Portada de Leviathan (1651) de Thomas Hobbes
Vivimos días extraños en los que, al mismo tiempo que se debate sobre fronteras y banderas, nuevos “estados” sin territorio han adquirido cotas de poder mundial quizás nunca antes conocidas y lo ejercen apoyándose en la confianza que generan entre sus habitantes, compatriotas de una patria global y virtual. Mientras la ciudadanía desconfía de sus instituciones, acepta, sin leerlas, las condiciones de uso de estos nuevos entes supranacionales que son Google, Facebook o Twitter; mientras se siente incómoda con sus leyes o constituciones, admite sin rechistar las reglas cambiantes de las grandes empresas de internet.
En España, y por hablar solo de los más jóvenes pues de ellos es el futuro, según el Barómetro 2017 elaborado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), un 64% de los jóvenes españoles de 15 a 29 años afirma no confiar en los partidos políticos. Las instituciones religiosas son la segunda institución en la que menos confían los jóvenes (32,8%), seguidas del sistema financiero (28,9%). Esa generación, de millennials y “zetas”, es la misma que confía en la tecnología casi con los ojos cerrados desde su burbuja de filtro, mientras denuncia mil y una disfunciones del sistema a través de change.org, desde su sillón.
Así, a través de las redes sociales, comparten opiniones, imágenes y vivencias sin ningún recato, sin plantearse cuestiones tan “anticuadas” como el anonimato y la privacidad. Confiados, ceden sus datos alegremente a multinacionales de la red mientras que se escandalizan ante noticias sobre la recogida y análisis de sus datos por parte de gobiernos para cuestiones como, por ejemplo, perseguir el terrorismo.
facebook,¿una superpotencia?
Hoy Facebook cuenta con más de dos mil millones de usuarios, algo así como una cuarta parte de la población mundial, y su influencia se extiende más allá de las fronteras geográficas y políticas tradicionales. Se trata de un nuevo tipo de superpotencia, como Google, que extiende sus tentáculos de poder –el algoritmo es la nueva clave de poder- sobre toda actividad humana en esta sociedad digital. Incluso, en el peor de los casos, desencadena sesgos cognitivos que configuran nuestra percepción de la realidad cuando su servicio es utilizado para la difusión masiva y descontrolada de noticias falsas.
Para completar el círculo, junto a estos “estados” del nuevo sistema virtual también nos encontramos con el espejo “online” de los movimientos antisistema, como Anonymous, un colectivo que, rodeado de cierta vitola romántica, actúa de manera errática e incontrolada, atacando desde cuentas de Twitter asociadas con el terrorismo o webs de pornografía infantil hasta instituciones democráticas que forman parte del sistema en el que millones de ciudadanos han elegido vivir con sus votos.
confianza y apoyo ciudadano
En un interesante artículo publicado en Wired, su autor reclama a los estados tradicionales una colaboración más estrecha con los nuevos estados de la red para hacer frente a los retos del futuro, porque son estos últimos los que cuentan con la confianza y apoyo de la ciudadanía. Alexis Wichowski se pregunta: “Honestly, when faced with the question of who gets the will of the people today, how many of us would really say “the United States” over “Google”?
Y esta pregunta resulta inquietante pues, con todas sus deficiencias, los estados y gobiernos –los democráticos- nacen de la voluntad y la acción de la ciudadanía y están sujetos a su control a través de distintas instituciones como la justicia o la prensa libre. ¿Podemos decir lo mismo de las grandes compañías de Internet? ¿Debemos cederles aún más poder sobre nuestras vidas o deberíamos impulsar un mayor control de su actividad por parte de los estados nacionales o entidades estatales supranacionales?
A menudo, ante esta última cuestión se responde desde la óptica clásica de la economía liberal, alertando sobre la posibilidad de que un mayor control regulatorio de estas compañías podría ralentizar su ímpetu innovador. Sin embargo, nadie termina de argumentar esta afirmación, en realidad una hipótesis que más que un avance sobre la posible evolución de un fenómeno se convierte en dogma de fe. El estado tradicional, esa vetusta institución que asegura cuestiones tales como el funcionamiento de nuestras infraestructuras, la educación de nuestros hijos o el cumplimiento de la ley, aparece como ese viejo Leviatán cercenador de libertades individuales.
Hablando de infraestructuras, Alphabet, la empresa matriz de Google, ha anunciado su intención de construir una pequeña «smart city'» dentro de Toronto, dando forma a su idea de cómo deberían ser las ciudades del futuro. En un artículo publicado en idealista.com sobre este asunto , se cita un editorial del diario local Toronto Star en el que alerta de la posibilidad de que, en el futuro, las ciudades desarrolladas por gigantes tecnológicos utilicen datos personales y conviertan calles y espacios públicos «en un remedo de Minority Report». A cambio, según Google Urbanism, los ayuntamientos podrían desarrollar las «smart cities» de forma más rápida y barata, beneficiándose de un nuevo tipo de ingreso «por convertir la calle en el internet del mundo real».
fronteras que se borran de los mapas
Mientras se producen estos debates, los grandes gigantes de internet continúan borrando plácidamente las fronteras de los mapas incluso a la hora de pagar impuestos que contribuirían a mejorar la economías nacionales donde desarrollan su actividad y, por tanto, la vida de esos usuarios que son los que impulsan hacia arriba el valor de sus acciones. Y no es extraño pues, hasta ahora, la nueva economía no se está mostrando muy eficaz o interesada a la hora de resolver los problemas de desigualdad y, por eso, muchas voces reclaman la acción de gobiernos e instituciones públicas, a través de sus políticas, para mejorar la distribución de la riqueza.
Quizás, dentro de no tanto tiempo, sean esas mismas empresas refractarias a la vigilancia de los estados las que pidan a estos un mayor control sobre la futura actividad de blockchain, con sus sistemas de participación y decisión descentralizada, de mayor desintermediación frente a los intermediarios tradicionales y, también, frente a los que ahora se erigen como campeones de la desintermediación.
Imágenes: Pixabay y Wikimedia.