Los habitantes de las ciudades más pobladas respiran peor debido a la mala calidad del aire. Una movilidad aún predominantemente térmica, sumada al uso de sistemas de climatización basados en gas, son los principales responsables. Estamos muy lejos de cumplir la Directiva 2008/50/CE del Parlamento Europeo, aunque los radares de emisiones podrían ayudarnos a lograrlo.
Madrid es una ciudad en proceso de transformación con dos grandes planes de sostenibilidad que ponen el foco en la salud de sus habitantes. El Plan A de la calidad del aire y la Nueva Ordenanza de Movilidad han desembocado en el testeo de radares de emisiones capaces de medir cuánto contamina cada vehículo en tiempo real. Pero ¿cómo funciona esta tecnología y qué diferencia hay con otros radares?
¿Cómo funciona un radar de velocidad clásico?
Antes de entrar en cómo se mide la contaminación, expliquemos primero cómo funciona un radar de velocidad clásico. La mayoría de estos artefactos usan un componente principal llamado cinemómetro láser. Este suele estar dentro de una caja protectora tanto en radares fijos como en los modernos Velolaser.
La mecánica tras ellos es relativamente sencilla. Un pulso de luz de una longitud de onda y frecuencia determinada escapa de un emisor, choca contra el vehículo en movimiento y vuelve. Conociendo la velocidad de ida y vuelta del haz y lo que tarda entre varios pulsos, se puede saber la velocidad del vehículo. ¿Difícil?
Podemos simplificarlo. Se puede realizar un experimento muy interesante con dos personas para visualizar el fenómeno. Solo se necesita una distancia de unos pocos cientos de metros y un punto de referencia hacia el que uno de los voluntarios pasea despacio.
El otro tiene que correr del punto de referencia al compañero, y vuelta, una y otra vez. Como en el test de Cooper. Si el paseante —que representa al vehículo— acelera, al que va y viene —que representa el haz láser—, le dará tiempo a hacer menos trayectos. Cuanto menos tiempo tarda el láser en ir y volver, más rápido se mueve el automóvil.
No hace falta la calidad de la T-CUP, la cámara capaz de fotografiar la luz. Lo cierto es que para medir nuestra velocidad podemos incluso usar el GPS de nuestro móvil.
Así funciona un radar de tramo
Además de los cinemómetros, se puede medir la velocidad de los vehículos usando un radar de tramo. Formalmente hablando, no se trata de un radar sino de varios sensores que registran tiempo y posición. Cuando un vehículo avanza se le hace una fotografía en el punto A, otra en el punto B y se cuenta el tiempo entre fotografías.
Tan simple como eso, aunque esta forma de medir la velocidad usa reconocimiento de imagen. Gracias a ello somos capaces de leer las matrículas y poder relacionar al coche en el punto A y B.
Si el vehículo ha respetado la velocidad de la vía, su velocidad media quedará por debajo. En caso contrario, podría subir. Lejos de ser complicado, calcularlo es realmente fácil y, de nuevo, puedes hacer el experimento por tu cuenta.
Basta una distancia conocida y tres voluntarios con relojes sincronizados. Dos de ellos se situarán en los extremos y apuntarán la hora exacta a la que pasa el compañero que hace de coche. Para calcular la velocidad media de este corredor, dividimos la distancia entre la diferencia de tiempos. d/(t2-t1).
Así funciona un radar de tramo. Curiosamente, sin nada remotamente parecido a un radar, como le ocurre a los radares de emisiones. Muchas ciudades los usan para bajar la velocidad dentro del núcleo urbano, y así reducir el tráfico.
Los radares anticontaminación no son radares
Por qué se llamamos «radar» a un instrumento que no contiene este componente es un misterio. La evolución de los términos tecnológicos puede resultar curiosa. Como le ocurre a los de tramo, los radares anticontaminación o de emisiones no son radares como tal. Por tanto, no miden velocidad, sino niveles de contaminación de diferentes gases y partículas.
Los radares de emisiones, formalmente “equipos de medición remota (RSD) de emisión de gases contaminantes”, pueden detectar estas últimas gracias a la emisión de un haz en una longitud de onda determinada. Qué complicado, pero veamos un ejemplo que cualquiera puede comprender.
Arriba puede verse una ciudad a primera hora de la mañana. Sabemos la hora por la luz del Sol. En lugar de rojiza, tiene un componente azulado. Es el mismo azul que le indica a tu cuerpo que es hora de despertar.
Si en la fotografía de arriba eliminamos de golpe el smog, ¿nos llegará más luz del Sol o menos? La lógica, y la experiencia con las nubes, nos dice que más. Las nubes, el smog y la contaminación acaparan parte de la energía de la luz solar.
Aunque parezca un ejemplo básico, explica de forma sencilla cómo funciona un radar de emisiones. Un emisor RSD dispara un haz láser conocido que impacta contra la nube de gas que emite el vehículo nada más salir del tubo de escape. Al otro lado de la calzada se coloca una placa fotométrica y se mide la energía del láser.
Necesitamos reducir la contaminación atmosférica
Este tipo de herramientas son capaces de medir CO, CO2, NOx, PM e hidrocarburos. Además, son intrusivas (no interfieren con el vehículo) y no dañinas. Vamos, que no es el láser de la Estrella de la Muerte. En base a la energía que le llega al “radar”, sabemos que se trata de una sustancia u otra.
Aunque muy poco populares (¿quién querría ganarse una multa?), estos radares de contaminación se van a convertir en herramientas imprescindibles para mejorar la calidad del aire en las ciudades. Hemos abierto mencionando lo lejos que estamos de cumplir con la normativa del Parlamento europeo.
Esta distancia pone en jaque nuestra salud y aumenta al usar fuentes de energía no renovables. Especialmente dentro de las ciudades, donde la densidad poblacional hace que las emisiones se concentren.
En el futuro, la movilidad eléctrica se perfila como una de las soluciones a largo plazo, aunque su coste actual hace difícil el acceso. Lo que sí podemos hacer los ciudadanos es elegir ya una comercializadora cien por cien renovable y dejar el gas de lado. También usar el transporte público, por el bien de nuestros pulmones. Las consecuencias de seguir como hasta ahora son más graves de lo que parece.
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