo el mundo. Y no es cierto, ya que veía cinco ordenadores en América. Quizá hasta 20 en todo el planeta. Después de todo era un tipo optimista.
Hacia 1959 (o quizá en 1957) la revista Prentice Hall se hacía eco de estas expectativas a través de su editor jefe. Por su trabajo, posiblemente una de las personas más abiertas de mente de la época:
«He viajado a lo largo y ancho del país hablando con los expertos y puedo asegurarles que el procesamiento de datos es una moda pasajera que no llegará a finales de año».
Eran tiempos en los que los calculistas estaban muy bien pagados porque eran el futuro de la industria. Un sector en auge.
Los rayos X son un engaño y la aviación es una materia absurda
A finales de 1895, un Lord Kelvin escéptico ante los rayos X recibía de su colega Wilhelm Röntgen la biografía de su vida, en la que hablaba de los rayos de Röntgen, hoy los conocidos Rayos X. Kelvin, una de las mentes más brillantes que ha dado (e impulsado) la ciencia, simplemente no creía que un objeto pudiese verse desde dentro. ¿Qué disparate era ese?
Pero Röntgen había conseguido un logro sin precedentes en la ciencia: generar un nuevo tipo de rayos, e inventar con ellos las radiografías. Kelvin primero dijo que era mentira. Luego, que no valía para nada. Aunque, eso sí, en mayo de 1896 accedió a que se le radiografiase la mano.
No es el único patinazo de Lord Kelvin. Ser un genio en casi todo no implica la falta absoluta de errores. De la misma mente prospectiva que inventó el refrigerador, desarrolló la idea de panspermia o se sacó de la manga la termodinámica, también podemos leer joyas como la siguiente:
«El vuelo de máquinas más pesadas que el aire es imposible».
Cuando la Sociedad Aeronáutica trató de reclutarle en 1889, él mandó el siguiente telegrama:
«Me temo que no estoy en la corriente de la «navegación aérea». Estuve muy interesado en su trabajo con cometas, pero más allá de los globos aerostáticos o de la expectación de buenos resultados de alguno de los experimentos de los que escuchamos. Así que comprenderá que no tenga interés en ser miembro de la Sociedad Aeronáutica».
Kelvin no era un iletrado. Sabía que el futuro del transporte de la humanidad no eran los caballos. Pero desde luego que tampoco iban a serlo los aviones. Los trenes, si acaso, impulsados por robustas locomotoras de vapor.
No es la primera vez que quien trata de hacer una prospectiva sobre el futuro se equivoca. Y es que, como hemos dicho al principio, este cambia continuamente.
En 1950 era lógico imaginar coches voladores, armas láser, la colonización de Marte o ciudades flotando en mitad del mar. Pero si alguien hubiese hablado de Internet habría sido tildado de loco, o estúpido. Una pregunta interesante que surge de esto es: ¿cuáles de nuestras predicciones actuales se harán realidad?
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