¿Alguna vez has paseado por un bosque, un desierto o la tundra? Los biomas tienen un factor común: la naturaleza no deja residuos. Por desgracia, las personas sí. Pero ¿podemos servirnos de la tecnología para minimizar el impacto urbano en el entorno? Ese es el objetivo tras el concepto “metabolismo urbano”, recogido por la ONU en el panel ‘El peso de las ciudades’.
Las ciudades tienen metabolismo al igual que las células o animales complejos, como nosotros. Entran recursos (agua, energía, materiales) y salen otros, generalmente residuos. El objetivo de este panel de las Naciones Unidas es “gestionar con sabiduría los recursos, produciendo un mínimo desperdicio”. Para esto no queda otra que repensar las ciudades, y usar tecnología.
Entender la ciudad como flujos de materiales y energía
Para entender qué significa que una ciudad tenga determinado metabolismo, podemos pensar en cualquier bien de consumo. La comida, por ejemplo. Esta llega a las ciudades en camiones propulsados, de momento, por combustibles fósiles. Tras servirla en supermercados, nos la venden más o menos envasada.
Nos comemos la parte orgánica, pero despachamos una gran cantidad de recursos. Comida, gasolina, envases, residuos orgánicos… Estos son los flujos de materiales y energía entrantes y salientes sin los cuales la ciudad no podría existir tal y como lo hace. Las personas, a nivel interno, somos parte de ese flujo.
Este genera diferentes impactos. Como ejemplo, todos los días a primera hora de la mañana millones de nosotros nos desplazamos a la vez. Imaginemos qué ocurriría si todos usásemos el transporte privado (turismo) de combustión. Por suerte, las ciudades están virando hacia el uso de sistemas de movilidad más responsables con el medioambiente, y el número de alternativas crece:
- Plataformas de carsharing.
- Coches sin emisiones por minutos.
- Motocicletas eléctricas (motosharing).
- E incluso los polémicos patinetes.
A estas movilidades hay que sumar los medios de transporte públicos, que según el INE no dejan de crecer en uso. El transporte público conforma hoy día una red de transporte apoyada en tecnologías de organización y optimización de recursos.
Algo tan básico como un autobús cuyo letrero cambie en un instante para usar el mismo vehículo en una línea más saturada supone un importante alivio para el entorno urbano. Si el autobús es accesible a más usuarios, estos no optarán por vehículos propios que generen flujos de residuos no recuperables tan dañinos como las emisiones.
¿Se puede reparar el bioma ciudad?
Cada municipio presenta un caso totalmente diferente en cuanto a su metabolismo urbano. Hay ciudades por las que no se puede pasear sin mascarilla (Shijiazhuang, China) y aquellas cuyos residuos se acumulan en las aceras (Hazaribagh, Bangladesh). Pero también las hay más responsables, en las que no entran determinados flujos perjudiciales para el medioambiente.
San Francisco, Hong Kong y Montreal son grandes ciudades donde no se puede comprar una botella de plástico. Todo empezó en Bundanoon (Australia), un municipio de 3.000 habitantes que dijo “basta” a las botellas en 2009. El consistorio se dio cuenta de que resultaba imposible recuperar todo el plástico que generaban sus ciudadanos. La solución ha sido la de instalar miles de fuentes públicas y fomentar el uso de botellas (cantimploras).
Se nos refuerza constantemente la idea de que hay que reciclar la botella de agua de un solo uso, pero en muchas menos ocasiones se habla de beber del grifo, algo saludable, asequible y sostenible en nuestro país gracias a la tecnología de potabilización presente en todos los municipios. Sin ella, el consumo de plásticos sería aún más catastrófico, como ocurre en otras partes del mundo.
Pero hay otras tecnologías que permiten el uso de envases de un solo uso de forma responsable. Investigadores del The Circular Lab, copiando el metabolismo de los desechos en la naturaleza, han sido capaces de generar vasos y botellas 100% reciclados, 100% reciclables y 100% biodegradables.
Lo han conseguido usando como materia prima materiales compostables como restos de frutas y verduras. Con este hito tecnológico han logrado tres objetivos: dar uso a materiales de compostaje más allá de la quema o la generación de gas (para su quema posterior), reducir el uso de plásticos y no generar un nuevo residuo. Avanzamos lentamente, pero a esto se le llama economía circular.
La economía circular surgió de la naturaleza
Aunque somos la primera especie en usar la economía circular de forma consciente, no hemos inventado nada. La ONU está copiando al medioambiente con objeto de integrar el metabolismo urbano en el mismo. Redirigir los flujos de energía y materiales de modo que formen un círculo cerrado (o lo más cerrado posible) es un invento de la naturaleza. Aunque esta también tiene sus residuos a largo plazo.
Como ejemplo, basta dejar cualquier material antes vivo (como una hoja) para ver cómo el bioma acaba reduciéndola a alimento para otra especie. O acercarse a un pozo de brea, que millones de años atrás era un bosque. Los residuos naturales, como la calcita que se deposita en el lecho marino cada vez que un organismo marino diminuto fallece, crecen a un ritmo infinitesimal.
La naturaleza genera residuos no metabolizables, sí, pero lo hace lentamente. Nosotros llenamos el océano de plásticos a un ritmo sofocante, lo que repercute en nuestra propia salud. Con su concepto “metabolismo urbano”, las Naciones Unidas persiguen prescindir de todo tipo de residuo, acercándonos en la medida de lo posible al residuo cero. Para ello, usamos tecnología.
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