Cuando en España, y en cualquier país de Occidente, algún futurólogo propone un futuro en el que los robots viven o habitan entre nosotros, realizando diversas tareas entre las que se encuentra la de cuidar de las personas mayores, tendemos a poner cara de desconcierto, desagrado, e incluso miedo.
¿Es ese el futuro «deshumanizado» que queremos para nuestra sociedad? Los robots son fríos, calculadores, carentes de emociones, y probablemente máquinas mortales esperando a que la humanidad se despiste para tomar el relevo, ¿no?
Occidentales y orientales tienen una visión sobre la robótica y los androides tan dispar que merece la pena detenerse unos minutos para preguntarse por qué occidente sigue temiendo a los robots mientras que oriente los abraza.
Una visión pesimista de los robots que arranca en la Grecia Antigua
Tanto occidentales como orientales seguimos pecando de basar nuestros valores morales en juicios que tienen no décadas, sino milenios de antigüedad. En el caso de los europeos y otros países occidentalizados (América, Australia, Sudáfrica), basamos muchos de estos juicios en mitos bastante antiguos, como el de Hefesto y Pandora.
Pandora fue la primera mujer “mecánica” forjada por Hefesto a partir de materiales inanimados, aunque no fue la única. En el libro XVIII de la Ilíada, Homero cuenta cómo Hefesto había fabricado mujeres de oro puro, los primeros robots metálicos conocidos. Todos conocemos el mito de Pandora y cómo abre el ánfora que contiene todas las desgracias humanas (Robots 1 – 0 Humanos); la ciencia ficción (mitológica) acababa de empezar.
También es muy conocido el mito del golem judío de Praga, construido para defender la Sinagoga Staranová. Como todo ser no diseñado por Dios (judaísmo, cristianismo e islamismo siguen esta misma base), este golem carecía de “alma”, algo con lo que Yuval Noah Harari no estaría de acuerdo.
Es en esta historia medieval en la que el golem (podríamos decir el primer autómata) presenta sus ventajas y desventajas. Por un lado, es fuerte y puede realizar mucho trabajo. Por otro, carece de inteligencia y llevará a cabo la tarea que se le ordene de forma sistemática de un modo similar a nuestros algoritmos modernos. En el mito, la esposa del rabino de Staranová pide al golem que saque agua del río, y el trabajo excesivo de este inunda Praga. De nuevo, pierden los humanos.
Damos un ligero salto de unos 500 años al futuro para mencionar cómo de presente está el mito del golem en películas como Ghost in the Shell: Innocence (2004). En una escena conocida como Doll House, los dos protagonistas del film entran en una mansión, encontrándose en el recibidor un robot inanimado junto a la palabra hebrea «Aemaeth», que significa verdad y hace un guiño a «Emet», sinónimo hebreo que infundía vida al golem. En una escena posterior, la palabra ha perdido varias letras «maeth» significando, como «met», muerte en hebreo.
Podríamos decir que, en nuestra innovación y avance social, hemos dejado atrás los mitos y solo los usamos para ilustrar el cine y otras formas de arte. Sin embargo, cuanto el Parlamento Europeo propone un proyecto de informe en materia de derecho civil sobre robótica, podemos leer frases como esta en su introducción:
Considerando que, desde el monstruo de Frankenstein creado por Mary Shelley al mito clásico del Pigmalión, pasando por el Golem de Praga o el robot de Karel ?apek —que fue quien acuñó el término [robot]—, los seres humanos han fantaseado siempre con la posibilidad de construir máquinas inteligentes, sobre todo androides con características humanas.
Tras los R.U.R. de de ?apek (1921) vino el Yo, robot de Asimov (1950), y luego el Sueñan los androides con ovejas eléctricas de K.Dick (1968). Westworld (1973), Blade Runner (1982), Terminator (1984), Matrix (1999), A.I. Inteligencia Artificial (2001), Utopía (2014)… Nuestra cultura está plagada de ejemplos en los que los robots son seres alienantes que tratan de destruirnos, exceptuando algunas películas como Wall·E (2008), dirigidas a un público juvenil.
Una visión oriental positiva hacia los robots con bases en el animismo
Hay algunos ejemplos occidentales, como El hombre bicentenario (1999) basada en un relato homónimo de Asimov (1976), Robot & Frank (2012) o Autómata (2014) en la que los robots no aparecen como enemigos, e incluso hay cierta evolución social hacia la aceptación y la inclusión tanto de robots como de ciborgs. A diferencia de Oriente, en que casi todos los relatos sobre robots son amables, en Occidente es extraño encontrar estas muestras. ¿Por qué esta diferencia?
A los orientales, más concretamente a los japoneses, les encantan los androides. Tanto que culturalmente hay una escisión de muchas décadas entre ellos y nosotros, distinguiendo ellos entre androide (robot humanoide masculino, y único término que solemos usar aparte de robot), ginoide (femenino) y animaloide (con forma de animal).
Mientras que el estreno de la obra teatral R.U.R. en Europa fue acogida con el miedo a la tecnología que el mismo ?apek trató de infundir al relato (?apek escribió esta historia en el periodo de entreguerras tras la Gran Guerra); en oriente fue abrazada con una «fibre robótica que ha perdurado hasta nuestros días», como escribe el periodista Andrés Ortega en su artículo para El País Por qué los japoneses aman a los robots.
Cuando pasados mediados del siglo XX Japón empezó a exportar su anime al mundo, en Europa tardamos un tiempo en adaptarnos a series que destacaban la humanidad de los robots, que nosotros seguíamos negando. Por ejemplo, series como Heidi (1974) llegaron mucho antes que otras como Mazinger Z (1973).
Sintoísmo y budismo han tenido mucho que ver en la construcción de esta aceptación hacia formas no humanas. El sintoísmo, por ejemplo, atribuye características animistas a “cosas” como animales, árboles e incluso rocas, de modo que el salto hacia delante de dotar de “alma” a los robots es más sencillo que en las religiones monoteístas heredadas de la cultura grecorromana, en la que por un lado estaba el ser humano y luego todo lo demás.
Además, en países como Japón –y esto está empezando a aplicar también a países occidentalizados– el envejecimiento de la población de finales del XX consolidó todavía más la necesidad de considerar a los robots como parte integradora en la sociedad en lugar de algo externo y alienante. Nos hacen falta, y en esta necesidad estamos algo más abiertos a incluirlos cerca.
La tendencia actual es lenta, pero poco a poco Occidente está rebajando el miedo a lo desconocido, que también se presenta en otros ámbitos como el miedo a la inteligencia artificial, y tomando prestados elementos de culturas orientales para conformar su patrimonio cultural y refutar argumentos en contra de la tecnología.
Aunque seguimos con un gran stock de películas que pintan el futuro regular, cada vez hay más muestras de aceptación (quizá no nos quede otra) de los robots en nuestras vidas. Como el personaje Frank en la película antes mencionada Robot & Frank, los occidentales hemos de aprender en muy poco tiempo lo que orientales aceptaron durante todo el siglo pasado.
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