La temperatura del planeta está desbocada. El impacto humano sobre su delgada atmósfera ha hecho que se dispare. Esto afecta al clima, a los ecosistemas y, en última instancia, a los seres vivos. Incluso a nuestro ánimo. Hace tiempo que se hizo patente que necesitábamos dejar de calentar la atmósfera.
Algunos proyectos de geoingeniería hablan de reducir su temperatura de nuevo. Hemos subido la temperatura de la Tierra usando tecnología, como la quema de combustibles fósiles. ¿Podemos bajarla con tecnología? La respuesta podría estar en una permanente huida hacia delante.
La energía renovable no baja la temperatura
Es un hecho: la energía renovable no baja la temperatura del planeta, pero al menos tampoco lo recalienta. Las renovables pueden ser un importante freno y estancamiento para la temperatura, y es debido a ello que merecen toda nuestra atención como fuente primaria de energía. A saber, estos métodos de generar electricidad no emiten gases de efecto invernadero o desechos como los residuos radioactivos.
Estos gases, llamados GEI, son el principal factor de calentamiento planetario. Ayudan a retener el calor mediante un proceso llamado «efecto invernadero», que se asemeja al calor generado en los campos de cultivo bajo techo. Como resultado, aparece el calentamiento global causante del cambio climático y sus consecuencias.
Dejar de lado los combustibles fósiles, especialmente en generación de energía (central térmica), climatización (caldera de gas) o movilidad (coche diésel o gasolina) no será la solución para bajar la temperatura planetaria, pero servirá al menos para lanzar un ancla que frene el proceso de emisiones GEI. Como plus, ganamos en salud.
Algo similar ocurre cuando hablamos de movilidad eléctrica. Es sin duda un paso necesario pero no suficiente para reducir la temperatura planetaria. La primera tarea (no expulsar GEI) quedaría cubierta si dejamos atrás los motores térmicos. Después, habría que averiguar cómo bajar la temperatura que ya hemos subido.
Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático, entre 1906 y 2005 la atmósfera se ha calentado 0,74 ºC, lo que supone un disparate. Para volver a niveles preindustriales no solo tenemos que reducir esos 0,74 ºC, sino limpiar la atmósfera para evitar que siga subiendo.
Actualización de la serie de CO2 de @AEMET_Izana (en rojo datos validados, en gris datos provisionales), y evolución del CO2 prevista para 2019 (en azul). A nivel estacional, el CO2 ha comenzado a aumentar desde octubre, y alcanzará su máximo en mayo-junio de 2019. pic.twitter.com/9A1m6y0Rc2
— AEMET_Izaña (@AEMET_Izana) November 20, 2018
La dinámica de los sistemas complejos es caótica
Una de las ideas más alocadas que te puedes encontrar en geoingeniería es la colocación de un satélite artificial que produzca una sombra permanente de baja intensidad. Es decir, poner un objeto entre el Sol y la Tierra que se lleve una fracción de la radiación. ¿Servirá eso para bajar la temperatura del planeta? Quien haya “pasado” por el centro de un eclipse conocerá la bajada drástica de la temperatura en cuestión de minutos. De modo que sí, en principio.
El problema de los sistemas complejos, como el clima, es que entender los factores de los que depende el resultado final podría ser complicado o imposible. Bajar la radiación solar un uno por ciento sobre el planeta no se traduce en un uno por ciento menos de temperatura. Además, no elimina la contaminación ya presente en la atmósfera. Para entender esto podemos observar un vaso de agua.
Si lo metemos en el microondas y le aplicamos energía, llegará un momento en que empezará a evaporarse. A esto lo llamamos cambio de fase, y se realiza a una temperatura constante de 100 ºC. Durante unos minutos, toda la energía que volcamos al vaso se “invierte” en cambiar de fase, no en subir la temperatura.
Lo mismo ocurre al revés: si sacamos un vaso a la calle en invierno y le colocamos una sombrilla que pare el uno por ciento de la radiación solar, quizá se congele formando dendritas (cristales). Ahora bien, calcular la energía precisa para que el agua hiele no es que sea complicado, es que resulta imposible en la práctica.
Olvida el vaso e imagina hacerlo a escala planetaria. Eso por no decir algo obvio: no tenemos ni idea de qué le ocurrirá a las plantas del planeta si reducimos aunque sea ligeramente la radiación solar. Podríamos extinguir unas cuantas.
Aumentar el albedo planetario de forma artificial
Si alguna vez has ido a esquiar y te has quemado la cara con el reflejo del sol en la nieve, entenderás a la perfección qué es el albedo. Cuando la radiación solar llega al suelo, este puede reflejar parte de la energía de nuevo hacia la atmósfera. Decimos entonces que tiene un albedo elevado, un récord que la nieve (86% de energía reflejada) tiene frente a un desierto (21%) o un bosque (8%).
Minimizar la radiación que llega al planeta colocando objetos en el espacio no parece tan buena idea, aunque en determinadas regiones podría darse el lanzamiento de globos aerostáticos capaces de fijar sombras puntuales. ¿Qué ocurre si aumentamos el albedo de zonas muy limitadas? Las red de carreteras mundial tiene una superficie considerable. ¿Y si fuesen blancas?
A diferencia de tapar la luz del sol, un aumento local de albedo no tiene un impacto directo en fauna y flora. Las carreteras blancas harían de “espejos” que contrarrestan el efecto invernadero, y esto podría extenderse a los tejados de todas las construcciones.
Edificios y carreteras suponen mucho menos del uno por ciento de la superficie, por lo que a nivel de geoingeniería sería una medida de bajo o nulo impacto. Ni afectaría negativamente ni supondría la panacea. Es decir, su impacto en la reducción de temperatura sería nulo, aunque podría ser una opción interesante.
En su momento hablamos del volcán Pinatubo y su ceniza, que bajó la temperatura de ciertas zonas. ¿Y si aumentamos el albedo de las nubes? El proyecto Scopex busca algo así. El efecto sería similar a bloquear el sol en la superficie. Aunque ni elimina los gases de efecto invernadero, ni sabemos cómo afectará a la vida sobre el planeta. Mejor buscar otras soluciones, a menos que lleguemos a un punto en el que el aumento de temperatura sea tan crítico que estas cuestiones pasen a un segundo plano.
Capturar CO2 de forma masiva
Supongamos que vivimos en un mundo totalmente electrificado que ha superado su adicción a los combustibles fósiles. El siguiente paso es el de limpiar la atmósfera de las emisiones GEI del siglo pasado, una labor nada sencilla. Los árboles son buenos aliados a la hora de capturar CO2 porque usan el carbono para crecer. Sin embargo, no han sido diseñados para ello.
Klaus Lackner, director del Centro de Emisiones de Carbono Negativas, ha propuesto varios modelos de secuestro de carbono atmosférico. Arriba podemos ver el “bosque gris” (no confundir con la plaga gris). Este bosque artificial tiene una eficiencia mucho mayor que la del manto vegetal natural porque sí ha sido diseñado en un laboratorio. De hecho, su diseño inicial se basa en cómo la vegetación retiene carbono. Son árboles 2.0.
Además, podría ser instalado en zonas desérticas interfiriendo muy poco (aunque el impacto nulo no existe) con el entorno. Estos árboles artificiales podrían estar cubiertos de ‘hojas’ como las que desarrolla Ricard Garcia-Valls, investigador del Departamento de Ingeniería Química de la URV.
La agenda política arrancó hace décadas con mediciones atmosféricas que no hemos hecho más que mejorar. Kioto y París nos han demostrado que hay cierta voluntad política de solucionar el problema más grave al que nos enfrentamos como humanidad, aunque con la lentitud propia de la burocracia.
A nivel personal, existen ciertos sacrificios que muchos no estamos dispuestos (aún) a realizar, mientras que otros resultan más asequibles. La tecnología es un gran aliado cuando los hábitos fallan, pero la batalla final contra la temperatura requerirá de un aporte de esfuerzo personal.
En Nobbot | ¿Sacrificarías parte de lo que eres y de la vida que llevas por salvar la Tierra?
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