Un año más, MIT Technology Review publica su lista de las 50 empresas más inteligentes en la que figuran desde » los nuevos clásicos» de la trasformación tecnológica, como Amazon, Alphabet y Apple, a gigantes de la vieja industria, como IBM o General Electric que se han subido con éxito a la ola innovadora. También figuran start-ups como SpaceX, que está cambiando la economía del viaje espacial con cohetes reutilizables, o Gamalon, que desarrolla algoritmos de programación para analizar cantidades masivas de datos. Más allá del interés de esta lista, llama la atención el titular del artículo que la acompaña: “Más dinero en menos manos”, todo un toque de atención sobre las limitaciones del modelo económico surgido de la revolución tecnológica para contribuir a la prosperidad colectiva mediante la distribución de la riqueza.
En un interesante artículo firmado por David Rotman, el autor señala que la economía, cada vez más, se concentra en muy pocas manos, las de empresas que operan en diversos sectores y que han sabido aprovecharse de las nuevas tecnologías digitales. Apple, Amazon, Facebook, Tesla están configurando nuevos modelos económicos y sociales muy provechosos para sus cuentas de resultados pero, por el momento, la prosperidad prometida con el avance tecnológico impulsado por estas firmas no se acaba de trasferir a la sociedad en la que operan.
megatecnología y megadesigualdad
Y es que, tal como señala Adrian Wooldridge, editor y redactor de la columna ‘Schumpeter’ en The Economist, “uno de los procesos más deprimentes de los últimos años es que la megatecnología ha reforzado la megadesigualdad: la mayoría de los beneficios del progreso económico han repercutido únicamente en el 1% que puede utilizar las nuevas tecnologías para ser más productivo y luego vender los frutos de sus esfuerzos a un mercado global”.
El propio Stephen Hawking alertó en un artículo sobre la gran desigualdad económica que ha ocasionado el progreso tecnológico. La automatización de las fábricas ya redujo los puestos de trabajo en la manufactura tradicional y ”la inteligencia artificial va a seguir con la destrucción del empleo en la clase media. Solo quedarán algunos cargos para los más creativos o para supervisar”. Además, siempre según Hawking, internet ha permitido que unos pocos hagan mucho dinero empleando a poca gente. Esto es inevitable, pero también es ”socialmente destructivo”.
Según el Banco Mundial, las causas de esta relación entre tecnología y desigualdad serían la persistencia de la brecha digital -un 60% de la población mundial sigue sin conexión a Internet, y por lo tanto, excluida de la economía digital- y la concentración del mercado en las empresas, creando monopolios que a menudo se refuerzan con ayudas públicas y en nada contribuyen a la distribución de la riqueza.
desequilibrios en EE.UU
Un estudio reciente realizado por economistas de la Universidad de Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts apunta que la media de los ingresos de los trabajadores de EE.UU -el país en el que se ubican la mayoría de las empresas de la lista de MIT Technology Review- se está reduciendo de forma acelerada al mismo tiempo que se profundiza en el desarrollo de la nueva economía protagonizada por servicios online, robotización o nuevos dispositivos, como el smartphone, que han supuesto un vuelco en nuestras vidas.
Los autores de este estudio achacan este creciente desequilibrio a factores como la eficiencia en el uso de la tecnología por estas compañías, que cada vez requieren menos de mano de obra humana y, también, a las diferencias salariales que se dan entre los trabajadores cualificados que necesitan estas empresas y el resto.
Otro equipo de economistas de la Universidad de Stanford (EEUU) liderados por Nicholas Bloom han demostrado que alrededor de un tercio del aumento de la desigualdad de sueldos en EEUU desde 1980 puede ser explicado por la disparidad entre los sueldos de unas pocas empresas de la élite y los que reciben la mayoría de los trabajadores.
Tyler Cowen, de la Universidad George Mason (EEUU), publicó en 2011 El gran estancamiento (The Great Stagnation), libro en el que ya advertía de que las apps y las redes sociales estaban teniendo un impacto económico limitado. Otro economista, Robert J. Gordon, en su libro “Ascenso y caída del crecimiento americano” afirma que salvo en el caso de los mejores remunerados, los ingresos reales de los norteamericanos se redujeron entre 1972 y 2013 y no parece que esta tendencia vaya a mejorar. De hecho, el autor predice que los ingresos disponibles medios crecerán a un “deprimente” ritmo del 0,3% anual hasta 2040.
Entre 1920 y 1970, la productividad estadounidense creció al ritmo del 1,89% al año, según Gordon y, entre 1970 y 1994, siguió subiendo a un ritmo del 0,57%. El auge de las tecnologías de la información generó un breve crecimiento del 1,03% entre 1994 y 2004 que no parece que se esté sosteniendo en el tiempo.
la desigualdad, un peligro para la democracia
Pero la desigualdad creciente es un fenómeno que no entiende de fronteras y sus implicaciones no son solo económicas, sino políticas. Este proceso fue analizado por el economista francés Thomas Piketty en su aclamado libro “El capital en el siglo XXI”, en el que concluía que “concentraciones extremas de la riqueza como la que se dan en nuestras sociedades amenazan los valores de la meritocracia (es decir, de la economía de mercado) y de la justicia, y la cohesión social sobre la que se asientan las democracias. Lo que está en peligro es la democracia”.
Por su parte, el teórico del procomún Yochai Benkler ha señalado que la flexibilidad que trae consigo la revolución digital ha generado una inestabilidad laboral a gran escala, debilitamiento del estado del bienestar y riesgo para sectores económicos; en ocasiones con la paradoja de etiquetar el proceso bajo el paraguas de la «economía colaborativa».
Estos desequilibrios económicos, que no acaban se hallar solución en la llamada “cuarta revolución Industrial”, explican el descontento cuando no desaparición de la clase media y están en el origen de acontecimientos como el Brexit o la victoria de Donald Trump en Estados Unidos.
instituciones públicas y distribución de la riqueza
En España, la Fundación Innovación Bankinter publicó el informe “Tecnología y Desigualdad” en el que señala como la innovación tecnológica ha exacerbado la desigualdad, mediante la construcción de riqueza para los innovadores, dándoles acceso al lado positivo de la «brecha digital», un efecto similar ocurrió en las primeras etapas de la Revolución Industrial.
Los expertos reunidos en el Forum Tech Forum señalaron que la inversión en redes de comunicaciones o el despliegue de dispositivos en las áreas más desfavorecidas del planeta son pasos positivos, pero insuficientes para garantizar la distribución de la riqueza en un mundo más equitativo y democrático. El balón está en el tejado de las instituciones públicas, responsables de crear el caldo de cultivo (políticas de apoyo al emprendimiento, libertades sociales, formación en nuevas capacidades…) que favorezca un buen uso de las nuevas tecnologías, que repercuta a su vez en una mejora general de la sociedad y de la economía.
Esta es una tesis defendida también por el Banco Mundial, que propone estrategias amplias que no solo afectan al sector tecnológico, y que podrían resumirse en: más acceso (especialmente en los países en desarrollo), formación en habilidades y flexibilidad durante toda la vida y garantizar la competencia mediante regulación e instituciones responsables.
el caso de singapur
Un ejemplo de cómo un Estado puede contribuir a la distribución de la riqueza y al desarrollo tecnológico de un país es Singapur. En el informe Tecnología y desigualdad se explica cómo, a finales de la década de 1960, este país emergió como un centro de fabricación de transistores baratos y otros dispositivos básicos, pero con el paso de los años ha ido evolucionando. Invierte el 2,2% de su PIB en investigación y desarrollo y está considerado el país más fácil del mundo para hacer negocios.
“La transformación de Singapur ha sido progresiva y constante. Con nada menos que siete planes nacionales de desarrollo tecnológico a sus espaldas, comenzó orientándose en la dotación de formación básica para todos los ciudadanos, posteriormente en la creación de puestos de trabajo, la especialización de la mano de obra, la atracción de capital, el desarrollo tecnológico y, finalmente, la innovación”.
Una de las características que distinguen a la sociedad singapurense es su profundo respeto por las instituciones públicas, y su confianza casi ciega en la clase política. A la visión a largo plazo del Gobierno y las características culturales del país, habría que sumar la inversión pública para crear un sistema universitario de calidad, una visión comercial global y un régimen fiscal laxo y progresivo que promueve el emprendimiento y atrae inversión extranjera.
el emprendimiento en españa
Otro elemento a tener en cuenta para mejorar la distribución de la riqueza y reducir la desigualdad es el apoyo al emprendimiento que, por desgracia, a menudo nace más de un intento de salvación ante circunstancias económicas adversas que de un genuino espíritu innovador. En este sentido, el caso español es muy ilustrativo. Tal como se destaca en el informe de la Fundación Innovación Bankinter, ante la ausencia de ofertas de trabajo, jóvenes y no tan jóvenes optan por emprender su propio negocio. Según la edición nacional del informe GEM 2016, el 5,2% de la población española de entre 18 y 64 años está involucrada en iniciativas emprendedoras (entre 0 y 3,5 años de antigüedad). Pero uno de cada cuatro (26%) decidió hacerse emprendedor “por necesidad”, es decir, empujado por la falta de alternativas de trabajo. Este parámetro ha empeorado (en 2015 era del 24,8%), y refleja la difícil situación del empleo en este país.
España es el segundo país de la UE-28 con más paro de larga duración, solo por detrás de Grecia. Según datos de Eurostat de 2016, el 9,5% de los españoles lleva más de un año en paro, siete puntos por encima de la media comunitaria.
dos clases sociales polarizadas
Ante este panorama, parece que el gran reto del avance tecnológico liderado por unas pocas compañías en el mundo es el de “contaminar” al resto del tejido económico, generando nuevas oportunidades laborales y de negocio que impulsen un ecosistema más equilibrado en el que los individuos obtengan una mayor parte del pastel de la prosperidad. Y, para ello, es esencial la actividad de los gobiernos e instituciones públicas que deben tener un papel clave, a través de sus políticas, a la hora de mejorar la distribución de la riqueza. Si no, tal como advierten muchos economistas, nos enfrentaremos a un futuro en el que coexistirán dos grandes clases sociales muy diferentes y polarizadas, los cualificados-tecnológicos y los no cualificados-no tecnológicos.
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¿En qué trabajaremos cuando ya no quede trabajo?
Imagen: Pixabay