Faíscas. Pedres de llamp. Ukonvaaja. Torsviggar. Perk?nkulk?. Ceraunias. Mil nombres en mil lenguas para referirse a un objeto mítico. Una piedra caída del cielo a lomos de un rayo a la que se le atribuyen poderes casi míticos. Las piedras de rayo o ceraunias en español tienen todo tipo de propiedades curativas y de protección. Al fin y al cabo, son objetos divinos.
Aparecen en las mitologías asiáticas y centroamericanas. En las leyendas del norte de Europa y del Mediterráneo. En la tradición oral de Galicia y el País Vasco y en las historias de los pastores castellanos. Ayudaban a que los huevos de las gallinas eclosionasen y protegían el ganado. Defendían las casas frente al mal de ojo. E incluso curaban ciertas enfermedades estomacales si se añadían al caldo o a las gachas. Son restos de otros tiempos. Literalmente.
El mundo antes de la arqueología
El ser humano siempre se ha preguntado sobre su origen. O eso parece. Las historias sobre el principio de los tiempos se multiplican en mitos y leyendas. Sin embargo, el estudio científico de la historia y el desarrollo de la arqueología son más recientes de lo que nos imaginamos. Hasta el siglo XIX, las pocas excavaciones que existían buscaban inspiración artística en las ruinas clásicas. No se coleccionaban fósiles, ni se buscaba el eslabón perdido.
Pero sus restos estaban ahí. Las huellas que nos contaban que la Tierra tenía muchos más años de los 6.000 que decía la Biblia. Los objetos de otras especies humanas que habían poblado el planeta miles o millones de años atrás. Antes de que aventureros e historiadores se lanzasen a desenterrar el pasado, estos vestigios ya habían pasado a formar parte de la cultura popular. Aquel que se los encontraba tenía que darles una explicación que cuadrase con su forma de entender mundo.
“Dentro de la mentalidad popular, la chispa eléctrica está asociada a un elemento pétreo, la llamada piedra del rayo, conocida en todas las culturas del mundo y relacionada, materialmente, con hachas neolíticas (la mayoría de las veces) o con piedras de colores y formas singulares (incluso fósiles), que se cree son arrojados por los rayos o se forman del contacto de éstos con la tierra”, explican Francisco Javier Rúa Aller y María Jesús García Armesto en el artículo ‘Usos y creencias de la piedra del rayo en León’.
El origen celeste de nuestro pasado
La explicación más extendida de cómo un fósil o un resto prehistórico pasa a ser un objeto divino pasa por su relación con mitos antiguos. Algunos, como indican Rúa Aller y García Armesto, señalaban incluso que el cielo estaba hecho de piedras. Estas, durante las tormentas, podían desprenderse y bajar a la tierra junto a los rayos.
Las ceraunias forman parte de la tradición casi desde que existen fuentes escritas. Según Juan Antonio García Castro en ‘Mitos y creencias de origen prehistórico: Las Piedras de Rayo’, este tipo de creencia está bien documentado en las mitologías griega y romana. Y pervivió sin sobresaltos durante la Edad Media y el Renacimiento, llegando, en algunos casos, hasta nuestros días.
En Borneo, por ejemplo, todavía se veneran las Silum Baling Go. Son las uñas del dedo gordo del dios Baling Go que han caído del cielo. Son, en realidad, objetos que elaboraron los primeros habitantes de la isla. Los tuaregs, en el norte de África, también tienen sus piedras de rayo llegadas del cielo. Hachas pulidas del neolítico. Otras creencias, como las que recoge García Castro en Andalucía, no se refieren a restos humanos, sino a fósiles con forma de punta de animales prehistóricos, de una especie de calamar de los mares del Mesozoico.
¿Mito o realidad?
Explicar el mundo a través de la ciencia es algo poco común en la trayectoria humana. En diferentes momentos de la historia, la observación, el estudio y el saber científico eran respetados. Lo eran en la Antigua Grecia y en el Egipto de los faraones. En Mesopotamia (hoy Irak) y durante muchos siglos de historia china. Lo son hoy en buena parte del planeta. Pero salvo en estos breves momentos, el mundo se ha interpretado mediante otros métodos. Sobre todo, los mitos y las religiones.
A la hora de abordar el origen de un mito, hay diferentes enfoques. Algunos buscan identificar temas comunes en la mitología de diferentes culturas en busca de una protomitología. Otros los explican como una forma de moldear el comportamiento humano, instrumentos con un objetivo concreto. Otras corrientes aseguran que se tratan de alegorías, personificaciones o historias ligadas a rituales.
Y los hay que creen que son reales. O algo así. Para los evemeristas, la mitología es historia contada de una forma distinta. Personajes y hechos reales distorsionados por siglos de tradición oral. Así, por ejemplo, el dios Eolo no sería más que el recuerdo de un rey antiguo que ayudó a sus súbditos a dominar el viento para impulsar sus barcos. Esta teoría ha caído hoy en desuso. Pero fue muy aceptada durante la Edad Media e incluso por filósofos del siglo XVIII como David Hume y Voltaire.
Nuestro cerebro está preparado para explicar el mundo. Encontrar un porqué. Pero también es cierto que, a veces, se conforma enseguida. Que no sé cómo llegamos a controlar el fuego, sería algo de un dios. Que me he encontrado una piedra rara que no parece natural, cosa de los de arriba. Y, ya después, vuelta de tuerca, el propio objeto adquiere poderes.
Durante milenios, los rayos llevaban en sus puntas rocas talladas por dioses. Piedras que, asegurábamos, curaban enfermedades y nos protegían de los espíritus malignos. Entonces era la explicación más lógica y, por lo tanto, una realidad incuestionable. No se podía creer en otra cosa. Cuánto hemos cambiado. O quizá no tanto.
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