Iba a durar pocos meses, pero acaba de cumplir cuatro años entre nosotros. Nació de una violenta erupción volcánica y su futuro podría darnos muchas pistas sobre el pasado de Marte. La isla más joven del planeta, que ya ha empezado a ser colonizada por la vida, acaba de recibir la primera expedición científica que pone pie en su territorio. Una nueva tierra para el reino de Tonga que incluso empieza a considerar la posibilidad de darle un nombre oficial.
De forma provisional, se la conoce como Hunga Tonga-Hunga Ha’apai. Es, en realidad, un volcán submarino situado entre las islas de Hunga Tonga y Hunga Ha’apai. En 2009, se dejó ver por primera vez en la superficie. Y desde 2015 se ha convertido en una isla que no ha dejado de crecer y estabilizarse. Según los primeros pronósticos, ya debería haber desaparecido por culpa de la erosión oceánica. Pero el bebé-isla ha salido resistente.
Una erupción surtseyana
El caso de Hunga Tonga-Hunga Ha’apai no es único. La isla de Nishinoshima, en Japón, las de Jadid y Sholan, en Yemen, y la de Surtsey, en Islandia, son también formaciones recientes. Muchas otras salen del mar y desaparecen a las pocas semanas. Y algunas se quedan a pocos metros de la superficie, como sucedió en la isla canaria de El Hierro en 2011. Todas forman parte de las llamadas erupciones surtseyanas, en honor a la isla islandesa.
Se trata de un tipo de erupción hidromagmática que se produce en el mar. El magma del volcán asciende hacia la superficie y entra en contacto con el agua. En algunos casos, este contacto genera explosiones violentas y la expulsión de gases y materiales piroclásticos al exterior. Este fue el caso de Hunga Tonga-Hunga Ha’apai. Durante la última erupción, que empezó el 19 de diciembre de 2014 bajo el mar y terminó el 28 de enero de 2015 ya en la superficie, la columna de ceniza y gases alcanzó los 10 kilómetros de altura.
Situada cómodamente entre Hunga Tonga y Hunga Ha’apai, la nueva isla del reino de Tonga tiene unas 180 hectáreas de tierras volcánicas y playas negras. Su altura máxima es de 149 metros sobre el nivel del mar. Cuenta con un lago interno, separado del océano Pacífico por una barrera de arena gruesa en su punto más frágil. Y ha cambiado varias veces de forma a lo largo de sus cuatro años de vida.
Pisar un nuevo mundo
La atención del mundo científico hacia Hunga Tonga-Hunga Ha’apai (por favor, urge un nuevo nombre más corto) fue inmediata. Más aún cuando se confirmó que era la primera isla surtseyana en sobrevivir más de seis meses desde el nacimiento de Surtsey en 1963. Su evolución se siguió por satélite y mediante fotografías aéreas durante meses.
El primer estudio científico sobre la isla, firmado por James B. Garvin (NASA GSFC), Daniel A. Slayback (SSAI) y Vicki Ferrini (Universidad de Columbia) y financiado por la NASA, se publicó en marzo de 2018. En él se estima que, si se mantiene el ritmo de erosión actual, es probable que la isla dure un mínimo de 19 años. Y puede que incluso su vida se prolongue hasta los 42. Su predecesora sigue resistiendo en las gélidas aguas islandesas casi 60 años después de su nacimiento.
Desde 2015, la tecnología ha permitido conocer multitud de detalles. Elaborar mapas y modelos en 3D. Pero era hora de poner pie en el nuevo mundo. Hacer ciencia sobre el terreno. Así que Daniel Slayback, junto a un grupo de estudiantes del barco de investigación y educación de Sea Education Association (SEA) y un observador de Tonga, puso rumbo a la nueva isla. El 9 de octubre de 2018 desembarcaron en Hunga Tonga-Hunga Ha’apai y se pusieron manos a la obra.
Marte, la ciencia y la vida
El objetivo de la expedición fue triple. Por un lado, medir de forma precisa la situación y la geografía de la isla para uso de la ciencia. Segundo, documentar cómo había cambiado el terreno desde su formación y cómo se había comportado la vida. Tercero, describir la interacción de lava y agua salada para lograr más pistas sobre el comportamiento de los volcanes de Marte en el pasado.
“Todo lo que aprendemos de lo que observamos en Marte se basa en lo que sabemos de los fenómenos de la Tierra”, explica James B. Garvin. “Creemos que hubo erupciones en Marte en un momento en el que existían áreas de aguas superficiales persistentes. Podríamos utilizar esta nueva isla de Tonga y su evolución como una forma de comprobar si representaban un entorno oceánico o un lago efímero”. Es decir, utilizar la nueva isla para entender mejor los datos recopilados de Marte sobre su historia geológica, la presencia de agua y la posible existencia de vida extraterrestre en el pasado.
La exploración presencial de la isla ha permitido comprobar que está formada, en su mayoría, por grava de origen volcánico y lodos. Además, se ha documentado la presencia de varias especies vegetales y algunas aves. Algo comprensible teniendo en cuenta la cercanía de Hunga Tonga y Hunga Ha’apai, ambas con poblaciones estables de plantas y animales. Por último, la expedición tomó medidas reales de la erosión provocada por el océano Pacífico en las costas y la lluvia en la superficie.
Con las mediciones y las imágenes de vuelta en el laboratorio, el equipo de Daniel Slayback quiere centrarse ahora en definir los procesos geológicos e hidrológicos que han permitido a la isla estabilizarse. De una cosa están seguros, Hunga Tonga-Hunga Ha’apai estará ahí el año que viene para recibir a una nueva expedición. Quizá para entonces, el rey de Tonga y su gabinete hayan decidido bautizar el nuevo territorio.
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Imágenes | NASA/Damien Grouille y Cecile Sabau, Sea Education Association, Dan Slayback
Muy buen documental, interesante