Cada día, un humano medio respira más de 10.000 litros de aire. También los que viven bajo la boina de nuestras ciudades. Para ellos, esos miles de litros llevan, de regalo, un poco de dióxido de nitrógeno, partículas en suspensión, ozono y otros agentes contaminantes e insalubres. Nuestro aire es cada vez más irrespirable y no hacemos lo suficiente para cambiar las cosas. Ahora, la ciencia llama a la química al rescate.
Los peligros de un aire sucio
Estudios hay para parar un tren. La baja calidad del aire ha sido ligada a infecciones respiratorias puntuales y crónicas, infartos cerebrales, ataques al corazón y cáncer. Es, casi, como si fuésemos fumadores pasivos de nuestros coches y nuestras fábricas. De hecho, la contaminación del aire es uno de los cinco mayores riesgos contra la salud a nivel mundial, según el Global Burden of Diseases, Injuries, and Risk Factors. Los otros cuatro son la alta presión arterial, el tabaquismo, la diabetes y el sobrepeso.
De acuerdo con la Lancet Commission on Pollution and Health, la mala calidad del aire es responsable de 4,5 millones de muertes al año, la mitad del total causado por la contaminación. Cerca del 90% de estas muertes prematuras se producen en países en vías de desarrollo, pero se estima que un 70% de la población mundial respira aire contaminado.
Los números asustan, sobre todo si tenemos en cuenta que no parecemos estar haciendo demasiado para dejar de contaminar. Sí, prohibimos la circulación de vehículos de motor cuando la situación es dramática. Muchas ciudades dicen apostar por el transporte público y las bicicletas. Sin embargo, en 2017, volverán a aumentar las emisiones de dióxido de carbono (CO2), uno de los gases que más vigilados tenemos. Lo harán un 2%, según el Global Carbon Project.
¿Pero, qué causa qué?
Así, el aire contaminado nos causa muchos problemas, pero ¿qué es el aire contaminado? ¿Qué partículas generan problemas para la salud? ¿Cómo reacciona nuestro cuerpo con ellas? ¿Cómo reaccionan entre sí en superficie o en las capas altas de la atmósfera? La verdad, no existen demasiadas respuestas, pero la ciencia quiere encontrarlas.
Se sabe que los óxidos de nitrógeno y el ozono están relacionados con el aumento de enfermedades respiratorias y cardíacas. Se sabe que las partículas finas, sobre todo por debajo de los 2,5 micrómetros, también generan problemas ya que penetran en nuestras vías respiratorias. También el asma ha sido asociada con el incremento de la contaminación. La lista de contaminantes identificados y enfermedades relacionadas es larga, pero, si entramos en detalle, parece que existen demasiadas lagunas todavía.
Que nos rescate la química
Cuando Clair Patterson (más conocido por haber descifrado la edad de la Tierra) intentó llamar la atención del público sobre los peligros del plomo presente en combustibles o pinturas, nadie le creyó. Su trabajo ligó la presencia de este elemento a varias enfermedades, demostrando sus peligros e impulsando su prohibición en parte del mundo. Patterson murió de un ataque de asma, puede que debido a que el aire del entorno de Caltech (California) no era de la mejor calidad. O puede que no.
Al igual que en el caso del geoquímico estadounidense, la mejor comprensión de los riesgos concretos de cada agente contaminante podría llevar a las sociedades que habitan el planeta a tomar mejores (y más drásticas) decisiones. Estas son las razones que da toda una institución como la revista Nature para pedir una investigación seria y multidisciplinar, liderada por químicos, para aportar luz al problema de la contaminación del aire.
- La contaminación del aire se produce de muchas formas. De acuerdo con la revista, la calefacción y las cocinas no eléctricas generan gran parte de los contaminantes que tienen mayor impacto en la salud, debido a que se emiten directamente en las ciudades. También la agricultura y los fertilizantes químicos son responsables de la contaminación del aire. Los coches y la industria pesada contribuyen, sobre todo, al ozono y a las partículas en suspensión. Saber qué impacto tiene cada componente y en qué medida lo generamos nos puede ayudar a reducir mucho los riesgos.
- No somos capaces de seguir el rastro de las reacciones atmosféricas. Una vez que un contaminante se dispersa en el aire, es difícil saber cómo se comporta. Podemos conocer bien su origen, pero saber cómo reacciona a los efectos atmosféricos y ambientales, cómo lo dispersa el viento o cómo le afecta la lluvia, es mucho más complejo.
El ejemplo más claro es el del famoso CFC, o clorofluorocarbono. Durante años, era el componente perfecto de aerosoles y refrigerantes, igual que el plomo de los combustibles. Era un químico poco tóxico y super estable. Cuando ascendía en la atmósfera, las cosas cambiaban. La acción de los rayos ultravioleta ponía en marcha una reacción que estaba destrozando la capa de ozono. Tardamos más de 30 años en tomar cartas en el asunto. - Las reacciones entre elementos. Sigamos con el ozono, cuya presencia en zonas bajas de la atmósfera se considera peligrosa. Sus niveles cerca de la superficie han sido relacionados con la presencia de óxidos de nitrógeno y compuestos orgánicos volátiles. Sin embargo, en la Unión Europea, donde se ha reducido su emisión considerablemente durante la última década, los niveles de ozono no se han movido. Así que las interacciones y reacciones entre gases y agentes contaminantes siguen siendo bastante desconocidas.
- ¿Y quién mide las emisiones? Como decíamos antes, la presencia de CO2 en la atmósfera está bastante controlada. Aun así, las mediciones distan mucho de ser precisas y están basadas en estimaciones que parten de mediciones puntuales. La situación con otros contaminantes es aún más inconsistente. Además, como se ha podido ver en el reciente escándalo del Grupo Volkswagen, el control de límites y medidas de emisiones no siempre se mantiene.
- La relación con las enfermedades, aún más compleja. Igual que sucede con otras sustancias, como el tabaco o el alcohol, la investigación médica ha probado el impacto de ciertos agentes químicos en la salud de las personas. Sin embargo, sigue siendo difícil medir la relación directa entre cada elemento y las enfermedades concretas. “Reducir a la mitad la contaminación del aire no implica reducir a la mitad las muertes”, explican en el artículo de Nature.
Señalan, sin embargo, que en líneas generales se puede afirmar que a la larga un aire más limpio mejora la salud. A pesar de los problemas de contaminación existentes en nuestras ciudades, el artículo señala que desde que la Unión Europea empezó a controlar la calidad del aire en los 70, la mortalidad relacionada con la contaminación aérea se ha reducido alrededor de un 20%.
Así que químicos del mundo, uníos. Necesitamos empezar a tomarnos en serio la calidad de nuestro aire y necesitamos hacerlo ya. Necesitamos conocer bien las causas y consecuencias de la contaminación y actuar. Puede que, algún día, hablemos de la boina de Madrid como hoy hablamos de las pinturas con plomo o de los espráis con CFC.
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