Un mundo sin coliflor sería llevadero para muchos. O sin coles de Bruselas. Pero ¿quién podría soportar un futuro sin café o sin cerveza? ¿Un futuro en el que nuestros descendientes escuchasen hablar del chocolate como quien oye hablar de los dinosaurios? El cambio climático, la explotación intensiva y la poca variabilidad genética están poniendo en jaque a muchos de los alimentos que más nos gustan.
Un vistazo a la Lista Roja Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) confirma los peores augurios. En esta base de datos, actualizada de forma constante desde 1964, aparecen el gorila de montaña, el rinoceronte de Java o el tiburón blanco. Pero también señala el riesgo de desaparición del aguacate, el atún, el plátano o el chocolate. La última especie en hacer saltar las alarmas ha sido el café.
Coffea: 75 de 124 variedades, en peligro
Todo el café que se cultiva en el mundo para consumo humano (10 millones de toneladas anuales) procede de tres especies: Coffea arabica, Coffea robusta y, en menor medida, Coffea liberica. Pero en la naturaleza existen 124 variedades de Coffea. Y 75 están amenazadas, según un estudio reciente del Real Jardín Botánico de Kew, en Reino Unido, con el apoyo de IUCN publicado en ‘Science Advances’.
Aunque estas especies no se consumen, son esenciales para renovar el acervo genético de las variedades comerciales. Es decir, para que el café, tal como lo conocemos, pueda adaptarse a los cambios que vienen y resistir nuevas enfermedades. “El dato de que el 60% de todas las especies de café está entre los alimentos en peligro de extinción es extremadamente alto […] Algunas de las especies de café estudiadas no han sido vistas en la naturaleza en más de 100 años y es posible que algunas ya se hayan extinguido”, señala Eimear Nic Lughadha, investigador sénior del departamento de conservación de Kew.
Los problemas del café tienen origen en sus propias características biológicas y se han incrementado por culpa del ser humano. El café se cultiva en buena parte del mundo. Pero, aun así, necesita condiciones climáticas y de terreno muy específicas para crecer. Por eso, los cambios introducidos por la actividad humana en los ecosistemas y el calentamiento global han elevado el riesgo de un futuro con desayunos menos estimulantes.
El año pasado temimos por la cerveza
La producción de la bebida alcohólica más consumida del mundo también está amenazada. Su ingrediente principal, la cebada, es muy sensible a los episodios meteorológicos extremos. Episodios que se están multiplicando debido al ascenso de la temperatura global (según el Panel Intergubernamental del Cambio Climático o IPCC).
En octubre de 2018, un estudio publicado en ‘Nature Plants’ volvió a dar la voz de alarma. La investigación desarrollada por científicos de las universidades de Pekín y de California concluía que la producción de cebada disminuirá a medida que aumenten las sequías severas y el calor extremo en el planeta.
“En el peor de los escenarios, se prevé que las partes del mundo donde se cultiva cebada, incluidas las grandes planicies del norte, las praderas canadienses, Europa, Australia y la estepa asiática, experimentarán sequías y olas de calor más frecuentes, lo que provocará una disminución en los rendimientos de los cultivos de entre el 3% y el 17%”, explica Steven Davis, profesor de investigación en Ciencias de la Tierra de la Universidad de California en Irvine (UCI). Así que sin café y sin cerveza. ¿Qué más oscuros pronósticos oculta el futuro?
El problema está en los genes
Hasta principios del siglo XVI, Europa vivía sin patatas. A finales, ya no sabía vivir sin ellas. La patata traída del Nuevo Mundo se convirtió rápidamente en el monocultivo más popular del continente. Ya en las últimas décadas del siglo XVII, buena parte de la población europea dependía del tubérculo para sobrevivir. Pero entre 1845 y 1849, el idilio del mundo con la patata estuvo a punto de llegar a su fin.
El culpable fue el hongo Phytophthora infestans, más conocido como tizón. En 1845, una cepa de esta enfermedad llegó a las costas irlandesas desde Norteamérica. En la isla, entonces todavía bajo el control de Reino Unido, se cultivaban solo dos especies de patata. No había diversidad genética y las posibilidades de que los cultivos resistiesen la plaga eran escasas. La producción de desplomó. Unido a las restricciones para importar otros alimentos del exterior, la plaga causó la gran hambruna irlandesa o la hambruna de la patata. En pocos años murieron casi dos millones de personas.
La variabilidad genética es clave en la evolución y en la selección natural. El material genético varía entre subespecies e individuos de una especie. Cuando las condiciones externas cambian, los que son más resistentes a los cambios sobreviven. La agricultura humana selecciona las especies en base a otros factores, como su sabor y su cantidad de alimento. Esto provoca que la variabilidad genética se reduzca. Así, cuando el entorno cambia, la especie puede tener dificultades para adaptarse.
La miel está a salvo, los cacahuetes no
Los casos del café y la cerveza no son únicos. En realidad, afectan a muchísimas especies. Los problemas se repiten: poca variabilidad genética y cambios bruscos en las condiciones del entorno provocados por el calentamiento global. Si, además, unimos a estas causas la sobreexplotación de especies salvajes nos queda una lista muy triste. El riesgo de un futuro sin atún, sin aguacate, sin chocolate, sin cacahuetes ni almendras o sin anchoas es real.
En esta lista que no deja de crecer se han colado también algunos mitos, como no podía ser de otra forma. Uno de los más recurrentes es el de las abejas y la miel. Es cierto que las poblaciones de estos insectos se han visto afectadas por el uso intensivos de insecticidas y herbicidas. Es cierto también que el cambio climático ha elevado la presión sobre las colmenas. Pero hay casi 20.000 especies de abejas en el planeta y la amplia mayoría no está amenazada. Así que, según recoge el Climate Institute, el futuro seguirá teniendo miel (y polinizadores).
Al final, la desaparición del chocolate, el café, la cerveza o la miel (aunque no sea verdad) llama nuestra atención sobre un problema mucho mayor. Las consecuencias del cambio climático y de la explotación humana sobre el resto de especies que pueblan el planeta (las que nos comemos y las que no) son desastrosas. Si se confirma que la sexta gran extinción está en marcha, vamos a echar mucho de menos la cerveza.
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