En septiembre de 2017, Bill de Blasio, alcalde de Nueva York, hizo oficial uno de los proyectos más ambiciosos de la ciudad de los rascacielos. Con el objetivo de hacer más eficiente la ciudad, de reducir el impacto de las emisiones de gases invernadero de los edificios, y de ganar votos (se crearán unos 17.000 puestos laborales “verdes” directos), se ha exigido la rehabilitación de los 14.500 edificios menos eficientes para que cumplan con una rígida normativa en el año 2030, bajo pena de multas de «cuantías considerables».
El cambio climático está empezando a ser tomado en serio por dirigentes de todo el mundo, y a legislarse fuertemente en contra de los causantes, como los vehículos de combustión, la climatización o industria alimentaria. En materia de edificación, las viviendas “cero emisiones” (lo ponemos con comillas) están llamando mucho la atención. Pero, ¿Es posible construir una vivienda cero emisiones?
“Cero emisiones” es una imposibilidad termodinámica
No, no se puede construir una vivienda que no tenga emisiones de carbono, aunque se nos aliente a pensar en eso y que sea el objetivo último. Sí se puede, en cambio, diseñar una vivienda “cero emisiones” locales de carbono. Es decir, que no emita CO, CO2, NO… a nivel local, en su ciudad. Y el motivo está en que las emisiones de gases de efecto invernadero, o las emisiones de CO2 equivalente (CO2Eq), siempre existen en una construcción y operación de un edificio.
En muchas ocasiones nos olvidamos del concepto de «externalidades«, ese coste oculto que aparece en algún otro lugar (generalmente lejos) pero del que no puede prescindir nuestro proyecto.
Imaginemos una vivienda con una eficiencia altísima, la mayor en la que podamos encontrar. Una eficiencia totalmente irreal del 100%. Eso significa que cada vatio eléctrico que llega a esta vivienda desde un molino de viento altamente eficiente se transforma, por ejemplo, en un vatio de energía térmica para calefacción en una relación 1:1. Por supuesto, algo así no existe, pero supongamos por un momento que sí.
Eso quiere decir que las emisiones del consumo de la vivienda son nulas, pero… ¿Y las emisiones de construir la casa? ¿Y las emisiones necesarias para aislarla, hacer su mantenimiento, reparar las roturas, los muebles…? ¿En qué cuenta de CO2 imputamos las emisiones que cuesta nivelar el terreno del aerogenerador altamente eficiente, o la fauna y flora desplazada en el tendido eléctrico que une ambos puntos?
El CO2Eq es una unidad ficticia de referencia para ayudarnos a medir este tipo de costes. Por ejemplo, las placas solares no liberan CO2, pero el silicio ha de haber sido extraído de una mina, y lo mismo ocurre con el litio de un vehículo eléctrico. Aunque formalmente no emitan CO2, podemos transformar a CO2Eq y medir cuánto han contaminado. Otras maneras de medir una externalidad pueden ser mediante la huella ecológica o la energía perdida entre la energía total consumida.
Las externalidades están ahí, y hay que incluirlas en el cálculo de las emisiones de algún modo. A estas se suman todas las pérdidas en cada proceso: pérdidas energéticas por transformación de alta a baja tensión, pérdidas energéticas a través de la envolvente, pérdidas debido a la in-eficiencia de los electrodomésticos…
Las Passive Houses, el modelo de hogar del futuro que todavía es un estándar
Todas las viviendas pierden energía. Todas calientan la atmósfera en su uso y liberan gases de efecto invernadero. Pero algunas lo hacen más que otras, aprovechando peor la energía, y causando un mayor impacto en el medioambiente. Al otro lado se encuentran las viviendas más sostenibles, con etiquetas energéticas A+++, como las Passive Houses.
Las viviendas pasivas o Passive Houses vienen reguladas por la iPHA (Asociación Internacional de la Vivienda Pasiva, por sus siglas en inglés), y tienen criterios muy severos y rígidos sobre consumos, emisiones y eficiencia. Por ejemplo, estas viviendas no pueden tener más consumo en calefacción anual que 15 kWh/año·m2 (se duplica la cifra para refrigeración), y 120 kWh/año para el uso doméstico como pueda ser el agua caliente sanitaria, los electrodomésticos, la televisión…
Estas cifras están muy alejadas de las instalaciones actuales, aunque son el objetivo a muy largo plazo, y se miden a través de la etiqueta europea de eficiencia energética. Al igual que la de los electrodomésticos, el etiquetado energético de los edificios da información sobre el consumo de energía anual (kWh/m2·año) así como sobre el consumo de CO2 anual (kgCO2/m2·año).
No existen cifras fijas a partir de las cuales una vivienda pasa a ser A, B o C, ya que este etiquetado es relativo. Una vivienda que hace años tuviese una B y que volviese a etiquetar su vivienda podría obtener una C para el mismo consumo, ya que la etiqueta se usa a modo de comparador con la media del consumo.
Aunque deseables, las Passive Houses se encuentran a muchas décadas por delante, con consumos muy por debajo de lo que es común, especialmente en países dependientes del carbón, gas natural, biocombustibles y centrales térmicas, en ese orden.
Nueva York, con el paquete de medidas que anunciaba di Blasio, será hacia 2030 más eficiente de lo que es hoy día. Es una ciudad de referencia, y aunque en Europa este tipo de medidas es común (como nuestra etiqueta), todavía una importante parte del mundo ha de perseguir el bajo impacto ambiental.
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