Durante milenios, los humanos nos hemos visto como un ser superior al resto de la vida. Pero, a medida que la ciencia desmontaba mitos, nos devolvía a nuestro lugar. Esto no quiere decir que no tengamos importancia, o que carezcamos de un propósito como especie. Que sepamos, somos el único ser vivo del planeta que puede salir a voluntad de su campo gravitatorio. El resto están atrapados.
Gracias a la tecnología y a nuestra mente única, nos hemos convertido en el único animal capaz de rescatar la diversidad terrestre si al planeta le ocurre algo, como una catástrofe natural del tipo pandemia o meteorito. Pronto tendremos la capacidad de extender la vida allá por donde viajemos, ser el vector de la vida del planeta, su órgano reproductivo. O uno de ellos.
Somos uno de los órganos reproductivos de la Tierra
Que seamos capaces de hacer uso de naves espaciales cada vez más asequibles que nos saquen del pozo de gravedad que tiene preso al resto de las especies, no significa que el resto no salgan (accidentalmente) de vez en cuando.
Hoy día se baraja la posibilidad, relativamente probable, de que la vida no apareciese como tal en nuestro planeta, sino que fuese traída a bordo de meteoritos, un mecanismo conocido como panspermia que todavía no ha sido demostrado. Eso liberaría algo de presión a los humanos como única vía de escape de la vida, ya que las especies no dependerían de nosotros en caso de cataclismo.
También se sabe, o se tiene relativamente confirmada, la teoría de que la vida haya podido salir de la Tierra a través de procesos violentos como erupciones o choques de meteoritos. La liberación de energía de estos eventos ha superado la velocidad de escape de 11,2 km/s, y se sabe de bacterias y animales (como los tardígrados) más que capaces de sobrevivir en el duro espacio.
Pero los humanos tenemos la facultad de extender todo tipo de vida y hacerlo de manera consciente. Al menos esa es la idea que aparece en Mars (2016), la serie de Netflix sobre cómo podría ser la colonización del planeta rojo en base a nuestra tecnología moderna.
En esta serie, uno de los protagonistas comenta que «somos el órgano reproductivo de la Tierra», que está entrando en su etapa fértil gracias a nuestra inteligencia. En la serie el año es el 2033, y estamos instalando una pequeña colonia marciana en nuestro planeta vecino, junto con un invernadero modesto pero significativo.
La idea no es nueva. Grandes visionarios como Carl Sagan o Adrian Berry plantearon temas similares, y en Interstellar (2014) se habla de una «bomba de población» para viajar ligero de equipaje. En Nobbot hemos hablado de la impresora de vida con la que no necesitaremos enviar a las especies físicamente a Marte, sino que podremos “imprimirlas” allí en base a su ADN.
Esto último ahorraría buena parte de los costes del transporte, ya que una misma matriz daría lugar a toda una especie, en lugar de tener que llevar a decenas o miles de animales.
¿Debemos extender la vida por otros mundos?
«¿Cómo puede esto mejorar con un oleoducto? ¿Con un centro comercial?», se pregunta el Dr. Manhattan desde la superficie de Marte. Cuando los humanos pululemos por su superficie, ¿realmente lo estaremos mejorando? ¿Será mejor el planeta Marte con una atmósfera rica en nitrógeno y oxígeno en la que vuelen pájaros algo más ligeros [por la gravedad] que los que tenemos en la Tierra?
Quizá no, pero cuando miramos a planetas como Marte o Venus, planetas enanos como Ceres o lunas como Io, Europa o Titán, nos planteamos que podrían ser buenos nichos para un backup de la vida. Hace 65 millones de años un meteorito impactó contra el planeta y produjo una serie de reacciones que a lo largo de los milenios acabó con el 76% de las especies. Podría volver a pasar.
Ese es el pensamiento del empresario Elon Musk y grandes divulgadores como Michio Kaku o Neil deGrasse Tyson. Deberíamos ser una especie multiplanetaria y viajar por el espacio y, si es posible, una especie en más de un Sistema Solar. No solo por nosotros, sino por el resto de especies, incapaces de abandonar el planeta si algo genera una sexta extinción masiva.
Es probable que algunas bacterias sobrevivan a prácticamente todo lo que se las eche encima pero, ¿cómo escapan los elefantes, o las ballenas? ¿Tenemos una responsabilidad respecto al resto de las especies?
¿Será el nuevo Arca de Noe será un misil balístico?
El mito del Arca de Noé es uno de los relatos más antiguos de la humanidad. Aparece con este nombre en el Corán, la Biblia católica y la Torah, pero su origen es mucho más antiguo. La misma historia de la construcción de un arca para proteger a los animales de un diluvio se da en la mitología Caldea, aunque quien construye el refugio tiene el nombre de Gilgameš. Es muy probable que construyamos una “Nave de Noé” en el futuro.
Los sistemas de ectogénesis (no necesitar un animal hembra de una especie para el desarrollo del feto) están cada año más avanzados. Es muy probable que en una década tengamos la tecnología suficiente para enviar a otros mundos, como Marte, una nave en forma de misil balístico con óvulos fecundados de algún animal de pequeño tamaño. Una bomba de gravedad, como decían en Interstellar. Por supuesto no lo haríamos (todavía) por falta de atmósfera.
Es interesante cómo uno de los mitos más antiguos de la humanidad, la preservación de la vida del planeta gracias a la mano del ser humano, podría hacerse realidad en unos siglos; y cómo es la tecnología del momento la que alimenta la historia. En su momento era un barco, culminación de la técnica del segundo milenio a.C., y ahora es una nave espacial o un misil en su formato más reducido; con tecnología de impresoras 3D y placentas de ectogénesis.
No sabemos cuándo ocurrirá, y es casi seguro que tardará varios millones de años en producirse, pero eventualmente “algo” le pasará a la Tierra, y los humanos tenemos en unos años la capacidad de sacar de aquí a buena parte de las especies con las que habitamos. Extender la vida por el Sistema Solar, y luego por la galaxia. Ser el vector de la vida. O uno de ellos.
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Imágenes | iStock/amenic181, Aynur Zakirov