Si hay una obra que encarne como ninguna otra el espíritu del llamado «Art Nouveau», esa es sin duda la del moravo Alphonse Mucha (Ivan?ice 1860 – Praga 1939), que fue capaz de enamorar con su magia a la mismísima Sarah Bernhardt, la reina de los escenarios parisinos en la llamada Belle Èpoque. A ella le debemos que aquel desconocido artista eslavo, que intentaba abrirse paso en la Ciudad de la Luz de finales del siglo XIX, saltara a la fama, casi por casualidad, cuando aceptó que le hiciera una propuesta para el cartel del estreno del drama «Gismonda», decepcionada por los bocetos que ya le habían presentado otros ilustradores. Aquella Navidad de 1894, la Bernhardt, y con ella todo París y más tarde el mundo, quedarían extasiados ante el genio de aquel Checo hoy universal.
Su fructífera relación profesional con la actriz francesa dio como resultado, en los seis años siguientes, los ya inmortales pósters de Medea, Lorenzaccio, La Dama de las Camelias o Tosca. Y todos ellos pueden ser vistos y disfrutados hasta el próximo 25 de febrero en el madrileño Palacio de Gaviria, un marco inigualable para disfrutar de la prolífica obra del genio de Ivan?ice.
Gracias a la colaboración de Grupo Arthemisia y la Fundación Mucha, los asistentes a esta más que recomendable exposición pueden conocer de primera mano más de 200 ejemplos del versátil talento de Alphonse Mucha, que no solo hizo gala del mismo en sus carteles, sino también en el diseño de vestuario, en la escultura, en la fotografía, en la ilustración y en otras artes decorativas. Obras todas ellas impregnadas del inconfudible «estilo Mucha», caracterizado por una combinación única de figuras sensuales, aires bizantinos, motivos de la naturaleza, tipografías diferenciales y tenues colores pastel.
DEL MUCHA BOHEMIO AL PATRIOTA Y FILÓSOFO
Acompañado por la voz de su nieto, John Mucha, el visitante se sumerge en el universo del genio eslavo a través de las seis secciones en que se divide la muestra del Gaviria: 1) un bohemio en París; 2) un creador de imágenes para el gran público; 3) un cosmopolita; 4) el místico; 5) el patriota; y 6) el artista-filósofo. Este evocador paseo abre las puertas a la vida de un joven Mucha que, tras ser rechazado por la Academia de la Artes de Praga y su paso por Múnich, llegaba a París dispuesto a formarse en la capital del arte de finales del XIX, rodeado de otros incipientes genios como el pintor Paul Gauguin o el dramaturgo sueco August Strindberg.
De sus primeros pasos por la mundana París, ahíta de artistas de todas partes del planeta, llegamos al punto de inflexión en la vida del bohemio, aquel famoso cartel de «Gismonda» que le daría a conocer y le abriría la puerta a otros encargos con los que su original arte saltaría a la calle, y por tanto al disfrute del gran público en forma de carteles, ilustraciones para libros, pósters publicitarios, diseños para cajas de galletas, menús o botes de perfume, o simples motivos decorativos, sin otro fin más allá del puramente estético o funcional.
Como curiosidad, por ejemplo, nos encontramos con el diseño del artista para un perfume de la época, cuyo cartel ilustraba la forma en la que entonces se aplicaban las mujeres los aromas en sus pañuelos. De esta formá tan gráfica, Mucha no solo nos revela su talento para las artes gráficas y figurativas sino que también nos acerca a las costumbres de la época.
MUCHA, EL CHECO UNIVERSAL
Estos carteles, diseños e ilustraciones, el vestuario de obras escénicas e incluso otras artes, como la escultura (en la que podemos ver influencias de otros artistas de la época, como Rodin), pusieron de moda a Alphonse Mucha. De ahí que no sea extraño que recibiera el encargo del Imperio Austro-Húngaro para decorar el pabellón de Bosnia-Herzegovina en la Exposición Universal de París de 1900, ampliamente ilustrado en la exposición a través de fotografías y bocetos. Este proyecto, que le valió la Orden Imperial de Francisco José I generó, sin embargo, problemas de conciencia a un patriota eslavo como Mucha, convencido de las aspiraciones nacionalistas de su pueblo, y le inspiró la idea de desarrollar una gran obra épica en la que ensalzar los valores y constumbres de los países eslavos, al mismo tiempo que se dejaba constancia de su sufrimiento y lucha contra la opresión imperial.
Por ello, tampoco es extraordinario que el ya internacional Mucha -y no solo por su papel en la muestra mundial parisina- fuera recibido con gran abundancia tipográfica en los medios estadounidenses cuando viajó a este país para lograr fondos con los que financiar la futura «Epopeya Eslava«. De su paso por tierras americanas se conservan, entre otras obras, sus retratos y carteles para actrices como las legendarias Ethel Barrymore o Maude Adams, también presentes en la exposición del Palacio de Gaviria.
Esta vida cosmopolita se alternaría, desde sus primeros días en París, con las inquietudes místicas de Alphonse, influenciado, entre otros, por su amigo August Strindberg, un apasionado del ocultismo. Estos influjos místicos llevaron al artista a integrarse en la masonería, con cuyo atuendo de Soberano Gran Comendador de la logia podemos verle también en una fotografía que se expone en la muestra madrileña. Y se harían patentes tambien en su obra -en la forma de esa figura en segundo plano, casi fantasmagórica, que se puede ver en muchas de sus pinturas-, o en el libro «Le Pater», con el que quiso trasladar todo su mensaje espiritualista.
LA EPOPEYA INACABADA
La relación con la masonería, la mística y la filosofía acompañarían a Alphonse Mucha hasta el fin de sus días, en la joven Checoslovaquia -reconocida como tal al finalizar la I Guerra Mundial-, a la que se trasladó en 1910 para trabajar en su «Epopeya Eslava» (Slovanská epopej). Su empeño en esta colosal obra se alternó en años siguientes con el diseño de sellos, billetes y postales para el nuevo país, así como para otras labores decorativas en el Ayuntamiento de Praga.
Nunca llegaría a ver terminada aquella serie de grandes pinturas sobre la historia y la épica de los pueblos eslavos, ya que Mucha, conocido masón, sería de los primeros detenidos tras la invasión de Checoslovaquia por la Alemania de Hitler en 1939. Aunque fue liberado pocas semanas después, su salud ya nunca se recuperaría y el gran genio checo nos abandonaría a la edad de 78 años en julio de aquel mismo año.
Sin embargo, de él siempre nos quedará ese enorme talento, que le permitió «tocar todos los palos» de forma más que prolífica y que hoy podemos volver a rememorar, con algunos de sus ejemplos más representativos, en la imprescindible muestra que de él nos traen en estos días al madrileño Palacio de Gaviria.