Ser humorista no es fácil. Y no solo por la necesidad de ser divertido, ingenioso, rápido o brillante, sino porque se trata de un trabajo que enraíza directamente con la necesidad de hacer valer nuestros derechos y libertades. Hoy entrevistamos a Darío Adanti, autor del ensayo ‘Disparen al humorista‘, una novela gráfica en la que la reflexión sobre los límites de humor nos lleva a pensar en la propia naturaleza del ser humano.
¿Qué es el humor? Adanti, uno de los fundadores de la revista ‘Mongolia‘, nos habla de su profesión, de las luces y sombras de ésta, de los momentos más difíciles para un humorista, de los más satisfactorios, de aquellas cosas que le hacen seguir adelante con su trabajo… Su libro se convierte en una intensa introspección en la que las referencias filosóficas nos ayudan a conocernos, como individuos, más y más. Las propias reflexiones que plantea la novela nos llevan a hacer muchas de las preguntas. Esperemos que la disfrutéis tanto como nosotros lo hemos hecho con la lectura de ‘Disparen al humorista‘.
El humor, un trabajo muy serio
-En el libro cuentas que empezaste a hacer humor a finales del siglo XX. ¿Era muy diferente ser humorista entonces?
Era diferente por varios motivos. El primero era que vivía en Argentina y hacía solo siete años que habíamos salido de la dictadura militar. El segundo porque yo tenía 19 años y todo era aprendizaje, desde a qué tamaño tenía que hacer los bocadillos hasta cómo tenía que terminar un chiste para que tuviera más punch o más extrañeza o fuera más irónico. Y en tercer lugar, porque el mundo ha cambiado mucho en este nuevo milenio por la globalización y las nuevas tecnologías.
No había casi forma de saber, entonces, qué repercusión había tenido un chiste que habías hecho, a no ser porque alguien enviara una carta de lectores a la revista o te cruzaras con algún lector. Era también diferente la forma de trabajo. No había internet ni ordenadores, o había muy pocos. Los directores de arte trabajaban con letrasets, plantillas y cúter y los colaboradores teníamos que llevar el original a las redacciones para que el departamento de fotomecánica les sacara foto. Esto tenía cosas mejores y cosas peores que el mundo actual, porque nada en binario, todo tiene grises.
Lo mejor de la tecnología es que si te equivocas no tienes que volver a hacer el dibujo porque puedes arreglarlo o corregirlo con algún programa informático, por otro lado pierdes menos tiempo en movilizarte para entregarlo y eso te da más tiempo y más comodidad para trabajar. Lo malo es que hemos perdido el contacto con la redacción, con los demás trabajadores de los medios, y eso nos aísla. Ya no se nos percibe como parte de la redacción y nosotros no nos sentimos tampoco parte de los problemas laborales que tiene el medio en el que trabajamos, Y eso es peligroso laboralmente hablando, en términos sindicales y de derechos y solidaridad, etc. También se pierde el contacto con otros profesionales del medio y el poder aprender de ellos viéndolos trabajar en la redacción. Y se pierde el que te conozca el director de arte y el jefe de redacción, ahora solo somos una dirección de mail. Y ahora la tecnología nos da una posibilidad maravillosa que antes era mucho más difícil de concretar: trabajar a distancia, desde otra ciudad o desde otro país.
-A lo largo del libro queda de manifiesto cierto sufrimiento causado por defender tu trabajo, por buscar un humor libre y sin cortapisas… ¿Qué te da el humor para amarlo tanto cuando tantos malos ratos te ha hecho pasar?
En realidad no es el humor per sé, es la democracia y las libertades individuales. Como digo en el libro, el humor es solo el pajarito de la mina, el primero en notar la falta de oxígeno, pero en el fondo son las libertades individuales y la libertad de expresión lo que está en juego. En el libro ‘Crónicas del gran timo’ que editamos con Mongolia con los artículos de nuestra parte de periodismo serio y de investigación, contamos algo que ya dice el economista Dani Rodrik en su libro ‘La paradoja de la globalización’ y es que es imposible la coexistencia de la trilogía democracia, globalización y soberanía nacional, solo pueden darse simultáneamente dos de las tres y la que pierde siempre es la democracia. Eso sí, de forma escalonada para que no se note.
Y el problema es que desde la misma ciudadanía se crea que la libertad de expresión es algo secundario o sobrevalorado. El capitalismo de casino globalizado es depredador, y en base a las deudas soberanas y a la falta de regulación por las políticas neoliberales están acabando con los derechos ciudadanos que se ganaron en el siglo XX porque eso les permite ser más rapaces, privatizar más, rapiñar lo que era común, especular… Se acaba con la prensa a través de la deuda de los grandes medios metiéndose la banca en su accionariado, se compra a políticos, se financia a partidos de forma ilegal…
Es imposible la coexistencia de la trilogía democracia, globalización y soberanía nacional, solo pueden darse simultáneamente dos de las tres y la que pierde siempre es la democracia
La libertad de expresión y la libertad de palabra, que le llamaban los griegos y que defendían los filósofos cínicos como Diógenes o Crates, es incómoda y paradójica y no implica que tenga que ser algo positivo o sano o constructivo, no es ese su sentido. Sino el sentido profundo de poder expresar también lo perverso, lo enfermo, lo retorcido. Si los ciudadanos no entienden esto y creen que la libertad de expresión está solo para decir cosas bonitas o que sirvan para algo, es decir, si no defendemos la libertad de expresión con sus incomodidades y con aquello incluso que no nos gusta, primero se cuestionará el humor, como ya vimos, pero luego se cuestionará el periodismo, la sexualidad, la literatura… No hay que defender el humor, hay que defender la libertad de expresión y la libertad en general, en mi caso, empiezo por el humor porque es mi oficio y porque es la pata más débil de la mesa de las libertades. ¿Por qué? Porque es ficción, porque es transgresión y porque no siempre está claro su sentido, porque no tiene utilidad concreta y porque se basa en traspasar los límites de lo permitido como mecanismo cómico propio.
-¿Cuál es la crítica más dura que has recibido?
No sé cuál ha sido la más dura, no me tomo las críticas de forma dura ni blanda. Por lo general solo escucho las críticas de la gente que aprecio y admiro y nunca suelen ser duras. ¿Por qué voy a escuchar críticas de gente que ni conozco, ni sé cuáles son sus gustos y sus códigos, ni sé lo que piensan ni cuáles son sus intenciones? Las amigas o amigos que admiro y que pueden hacerme alguna crítica, no suelen ser duros porque no está en mi código afectivo ningún tipo de dureza, que para eso ya están los desconocidos.
-También nos hablas de los difíciles tiempos de los inicios de Mongolia, de cómo criticaban su tono y su humor, ¿cómo han evolucionado esos comentarios?
En realidad aquellos comentarios, igual que los de ahora, me hacen risa, ni me parecen duros ni me ofenden. Estamos en tiempos en que cada uno valora demasiado su propia opinión y que, además, creemos que tiene algún tipo de valor el expresarla a quienes ni siquiera conocemos. Las redes sociales no muestran quiénes somos, sino bajo qué personalidad ficticia nos queremos vender a los demás que son, a su vez, desconocidos. En el caso del libro solo los pongo como parámetro de una sociedad de consumo donde todo el mundo opina de todo sin ni siquiera datos sobre lo que está opinando porque la opinión no vale de por sí, sino solo para que el que la práctica se construya un envoltorio vendible ante quienes se quiere vender. Ya sea solidarizarse por lo del Hebdo u opinar si algo es o no es humor…
COMUNICACIÓN a través de la risa
-“La opinión es un producto que se paga con clics” ¿Ha devaluado la era tecnológica la palabra “opinión” y todo lo que significa para el ser humano?
Yo creo que sí, pero no es tanto la era digital como una sociedad de mercado en la que posicionamos nuestra opinión como el envoltorio para entrar en un nicho de mercado ideológico que es menos político que estético. La tecnología y las redes sociales nos han dado la oportunidad a entrar en ese juego de forma voluntaria a cambio de amor propio y narcisismo. Y los seres humanos somos los más torpes de los homínidos. Nos ponen un espejo y no podemos dejar de vernos, pero tenemos armas nucleares y fábricas que contaminan, pero nosotros, a ver lo guapos que podemos quedar en el espejo éste que llamamos redes sociales y a tomar el pensamiento político como si fueran grupos de pop en los que hay que defender quién tiene mejores canciones.
-Por muchas de las reflexiones que planteas en el libro, ¿es el humor el mecanismo más útil de introspección, de conocernos a nosotros mismos?
Creo que el humor es un grupo muy grande e indefinido de cosas, sobre todo porque muta con el tiempo y cambia según los grupos sociales e incluso según los individuos. En cada uno de nosotros hay muchas cosas muy diferentes que entran dentro de eso que llamamos humor. No creo que sea el mecanismo más útil de introspección, sino, más bien, de comunicación con los otros. Es más una herramienta social que algo que funcione en solitario.
Una de las cosas que más cuestan cuando eres humorista es saber si un chiste que se te ha ocurrido funciona o no, porque uno de los ingredientes del humor es la sorpresa y si se te ha ocurrido a ti, a ti ya no te sorprende. Intuyes que puede funcionar, pero no lo sabes hasta que no se lo comunicas a los demás. El humor se puede usar para agredir pero también para integrar, se puede usar para darle placer al otro pero también para ridiculizarlo, se puede usar para romper el hielo en una situación tensa pero también para sembrar tensión en una situación relajada. Es una herramienta de comunicación y la usamos para diferentes cosas, incluso como crítica política o social, como es el caso de sátira.
La tecnología y las redes sociales nos han dado la oportunidad de entrar en ese juego de forma voluntaria a cambio de amor propio y narcisismo
Y yo, particularmente, creo que se puede usar el humor, también, para explicar, mediante la simpleza y la efectividad del chiste, cosas complicadas de nuestra realidad. ¿Podría usar alguien el humor como introspección? Todo es posible, aunque en sí mismo son juegos, narrativos o físicos o visuales, que hemos inventado para comunicarnos con el resto de la manada. De hecho, los dos actos reflejos que se contagian son la risa y el bostezo porque, en términos primitivos, nos servían para ponernos en sintonía con el grupo y determinar si era la hora de que todos descansemos o de que todos juguemos. Lo que sí creo es que, al ser un proceso cerebral muy complejo, el del humor, la única forma de analizar qué es y qué puede significar es con la introspección y el análisis de qué es para mí mismo como autor de humor.
-“No somos dueños de nuestras ideas, sino sus esclavos” ¿Es por eso que tenemos tanto miedo del humor, de no traspasar sus límites, porque no somos capaces de enfrentarnos a lo que de verdad pensamos?
Sí, creo que hay algo de eso. El cerebro funciona con superposición de ideas y conceptos y luego se impone uno que es el que le resulta más probable a la hora de tomar una decisión y gestionar nuestro paso por la realidad. Pero las demás ideas también están ahí. Incluso las perversas. Para vivir en grupo necesitamos reprimir nuestros impulsos más primarios, pero esos impulsos primarios están en algún lugar de nuestro cerebro y la ficción nos sirve para poder sacarlos a pasear en un entorno controlado y bajo el pacto con los espectadores de que aquello no es un hecho real sino una interpretación.
Y el humor es especialmente bueno para esto porque la risa tiene una capacidad catártica que no tienen otro tipo de ficciones. De hecho, la comedia nace en la Grecia Clásica como rito catártico en honor al dios Dioniso, el dios del vino y del desenfreno. En aquellas fiestas se permitía lo que el resto del año era impensable: burlarse de todos y de todo, hasta del poder y de los dioses. Y ese sigue siendo, en gran medida, el sentido más profundo del humor. Una catarsis colectiva donde desprenderse, de forma fugaz y pactada, de todo aquello que necesitamos para sobrevivir en grupo.
UN UNIVERSO LLAMADO HUMOR SATÍRICO
-El libro vuelve a menudo a lo ocurrido en 2015 en la revista Charlie Hebdo, ¿cómo te influyó de manera personal y profesional? ¿Es uno de los motores que te impulsaron a desarrollar este ensayo?
Ya venía escribiendo y dibujando el ensayo desde 5 o 6 años antes, pero al principio iba a ser solo una reflexión sobre el humor. La masacre del Hebdo lo que hizo es cambiar el libro y girarlo hacia otro tema que saltó a partir de aquello: ¿por qué si matan a unos humoristas satíricos, la primera reacción es de solidaridad pero, a los pocos días, nos cuestionamos obsesivamente si el humor debería tener límites? No pasó cuando el ayatolá Jomeiní, el líder fanático religioso de Irán de entonces, sentenció a Salman Rushdie a muerte por apostasía tras escribir ‘Los versos satánicos‘.
Todas las democracias se solidarizaron con él y defendieron su libertad de expresión, pero no empezó un debate sobre si “la novela debería tener límites” o si “podemos hacer literatura de cualquier tema o hay temas en los que no deberíamos hacer literatura”… Eso sólo puede significar una cosa: vivimos de manera contradictoria la experiencia de eso que llamamos humor. Y creo que cada vez más por una simple razón política que explicaba al principio: se están recortando las libertades democráticas y nos estamos volviendo mucho más puritanos y moralistas. Tenemos avances tecnológicos pero un retroceso filosófico muy preocupante.
-En el capítulo 7 hay un interesante encuentro con Woody Allen al que colocas en tu particular ‘Paraíso de la comedia’, ¿qué otros nombres forman parte de tu Olimpo del humorismo?
¡Son incontables! En realidad, como bien dices, más que un Olimpo de la comedia es un Olimpo del humorismo, puede ser satírico, gráfico o fílmico. Puedo nombrar ahora a Mark Twain, Macedonio Fernández, Ambroce Bierce, Pynchon, Saky, Rabelais, Swift, Roth y un largo etcétera. Obviamente los clásicos como Aristófanes, Juvenal, Horacio. Me encantan Los Monty Python, Larry David, Louis C.K. Amy Schumer, Sarah Silverman, Malena Pichot y Charo López, Patricia Sornosa, Ignatius, Los Chanantes… En cine Berlanga y Azcona, Todd Solondz, Wilder. En cómic Herriman, Segar, Kaz, Clowes, Baxter, Crumb… Bueno, podría seguir enumerando y nos ocuparía toda la entrevista.
mi posicionamiento político es contrario a los poderes fácticos y, por eso, no puedo evitar atacar lo ridículo de la superstición que sostiene la moral conservadora
-El libro nos plantea gráficos y fórmulas matemáticas para definir el chiste, la comedia, la sátira… ¿De verdad se puede explicar el humor con la ciencia?
En realidad, no. Como dice el filósofo Henri Bergson en su libro ‘La risa‘, el humor es como una pastilla de jabón y cuando quieres definirlo es como intentar apretarlo dentro del puño mientras lo sumerges en el agua. Cuanto más aprietas, es decir, cuando más intentas definirlo, más se te escapa de las manos. Algo parecido dice Pirandello en su ensayo sobre el tema: si lees todo lo que se ha escrito sobre el humorismo no puedes más que terminar preguntándote: «Pero, entonces ¿qué demonios es el humorismo?»…
En mi caso me funciona como juego particular que me entretiene y como sátira a los que pretenden hacer fórmulas efectivas sobre el humor como aquella de que «drama más tiempo es igual a comedia» y que siempre encuentras algún tipo de comedia que desarma dicha regla. Lo que sí puede hacernos entender la ciencia es la complejidad de los procesos mentales que se ven involucrados en la percepción del humor y de la risa, en la función social que tiene o puede haber tenido en diferentes culturas, en la evolución de nuestro cerebro y nuestras expresiones de las emociones que se ven involucradas en el proceso de la comunicación de algo que consideramos cómico. En eso la ciencia está investigando y hay estudios muy interesantes desarrollándose ahora mismo en diferentes universidades del mundo. Todos coinciden en la importancia y complejidad de fenómeno.
Es un ejercicio lógico, es una forma de ejercitar al cerebro para que encuentre soluciones creativas y novedosas, es una forma de reducir los índices de dolor, es una forma de enfrentarnos a nuestros miedos, es una forma de darnos placer unos a otros, es una forma de crear vínculos afectivos, también es una forma de despreciar lo que nos parece malo o pernicioso, de educar, y también y no podemos negarlo, de agredir. Pero porque se pueda usar para agredir nos cuestionemos el humor, es como que nos cuestionemos la utilidad de una botella porque algunos las usan para partir cabezas. Ese detalle con el humor, que no pasa con otros géneros de ficción, es lo que marca la pauta del creciente puritanismo en nuestras sociedades democráticas.
-En el cómic, también nos hablas de Lenny Bruce y de cómo se atrevió a romper tabús en su época, ¿es la moral la enemiga natural del humor? ¿Es imposible una relación cordial entre ambas?
La moral tiene muchos significados, en este sentido hablamos de la moral conservadora. Y el humor no tiene por qué ser enemigo de la moral conservadora. Hay un humor conservador: contra la mujer, contra el inmigrante, contra la homosexualidad, que no altera la moral conservadora. En mi caso, que creo que la moral conservadora es enemiga de las libertades individuales y de la disidencia, fundamentales para la democrática, creo que si hago humor satírico es mi deber como librepensador el atacar, molestar y cuestionar la moral conservadora. Después de todo, la moral conservadora existe para mantener los privilegios de las élites y mi posicionamiento político es contrario a los poderes fácticos y, por eso, no puedo evitar atacar lo ridículo de la superstición que sostiene la moral conservadora. De hecho, no quiero una relación cordial con la moral conservadora, quiero que desaparezca.
LA TRAMPA DE LA CORRECCIÓN POLÍTICA
-Otro de los enemigos del humor que nos presenta el libro es el activismo, pero, ¿no existen muchos humoristas que han hecho del activismo su bandera?
En este caso no lo considero un enemigo. Tuve mucho cuidado de elegir la metáfora del imán y le puse de título “los polos opuestos”. No son enemigos, pueden tener la misma intención y apuntar al mismo blanco, como es mi caso, pero funcionan desde lados diferentes de un mismo campo magnético. En el caso del activismo político es fundamental la empatía con el otro, con el que sufre, es un acto de afecto. En cambio, el humor necesita del desafecto porque si no es imposible encontrar una metáfora cómica para describir un problema. Creo que ambos son necesarios pero al funcionar desde lados distintos es inevitable que haya momentos en que no se entiendan mutuamente o incluso que choquen. Pero el 15M fue un buen ejemplo de cómo un parte de la sociedad que amanecía al activismo en grupo utilizó espontáneamente el humor en las pancartas para comunicar de forma directa y eficaz sus mensajes.
-En la obra se dice: “El Big Bang fue el primer acto de comicidad”. ¿Es toda la evolución una consecución de actos cómicos?
Eso es lo que planteo, pero no soy científico ni filósofo, soy humorista, así que incluso cuando me pongo serio hay que sospechar que detrás hay algún tipo de humor. Que de la nada surgiera todo es algo narrativamente imposible y, dentro de la narrativa, el humor es el género de lo imposible. También resulta bastante imposible que se den las condiciones adecuadas para que se genere vida en ese universo, y ahí estamos, vivos y hablando del humor. Si esto no es un acto de comicidad supremo, no sé lo que es.
Tal vez todo humor responda a esa estructura narrativa de crear un todo desde la nada, o descubrir, como sospechan los físicos, que el vacío no está realmente vacío, sino, solamente, en un estadio de bajísima energía, pero que ese campo puede, de pronto, por pura probabilidad, hacer coincidir en un punto esa bajísima energía haciendo que supere el punto crítico y se creen partículas, materia, vida… A mi estos procesos naturales me recuerdan mucho al principio de la sorpresa presente en lo que llamamos chiste: lograr que algo desapercibido pero presente de forma muy sutil en el relato cobre forma al final para solucionarlo de una manera no prevista.
nos volvemos tan fanáticos de “lo que no se puede decir” que perdemos capacidad de análisis y nos volvemos todos contra todos, no hay posibilidad de comunicación y no hay profundidad de pensamiento
-Y otra frase del cómic que nos obliga a reflexionar cuando hablamos de si los límites del humor son el producto ideológico definitivo: “La corrección es la doctrina totalizadora”, ¿es esto una deriva inocente o hay una búsqueda efectiva por parte de ciertos intereses?
La falsa dialéctica entre “corrección política” e “incorrección política” es parte de la perversión del lenguaje de la derecha que se burla de los mecanismos de respeto social que creó el progresismo en la segunda mitad del siglo pasado. La derecha toma aquel concepto y lo deforma para acusar a la izquierda de hipócrita y venderse ellos como los que llaman a las cosas por su nombre… y, lamentablemente, un sector de la izquierda ha comprado la idea y se ha posicionado sin cuestionar la idea en sí misma.
La derecha es experta en este tipo de perversiones del lenguaje. La derecha se sitúa como “incorrecta políticamente” y entonces hay sectores de la izquierda que atacan a toda incorrección acusándola de ser de derechas. Es una dialéctica falsa porque la verdadera dialéctica sigue siendo material y de clases y no de palabras, porque las palabras por sí mismas son muy poca cosa. Las palabras son códigos que cambian de sentido según quien las dice, donde las dice, a quien se las dice y para qué las dice. Y esta profundidad de análisis debería ser la postura de la izquierda y no la frivolidad de que ciertas palabras son hirientes y, por eso, el que las dice solo quiere herir. Hay quien sí, y hay quien no.
Si nos quedamos en esta superficie, dejamos de ser una izquierda racional y materialista para jugar un juego superficial. En realidad, lo que la derecha llama “incorrecto” es lo más correcto que hay. Meterse con el diferente siempre ha sido lo correcto desde el punto de vista de la moral conservadora. ¿Qué tiene de incorrecto reírse del diferente? Ahora bien, eso no implica que el que utiliza palabras despectivas en el humor esté alineándose con la ideología que esconden los términos. El caso del colectivo LGTBI es paradigmático, han usado las palabras con los que la moral conservadora los insultaba para apropiársela y convertirla en un código de grupo. No importa la palabra sino su contexto, y su contexto no se desprende solo de quien la dice sino de todos los factores que describí más arriba. Dónde, cuándo, cómo, por qué, para qué, etc.
Si caemos en esta falsa dialéctica de lo “incorrecto” contra lo “correcto”, caemos en un falso ideologismo. Nos volvemos tan fanáticos de “lo que no se puede decir” que perdemos capacidad de análisis y nos volvemos todos contra todos, no hay posibilidad de comunicación y no hay profundidad de pensamiento porque el pensamiento no depende de las palabras como cree la clase media urbanita, sino de su utilización en estructuras mayores y más complejas en situaciones concretas y entre personas concretas. La comunicación y el pensamiento es algo muchísimo más complejo que el uso de las palabras. La opresión es algo muchísimo más complejo que el uso de las palabras, si no deberíamos admitir que alguien que ha nacido sordo, mudo y ciego es incapaz de ser oprimido. Si acabamos con las palabras pero no acabamos con la opresión, seguimos oprimidos pero no hay palabras que lo reflejen, pero seguimos igual de jodidos.
-También planteas esta cuestión “¿Cómo saber si la sátira está incitando o está haciendo lo contrario?” ¿Has encontrado respuesta para esta pregunta?
Sí, claro, es lo que explico más arriba: el contexto. Para entender una ironía tienes que estar en código con el que la está diciendo: saber quién es, conocer el referente, intuir los motivos, compartir el código
-Nos vamos a permitir fantasear un poco. El cómic explica que una forma de proteger el humor podría ser convertir a éste en una religión, ¿cómo te imaginas algunos de los ritos que se podrían practicar?
La verdad es que el final tiene un guiño histórico, como cuento más arriba la comedia en la cultura occidental nace como rito religioso a Dioniso, y si nuestra sociedad avanza tecnológicamente pero, a la vez, está retrocediendo filosóficamente, entonces, tal vez, haya que volver a convertir al humor en un rito religioso catártico. Así, si lo que ahora se plantea es el respeto por lo religioso, que no es otra cosa que el pensamiento mágico que lleva al fanatismo, a la guerra, a diferenciar al otro del nosotros, a una visión anti científica del mundo, entonces solo respetarán al humor si vuelve a sus orígenes y es, otra vez, un rito religioso en honor al desenfreno, a la catarsis y a la diosa tierra, al dios del vino.
-“La risa nos hizo lo que somos.”, dices poco antes de cerrar el ensayo. Si se consiguen establecer límites para el humor, ¿en qué tipo de seres nos convertiríamos?
Nos convertiríamos en seres previsibles, incapaces de pensar soluciones creativas a problemas que parecen no tener una solución viable. Esto está estudiado por los neurocientíficos, todo chiste, hasta el más malo o zafio, funciona a nivel cerebral como un ejercicio de solución de un problema. Nuestra evolución como seres pensantes se basa en eso: en enfrentarse a problemas que pareciera que no tienen solución para encontrar dicha solución de forma novedosa. Y eso es un chiste. Y si nos convertimos en seres previsibles incapaces de buscar soluciones creativas a los problemas, nos volvemos dóciles y marionetas de un destino que no imaginamos que podríamos llegar a controlar o revertir.
El universo visual del cómic
-¿Por qué escoges un ensayo gráfico para defender tus ideas? ¿Qué encuentras en este formato que no tengan otros?
No lo sé, creo que lo hice porque me salió así… Por otro lado, ya empezado el libro y cuando veía que me estaba quedando más un ensayo que un tebeo humorístico, pensé en separar las cosas: escribir por un lado un ensayo, y por otro lado hacer un cómic gracioso sobre el humor. Pero me parecía que si el tema tenía tanto interés en términos populares, y los ensayos no suelen ser leídos porque implican un tiempo de comprensión que el mundo moderno no nos permite tomarnos, la mejor manera de comunicarlo de forma popular y que lo pudiera leer gente que no lee ensayo, era hacer un ensayo en formato cómic. El ensayo es un formato más académico mientras que el cómic es parte de la cultura popular y yo quería llevar lo primero al campo de lo segundo.
-Explícanos cómo es ese mundo que habitan tus personajes, apocalíptico, lleno de caos, suciedad y cadáveres… ¿Te sientes así a la hora de defender tu trabajo?
No, para nada, suelo estar siempre sonriendo y de buen humor, pero sí que considero que el cerebro y nuestra conciencia son un misterio aún para la ciencia, estamos avanzando mucho en este campo, pero qué es la conciencia sigue siendo un misterio. Y creo que si todo el cómic tenía como telón de fondo la mente humana, sus paisajes tenían que ser confusos, raros, mezcla de realidad y ficción, de detritos culturales, miedo a la muerte, paisajes primitivos y paisajes imposibles. Configuraciones del mundo donde todo se mezcla en un petróleo de ideas donde surge el humor.
si todo el cómic tenía como telón de fondo la mente humana, sus paisajes tenían que ser confusos, raros, mezcla de realidad y ficción, de detritos culturales, miedo a la muerte, paisajes primitivos y paisajes imposibles
-Te “transformas” en varios personajes: el propio Darío, Palito y el Señor Cabeza de Tostadora, ¿qué elementos diferentes aportan cada uno al relato? ¿Cómo eliges cuál protagonizará cada una de las partes en las que aparecen?
Cuando aparezco yo es para contar anécdotas reales mías, cuando aparece Palito es el cabeza de alcornoque, el que como no entiende las cosas no para de preguntarse la naturaleza de esas cosas. El gato Mil Leches es la parte callejera, el cínico que se ríe de esa necesidad de entender y cuestionar. Y el Cabeza de Tostadora es mi parte de profesional del humor, siempre buscando lo cómico a pesar de que la realidad parece decirle que es imposible hallar comicidad en lo que lo rodea. En realidad soy todos ellos y muchos más que no conozco. La superposición de todos da lo que soy, supongo…
-Y, por último, una curiosidad. Los únicos colores que utilizas en el cómic son el rojo, el azul, negro y blanco, ¿por qué?
En principio vienen por algo pragmático. Siempre usé mucho color, muy pop, muy contrastado. Pero creo que, en mi caso, el usar muchos colores chillones no era tanto una decisión estética como una torpeza, un no saber cómo combinar los colores… Quise reducir la gama porque eso me obligaba a tener que pensar cómo combino apenas tres colores en vez de toda una paleta. No quería que fuera un carnaval y quería que el color fuera parte de ese mundo propio introspectivo. Por otro lado, el libro habla de política y los colores son propios de la iconografía de la derecha y la izquierda: el azul para la primera y el rojo para el segunda. Y un poco por la mezcla de todos estos factores terminé limitando mi paleta a esos colores. Lo curioso es que, desde que acabé el libro, no he abandonado esa paleta. Desde entonces solo utilizo esa gama de colores.
Imagen | Astiberri
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