Es un día cualquiera, y alguien te llama. Tu móvil es mucho más ancho que cualquiera de los que hayas visto previamente. Esa capacidad extra permite la existencia de un pequeño depósito de etanol líquido con el que alimentar el teléfono, similar a la que ahora tienen los mecheros de bolsillo.
Levantas el auricular y te alejas todo lo que puedes de la base del teléfono móvil, de modo que el tubo de escape por el que se escapan volutas de gas no de te en la cara. Pero alejarse no ayuda mucho: estos gases de efecto invernadero se encuentran en altas concentraciones a tu alrededor. Tu portátil tiene otra pequeña chimenea cerca del techo, y el ratón inalámbrico también.
En esta realidad imaginada, linternas, altavoces bluetooth y otras piezas de tecnología funcionan del mismo modo. ¿Te imaginas? Bienvenido a un mundo en que la batería eléctrica nunca llegó a existir, más dependiente todavía de los combustibles fósiles del mundo en que ahora vivimos. Analizamos la posibilidad.
¿Un mundo sin baterías eléctricas? Pesadilla steampunk, sin duda
Dentro de la narrativa de la ciencia ficción existe una pequeña rama no demasiado conocida llamada steampunk. En ella se presenta una ucronía en la que que se muestra un pasado, presente o futuro en el que la energía eléctrica nunca llegó a desarrollarse. Es ciencia ficción, sí, pero podría haber ocurrido. Estuvimos muy cerca de ignorar la electricidad.
La batería eléctrica fue diseñada por Alessandro Volta (el mismo que daría nombre a las unidades del potencial eléctrico, voltios) en 1799. Un año después presentó su prototipo de batería ante la Royal Society. Esta máquina era capaz de generar electricidad estática y consiste en un apilamiento (o pila) de discos de cobre y zinc:
A pesar de su relativo éxito y el entusiasmo depositado en un inicio en la pila, nos ha costado dos siglos convertir esta tecnología en algo viable, tropezando varias veces por el camino. Hoy día teléfonos móviles, juguetes infantiles, ordenadores e incluso vehículos a motor disponen de baterías eléctricas en lugar de un depósito de combustible, pero podría no haber pasado, y convivir todos con varios tubos de escape en cerca de nosotros.
Uno de los primeros tropiezos de la tecnología eléctrica ocurrió en el cambio de siglo XIX al XX. Robert Anderson, inventor, diseñó el primer carruaje a pilas en Scotland hacia 1832, pero era un modelo eléctrico tan experimental que pasó desapercibido. Tras varias tentativas por algunas marcas, hubo que esperar a que un par de empresas copasen el mercado londinense entre 1890 y 1900 con taxis eléctricos. Fue llamada la era dorada de los vehículos eléctricos.
Sin embargo, hacia 1911 apareció el primer vehículo híbrido por parte de la Woods Motor Vehicle de Chicago. Aunque supuso un fracaso comercial, se demostró que la combustión interna disponía de una clara ventaja tanto en densidad energética como en potencia, y se abrió la veda de los híbridos. Pronto estos redujeron el tamaño de las baterías, aumentaron el motor térmico y marcaron un peligroso precedente tecnológico: el mundo viró hacia el petróleo.
petróleo: potencia y alta densidad energética vs. gases de efecto invernadero
Hasta bien entrada la década de 1910, el petróleo apenas tenía utilidad más allá de uso como aglomerante. Era muy útil para pegar ladrillos, calafatear embarcaciones o engrasar pieles, pero hasta 1846 el queroseno no se usó para el alumbrado público basado en derivados del petróleo convencional.
El 27 de agosto de 1859, época en la que los vehículos eléctricos empezaron a despuntar, Edwin Drake encontró petróleo en una finca de Pensilvania. Inyectando agua a una caverna de millones de años de antigüedad, el petróleo convencional (líquido de baja viscosidad que puede ser bombeado) empezó a brotar del suelo, y a ser refinado para convertirlo en todo tipo de sustancias.
Entre ellas se encuentran los carburantes que marcaron a partir de 1910 el futuro de la movilidad y, en general, de la energía. Durante décadas, la economía se dirigió hacia el petróleo, y en 1960 se funda la Organización de Países Exportadores de Petróleo.
A medida que los pozos pequeños se agotan y suben las partículas de CO2 en la atmósfera, empieza a asentarse la idea de que el petróleo un bien finito que causa problemas medioambientales. Tecnologías algo aparcadas como la eólica empiezan a ser investigadas para la generación eléctrica, así como las células solares de silicio que Russell Ohl patentó en 1946 y que dieron lugar a la fuente de combustible de los satélites de comunicaciones en los años 60.
La Crisis del petróleo del 73, del 79, la Guerra del Golfo de 1990, y la invasión a Iraq en el 2003, entre otros sucesos de la historia reciente relacionados con la escasez del petróleo, han actuado como impulso a tecnologías que no dependan de la combustión.
Cada vez hay menos petróleo convencional, y el petróleo no convencional es mucho más difícil de extraer de los esquistos petrolíferos, las arenas bituminosas y los petróleos de alta viscosidad. Además, su refinado es mucho más problemático a nivel medioambiental.
Nos ha costado casi un siglo empezar a sacar la cabeza hacia las energías limpias y el vehículo eléctrico, aunque los avances en pilas pequeñas (como las de los smartphones) nos han evitado teléfonos con tubos de escape incorporados. Es algo que rara vez valoramos como se debe porque no pensamos mucho en cómo podría haber sido un mundo así.
¿Vivimos en una ucronía de un mundo 100% eléctrico?
Al principio del artículo hemos planteado un mundo ucrónico en el que la electricidad nunca llegó a despuntar. Como resultado, toda máquina inventada dependía de la quema de algún gas. Hemos mencionado el etanol debido a que este no es un compuesto finito, como el petróleo, sino que puede producirse de la fermentación de biocombustibles como el maíz, el trigo o la soja; pero también podemos usar el metano derivado de nuestro papel higiénico usado, entre muchos otros.
Por suerte, vivimos en un universo en el que, poco a poco, la electrificación y la generación de energía limpia mediante molinos eólicos y plantas fotovoltaicas empieza a ser una tendencia. Además, la liberación de los mercados de energía en el siglo XXI, impulsado por la evolución de las telecomunicaciones, nos permiten elegir suministrador eléctrico, aumentando la soberanía energética y haciéndonos menos dependientes del petróleo y sus derivados.
Dicho esto, nuestra tecnología todavía dependerá durante muchas décadas más de la gasolina, el diésel, el etanol, el biodiésel, el gas natural licuado o el gas sintético derivado del carbón, entre otros combustibles, debido a su elevada potencia y densidad energética. Así, aunque nuestro smartphone se haya librado de un tubo de escape, aunque se lo estemos quitando a los coches, y a pesar de que la carrera espacial (en el espacio) dependa de la energía eléctrica; aviones, helicópteros, barcos mercantes, camiones pesados y generadores de emergencia seguirán dependiendo de la combustión.
Esto significa que existe otro universo, otra ucronía imaginaria, en la que llegamos a investigar mucho antes y con más firmeza la energía eléctrica. Hoy día sabemos que los supercondensadores, acoplados a las baterías de litio, permiten entregas de potencia y recarga de batería ultrarrápidas. Además, el aumento de la densidad energética de las baterías está solucionando el problema de almacenamiento de las energías renovables. Es una ucronía alcanzable.
Es probable que en 50 o 100 años nuestra civilización haya dejado atrás los derivados del petróleo tanto en movilidad como en generación energética gracias a las energías “alternativas”, y quizá incluso los polímeros derivados del gas natural sean cosa del pasado. Miraremos entonces a otras tecnologías ahora inviables como pila de hidrógeno o la fusión nuclear. Otras ucronías con las que podríamos encontrarnos dentro de un tiempo.
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