Santiago Ramón y Cajal no necesita presentación. O no debería necesitarla. “Es tan importante en su campo como Charles Darwin o Louis Pasteur en los suyos, aunque es relativamente desconocido fuera de este”. Así arranca la descripción del ‘New York Times’ sobre el padre de la neurociencia moderna. Sus dibujos son arte y son ciencia. Nos descubren un mundo de líneas invisibles, ramificaciones de energía nerviosa, el submundo de la inteligencia humana. Sus ilustraciones nos marcaron el camino para pensar sobre cómo pensábamos. Y el Massachusetts Institute of Technology (MIT) les rendirá homenaje hasta final de año.
La exposición ‘The Beautiful Brain: The Drawings of Santiago Ramón y Cajal’ ha sido desarrollada por el museo de arte Frederick R. Weisman Art Museum, la Universidad de Minnesota y el Instituto Cajal, dependiente del CSIC. Tras su paso por el museo de arte de la Universidad de Nueva York, las 80 ilustraciones de Ramón y Cajal que forman la exposición ocupan ahora un lugar central en el museo del MIT. Recorrerán otros puntos de Estados Unidos hasta abril de 2019.
En el MIT, los dibujos de Cajal compartirán espacio con fotografías actuales del cerebro y sus neuronas obtenidas con tecnología actual. Más de un siglo antes de que ninguna de ellas fuese remotamente posible, Ramón y Cajal se pasó horas encorvado sobre su microscopio, refinando la técnica de tinción celular del italiano Camillo Golgi, con quien compartiría el Nobel, pero no teoría científica. La teoría de que las neuronas eran células individuales, separadas, que se comunicaban entre sí.
Historia de la ciencia
Dicen que Ramón y Cajal se anticipó en un siglo a los primeros grafitis. Además de por pintarrajear paredes, en Jaca (Huesca), se le conocía por fabricar todo tipo de objetos para sus amigos. Y por haber pasado un par de días en la cárcel tras romper la puerta de un huerto con un cañón. “Allí extendía sus obscuros tapices el aspergillus niger, y campaban por sus respetos la pulga brincadora, la noctámbula chinche, el piojo vil, y hasta la friolera blata orientalis, plaga de cocinas y tahonas”, escribiría más tarde en sus memorias.
Cuando entró en aquel calabozo, a los 11 años, el médico aragonés ya era un apasionado del mundo natural. Su vocación investigadora estallaría más tarde, con 23 años, tras haber pasado dos años en la Guerra de Cuba y haber sobrevivido a la disentería y el paludismo. Poco después, en 1876, se compró su primer microscopio y dio rienda suelta a su obsesión con lo invisible.
«Procuré incorporarme, sin vacilar, con entusiasmo, aunque sin medios y falto de estímulos externos, al tajo de la investigación, donde el trabajo obstinado siempre alcanza su premio…”
“[Las neuronas son] células de formas delicadas y elegantes, las misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental”, escribiría después. Entre el primer microscopio y el descubrimiento de los mecanismos que gobiernan la morfología y los procesos conectivos de las células nerviosas pasarían 12 años. En las dos décadas siguientes, sus investigaciones cambiarían el mundo.
En 1889, su teoría fue aceptada en el congreso de la Sociedad Anatómica Alemana. A partir de ahí, se sucedieron los premios. Y, quizá lo más importante, su labor impulsó la primera gran inversión pública en investigación y ciencia en España, un moderno laboratorio de investigaciones biológicas y, ya más adelante, la creación del Instituto Cajal. En 1906, recibió el Premio Nobel en Fisiología y Medicina. El resto es historia de la ciencia.
Los dibujos de Ramón y Cajal
Ha sido, precisamente, el director del Instituto Cajal en la actualidad, Ricardo Martínez Murillo, quien ha seleccionado las reproducciones que ilustran este artículo. Los textos que acompañan a las imágenes también son suyos. No son las 80 que forman la exposición del museo del MIT. Pero son las mismas imágenes del primer Nobel de ciencia español. Solo hubo uno más, para Severo Ochoa de Albornoz, en 1959. Desde entonces, nada (aunque no falten candidatos).
“En nuestros parques no hay árboles tan elegantes y lujosos como las células de Purkinje del cerebelo….”
“Como el entomólogo a LA caza de mariposas de vistosos matices, mi atención perseguía, en el vergel de la substancia gris, células de formas delicadas y elegantes, las misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental”
Santiago Ramón y Cajal falleció el 17 de octubre de 1934. Tres años antes, recién proclamada la Segunda República, un acto de homenaje de la Asociación Profesional de Estudiantes de Medicina se convirtió en una de sus últimas intervenciones públicas. Aunque no lo leyó personalmente, su breve discurso dejó una frase para la posteridad.
“[…] Procuré incorporarme, sin vacilar, con entusiasmo, aunque sin medios y falto de estímulos externos, al tajo de la investigación, donde el trabajo obstinado siempre alcanza su premio, tarde o temprano…”. Palabras que recuerdan demasiado al presente de la ciencia española y que, como premio, nos dejan el estímulo de sus pioneras ilustraciones.
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Imágenes | Instituto Cajal CSIC, Universidad de Nueva York/Nicholas Papananias