Situada entre los reptilianos y el poder de la pirámide, existe una o varias teorías conspiranoicas que llevan con nosotros desde que las primeras líneas de alta tensión empezaron a cruzar los estados. A saber, que las antenas, el WiFi, la radio e incluso el microondas producen enfermedades graves.
Cada pocos años el tema vuelve a los medios y a las calles a pesar de que cada pocos meses se publican estudios con datos tranquilizadores. La lista de investigaciones contrastadas e independientes es extensísima. ¿Por qué la gente sigue diciendo que tiene alergia a las ondas de radio?
La conspiración empezó con las líneas de alta tensión
Mucho antes de que las ondas de radio asociadas a estándares de comunicación como GSM, DCS, UMTS, LTE (4G), Bluetooth o WiFi saltasen a la palestra de las bases de una conspiración mundial, las primeras voces de alarma aparecieron en los Estados Unidos a medida que los tendidos eléctricos cubrían el paisaje, diciendo que producían cáncer.
Pero en 2016 el Instituto Nacional del Cáncer, apoyado en una selección de 56 estudios científicos, anunció que «no se ha identificado ningún mecanismo por el que los CEM [campos electromagnéticos] de FEB [frecuencia extremadamente baja] podrían causar cáncer» (NIH, 2016).
No es la primera vez que tienen que decirlo, y probablemente no será la última, pese a que los campos de 50Hz que generan los tendidos eléctricos reducen diez mil veces su intensidad si te alejas diez metros del cable. Y estos se encuentran a más altura.
La preocupación de la ciudadanía fue saltando de invento a invento a medida que estos se iban produciendo. Las últimas tecnologías en ser atacadas han sido las antenas sobre los edificios, el WiFi gratuito en las ciudades y el LTE de algunos núcleos urbanos.
En nuestro país es tal que algunos gobiernos locales han tenido que lanzar sus propias guías para hacer llegar a la población los conocimientos que necesitan para entender las ondas electromagnéticas. Es bastante conocida la guía Antenas y Salud, redactada y firmada por los Museos Científicos Coruñeses en 2002.
Pero es que la ondas de radio calientan los tejidos
Es verdad. Las ondas de radio, especialmente las del teléfono móvil, actúan de un modo muy similar a un microondas. Y, por tanto, calientan los tejidos humanos. Pero hay una enorme diferencia entre un microondas y un móvil, y hay que prestar atención al orden de magnitud, millones de veces inferior.
Haría falta un número imposible de teléfonos móviles pegados a nuestra cabeza para igualar lo que esta se calienta con el Sol de una mañana de invierno.
Cuando la OMS y otros organismos han investigado los efectos de las antenas de telefonía y el teléfono móvil en la actividad cerebral, la función cognitiva, el sueño, el ritmo cardíaco, la presión arterial, la impotencia, el estrés y otros muchos indicadores, no se ha encontrado nada. «Hasta la fecha no se ha confirmado que el uso del teléfono móvil tenga efectos perjudiciales para la salud», confirmó la OMS, en 2014)
¿Y no producen las antenas tumores cerebrales?
Con relativa frecuencia, habitantes de los pisos de viviendas bajo las antenas de telefonía se han puesto en contacto con las autoridades locales para denunciar que han desarrollado una enfermedad debido a las ondas electromagnéticas. A veces son dolores de cabeza, otras algún tipo de aumento de la histamina, y las más graves cáncer o tumores cerebrales, entre otros.
Existe un estudio mundial conocido como Interphone Study, en el que participaron más de 50 investigadores de primera mano y 13 países aportando datos, coordinado por el centro Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC), que ya afirmó en 2010 que no había ningún tipo de relación.
Otros experimentos, como el Danish cohort study o el The Million Women Study (este último no específico sobre ondas, sino sobre salud femenina), tampoco apuntan a una relación entre las antenas y ninguna enfermedad.
Para curarse en salud, pero sobre todo para fomentar más estudios al respecto, la OMS incluyó en 2014 en el organismo IARC (Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer) algunos tipos de ondas electromagnéticas y usos dentro del Grupo 2B.
El Grupo 2B se utiliza cuando «se considera que una asociación causal es creíble, pero el azar, los sesgos o los factores de confusión no pueden descartarse con una confianza razonable». Un cajón de sastre con posibles riesgos no demostrados fue polémico en 2015, cuando la OMS también incluyó comer cantidades ingentes de carne roja como posible cancerígeno.
Probablemente no haga falta que un estudio científico nos señale cualquier abuso como algo poco saludable. Como tampoco lo es «hablar con el móvil pegado a la cabeza durante más de 10 horas al día a lo largo de 10 años», como subrayaba el Interphone Study, aunque sea por la salud del brazo con que sujetamos el teléfono.
Hasta ahora no hay una sola evidencia científica que justifique el miedo a las antenas, y sí mucha desinformación y una baja alfabetización científica. Si la población no sabe distinguir entre la radiación ionizante o no ionizante, es improbable que puedan entender cómo funciona la tecnología de las antenas y pensar en ellas de un modo objetivo y científico. Como consecuencia, se las teme porque no se entiende su funcionamiento básico.
Los falsos estudios tampoco ayudan. El proceso científico requiere que los experimentos sean replicables. Pero cuando uno de los estudios que apuntan a las antenas como perjudiciales para la salud se ha sometido a la revisión por pares, los resultados del segundo estudio han negado los del primero.
¿Y la hipersensibilidad electromagnética?
Con respecto a la hipersensibilidad electromagnética, la OMS organizó en 2004 un taller internacional en el que se concluyó que «tras numerosos estudios de doble ciego bien controlados y diseñados, los síntomas de los afectados no presentan correlación con la exposición a los campos electromagnéticos» y que «existen indicaciones de que es más probable que estos síntomas se deban a afecciones psiquiátricas preexistentes o reacciones de estrés resultado de la preocupación por la creencia en efectos de los campos electromagnéticos sobre la salud que la propia exposición a campos electromagnéticos».
Estas conclusiones son importantes porque no niegan la evidencia: que existe una persona con una falta de salud, o que cree tenerla. Pero todas las pruebas apuntan a que no hay relación entre las ondas de radio y esas dolencias, por lo que la causa ha de encontrarse en otro lugar.
En 2005, la OMS publicó un documento FAQ en castellano sobre la hipersensibilidad electromagnética. A día de hoy todavía no se ha demostrado una relación directa. De hecho, los casos de personas supuestamente afectadas suelen aparecer bajo las antenas (y no enfrente de ellas, donde se concentran los lóbulos de radiación).
Hace unos meses, el Comité Científico Asesor en Radiofrecuencias y Salud (CCARS) presentó un informe que recogía todas las evidencias en materia de campos electromagnéticos y su incidencia en la salud de los humanos. Un trabajo riguroso que analizó 350 estudios previos.
Francisco Vargas, epidemiólogo y director científico del CCARS, no dejó de repetir durante la presentación del informe que «no hay evidencias», y concluyó diciendo que «tendrías que subirte a una antena durante horas para sentir un dolor de cabeza».
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