‘Aeropuerto 79’ es una película mala. El punto final a una serie de títulos que pasarían sin pena ni gloria por la historia del cine si no hubiese sido por una fatídica coincidencia. En ‘Aeropuerto 79’, un avión Concorde sufre varios ataques y accidentes a los que los pasajeros sobreviven. 20 años después, el 25 de julio del 2000, la misma aeronave que salía en la película, el Concorde F-WTSC, se estrellaba en la vida real.
El accidente de Gonesse, en Francia, fue la puntilla a la aviación supersónica comercial. El Concorde dejaría de unir París y Nueva York en tres horas en 2003. Pero en los últimos años, el sueño de la aviación supersónica ha revivido. Y lo ha hecho con fuerza. El proyecto Stratofly es la apuesta europea en esta nueva revolución aeroespacial. Busca unir Bruselas y Sídney en algo más de tres horas. Su futuro y su sostenibilidad pasan por la Universidade da Coruña.
LAPCAT-MR2.4, un crucero hipersónico
Stratofly es uno de los proyectos de la iniciativa Horizonte 2020. Es, a su vez, el heredero de proyectos como MAAXIMUS o LAPCAT. De hecho, el modelo de aeronave elegido como punto de partida de Stratofly es una versión del LAPCTAT-MR2.4, un concepto de crucero hipersónico capaz de alcanzar la velocidad mach 8, cuatro veces más que la del Concorde y ocho veces superior a la del sonido.
El proyecto Stratofly está coordinado por el Politecnico di Torino y en él participan otras nueve instituciones europeas. Entre ellas, la Escuela de Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos de la Universidade da Coruña (UDC), a través de su grupo de investigación de mecánica de estructuras. Su función es la de pulir y perfeccionar el diseño de la estructura y los materiales del LAPCAT para que se puedan unir dos puntos antípodas en poco más de 180 minutos.
“Queremos que el avión llegue en tres horas de Europa a Australia, pero también que sea sostenible económicamente, no contamine y pueda viajar por la estratosfera. Nosotros somos los encargados de valorar todo esto y optimizar las estructuras para que sean factibles dentro de los requisitos que se piden a la aeronave”, explica Santiago Hernández Ibáñez, catedrádico de la UDC y director del equipo de investigación, en una entrevista con ‘Teknautas’.
Objetivos: Sídney y la estratosfera
Si nos subimos en un avión comercial, aunque sea en el más potente que existe en la actualidad, nunca podremos abandonar la Tierra. El porqué es más sencillo de lo que pueda parecer. “Los aviones pueden volar porque el aire que se mueve a lo largo de las alas los sostiene”, explican desde el portal de divulgación de la NASA. Es decir, la capacidad de vuelo de un avión depende en gran medida de la densidad del aire.
Esta densidad varía en la atmósfera. Cuanto más nos alejemos de la Tierra, menor es. Por eso, a partir de cierto punto, los aviones comerciales no pueden volar. Sin embargo, al mismo tiempo, cuanto menos denso sea el aire, menos resistencia ofrece. Por eso muchos de los aviones que vuelan lo suficientemente rápido como para poder sostenerse en condiciones de baja densidad eligen volar muy por encima de nuestras cabezas: en la estratosfera.
Esta capa atmosférica empieza a entre seis y 20 kilómetros sobre el nivel del mar y sube hasta los 50 kilómetros. En lo más alto está la delicada capa de ozono y se empieza a apreciar que la Tierra es un globo. “La explotación de este espacio podría ser necesaria en el futuro si tenemos en cuenta que el número de pasajeros transportados en avión podría multiplicarse por seis para el año 2050”, explican desde el portal de Stratofly.
Así, el objetivo es alcanzar la estratosfera con una aeronave fiable, segura y sostenible, que viaje a más de 6.000 kilómetros por hora y que una Bruselas y Sídney en tres horas y media. Y que todo sea una realidad en el año 2035. “La idea es que en 2020 tengamos unos resultados lo suficientemente sólidos para que la creación del avión siga su marcha”, añade Santiago Hernández Ibáñez.
Un proyecto ambicioso
Los primeros resultados se presentarán al público en 2020. Para ello, las 10 universidades y centros participantes han recibido cuatro millones de euros. Si sale bien, la aeronave sería más rápida que cualquiera de los proyectos lanzados hasta la fecha. Además, podría alcanzar su velocidad punta a (teóricamente) más de 40 kilómetros sobre el nivel del mar. Con este gran objetivo en mente, el consorcio investigador se ha marcado una serie de metas más asequibles.
- Refinar el diseño y el concepto del LAPCAT-MR2.4
- Aprovechar el conocimiento de los proyectos anteriores para tener un prototipo funcional y operativo en 2035
- Desarrollar un vehículo que alcance el mach 8 a más de 30 kilómetros de altitud
- Aportar conocimiento para el desarrollo futuro de sistemas de transporte espacial reutilizables
Los otros objetivos de fondo son disminuir el tiempo de la aviación civil de largo recorrido, describir nuevas trayectorias de alta velocidad en espacios aéreos no explotados, disminuir el ruido y las emisiones y evaluar el impacto climático de los vuelos hipersónicos, así como evaluar su sostenibilidad económica.
¿Una nueva carrera aeronáutica?
Tras el accidente del Concorde y la cancelación de sus operaciones, los gurús de la aviación hipersónica guardaron silencio durante algunos años. Sin embargo, las posibilidades que ofrece y los evidentes retos tecnológicos son un imán para investigadores y emprendedores. Así, en la última década, la aviación súper e hipersónica ha vuelto a estar sobre la mesa.
Además de aviones más o menos tradicionales, como los que propone el proyecto Stratofly, un proyecto estudia el uso de cohetes en la estratosfera para transportar pasajeros. Elon Musk y SpaceX están detrás de esta idea. El proyecto carece de plazos, pero busca desarrollar un sistema para que los cohetes BFR (Big Falcon Rocket) despeguen, unan dos puntos a más de 27.000 kilómetros por hora y aterricen en vertical.
Las universidades europeas y Elon Musk no están solos en esta carrera. China, Boeing o Airbus -con un hipotético Concorde 2- también quieren superar el mach 5 con una aeronave comercial sostenible y segura. Mientras tanto, la pasión por la velocidad y superar barreras (sobre todo, la del sonido) sigue alimentando la carrera por la ciencia y el desarrollo tecnológico. Una carrera que, esta vez, pasa también por el noroeste de la península Ibérica.
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