Se dice que todos los niños nacen científicos en potencia, y que todos ellos poseen el sentido innato de la curiosidad humana. Nada más abrir los ojos y los oídos al mundo empezamos a explorarlo, a sacar conclusiones, a aprender cómo funciona el universo a nuestro alrededor.
Sin embargo, a medida que vamos creciendo, algunos perdemos la ilusión por la realidad objetiva del universo y tendemos a enfrascarnos en esa otra realidad construida por los humanos a la que llamamos cultura. Esta mata nuestra curiosidad y nos relega a profesiones reconocidas y con sueldos elevados, pero no necesariamente útiles para la sociedad.
Todos los niños nacen exploradores y científicos
No es la primera vez que hemos hablado de nuestro afán por explorar y comprender el universo, tampoco del importante tándem entre educación y tecnología. El ser humano nace ávido de conocimiento sobre su entorno, y los niños pequeños lo demuestran con una batería interminable de preguntas de tipo ¿Por qué…?.
¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué las nubes no se caen al suelo? ¿Por qué el Sol parece girar alrededor de nosotros si la profe dice que es al revés? ¿Por qué no andamos a cuatro patas como nuestras mascotas? ¿Por qué nosotros no podemos volar como los pájaros? ¿Por qué las personas nacen sordas?
La ciencia, cuando se escindió de la filosofía hace siglos, se consolidó para poder comprender lo que nos rodea en base al empirismo, a la experimentación. ¿Por qué la realidad es como es y no es de una forma distinta? De modo que planteamos hipótesis y las demostramos o descartamos, equivocándonos.
Incluso nuestros relatos y ficciones miran a un futuro en que fingimos tener la solución a nuestros problemas actuales, y lo hacemos de la mano de la ciencia (de ahí lo de ciencia-ficción). Las grandes producciones y las mejores novelas nacen de ideas a las que catalogamos como infantiles, de la curiosidad basada en la apertura a la ignorancia. De reconocer que no es que no lo sepamos todo, sino que más bien conocemos poco, y de poner los medios necesarios para solucionarlo.
Los niños no tienen miedo a equivocarse, a plantear alternativas y nuevas hipótesis, a cometer locuras y fracasar en el intento. Sin embargo, el sistema educativo parece eliminar toda traza de valentía en este aspecto, ya que se castiga el error y se premia el acierto memorístico. La educación se encarga de eliminar imaginación y curiosidad.
Cómo la educación y la sociedad modernas matan la imaginación y la curiosidad
Dentro de la comunidad científica y educativa, hay mucha gente que está de acuerdo en un asunto realmente peligroso: no se enseña a pensar, se enseña a memorizar. Y memorizar estaba francamente bien para 1850-1860, cuando las bases de nuestra cultura educativa se afianzaron en los colegios.
Hace siglo y medio memorizar era muy importante porque la cultura cambiaba poco a nuestro alrededor (era bastante estática) y se sabía poco del universo y menos de la ciencia. Sin embargo, ahora que podemos construir una educación que invite a pensar a los alumnos, les aplastamos la imaginación con cifras. Es más, este modelo ni siquiera viene bien para encontrar trabajo en la actualidad, cuando los conceptos se quedan obsoletos cada poco tiempo.
Un par de ejemplos. Muchos de los alumnos se ven obligados a estudiar la tabla periódica, pero no la entienden. O a aprenderse los ríos de España aunque no sepan cómo se forma un río. La mayoría de sus padres podrán recitarles la tabla periódica y los ríos en orden, pero no sabrán responder a todos los Por qués que planteábamos en el apartado anterior.
La ciencia es el motor de la prosperidad, de la salud y de la felicidad. Los científicos son los héroes en la sombra de nuestra sociedad, los que consiguen los hitos de bienestar en los que vivimos. Y, sin embargo, la eliminamos de la ecuación en fases tempranas de la educación hasta el punto en que el objeto de la ciencia se ve socialmente como algo abstracto. Más incluso que la política.
El universo en el que vivimos también es también realidad
Hace unos días, el humorista Juan Carlos Ortega narró la experiencia que vivió junto a su hijo en la visita al Gran Telescopio de Canarias. Aunque no podemos transcribir todas sus palabras, llama la atención la conclusión a la que llega.
La mayoría de las personas, cuando oye hablar de astronomía (o de cualquier otra disciplina científica), piensa que «los científicos no están conectados a la realidad». Que la realidad es el reto soberanista, el choque de trenes o la podemización del PSOE, entre otras noticias de actualidad.
Pero lo cierto es que esa es la realidad (cultural humana) de estos meses, y los astrónomos están más conectados a la realidad del universo que la mayoría de los canales de televisión. Sin embargo, tienen poco o nulo prestigio.
Los niños ahora quieren ser futbolistas, policías y youtubers
Sepultar la ciencia y el pensamiento crítico bajo las capas de la educación tienen una impacto enorme en nuestra sociedad que llega incluso a volvernos más puritanos y en controlar a los miembros de la comunidad cercanos para que no hagan locuras tales como pensar de modo independiente, no vaya a ser que quede excluido.
Como consecuencia, los niños no se interesan por la ciencia ni el razonamiento (todos los puntos de este artículo serían atribuibles también a la filosofía), y de adolescentes puede ser demasiado tarde para ellos. Por eso, cuando los adultos acaban su periodo de formación y salen al mercado laboral, no se interesan en mejorar la sociedad en la que viven mediante el conocimiento científico.
Tecnología, técnica, ciencia y pensamiento crítico parecen ir separados de la educación, y todavía tenemos esta asignatura pendiente.
Dentro de este sistema educativo, los niños se interesan en aquellas carreras que dan estabilidad, dinero y fama. O, al menos, cuya imagen social es esa. Antes de la llegada de Internet, por ejemplo, todos los niños querían ser futbolistas, policías, bomberos… puestos laborales de prestigio, reconocidos socialmente y con un sueldo elevado o estable.
Es muy complicado encontrar un niño que quiera aprender cómo funciona una enfermedad para curarla, que tenga interés en localizar el material que nos permita vivir sin asfalto o que tenga claro que hemos de impulsar la movilidad eléctrica, porque no se les enseña a pensar de manera crítica. En lugar de eso, y tras su educación, abren los ojos a un mundo antropomorfizado (y bastante egoísta) y eligen una profesión con futuro. Pero planteamos, ¿hay mayor futuro que la ciencia y el conocimiento?
Hoy la moda es ser youtuber, o creador de contenido en vídeo para plataformas web. A pesar de que tenemos ejemplos notables de contenidos divulgativos, el grueso de las carreras orientadas en este sentido tiran hacia el infoentretenimiento de baja calidad, descartando la divulgación y la ciencia como algo aburrido y con poca aceptación social.
Hay esperanza para la educación científica
La educación está cambiando. No la educación tanto pública como privada en la que incluimos a nuestros hijos, pero sí la que estos pueden brindarse por sí mismos. Hoy día, un niño con una tablet es un perfecto científico en potencia porque puede acceder a enormes cantidades de información para satisfacer su curiosidad.
Ahora pueden dedicar su ocio en actividades como la Khan Academy, aprender lo que quieran de los cursos MOOC y formar parte de foros y canales de divulgación. Gracias a la tecnología, la educación clásica en que un profesor evalúa la memoria de los alumnos se está demostrando obsoleta porque aparecen alternativas. Hay esperanza para la educación científica.
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